El generoso emperador de este mundo quiso ofrecernos un espectáculo siniestro como regalo de fin de año. A la plebe incómoda, descontenta de su gestión universal, hizo igual que el César en la Roma antigua.
Cuando reapareció ya era hombre muerto. Lo sacaron de un escondrijo bajo tierra y nos lo mostraron en su perfecta indignidad. Era la cara de un derrotado, desaliñado y sucio, que se multiplicó súbitamente en las primeras planas de todos los periódicos, tal y como el Ejército norteamericano quería que apareciera: únicamente aquella cabeza de pelos largos y flechudos, suspendida sobre las diagonales de una cinta métrica.
Vamos a ver, ¿a quién no le gusta el lechón asado? Oiga, se necesita ser un melindroso de talla extra o un huérfano de paladar para no inclinar la glándula pituitaria y las papilas gustativas ante ese olor y sabor exclusivos e irrepetibles que despide un marrano desde la vara cuando ya está a punto de ser bajado para el convite. Y si es el pellejito así bien ampollado, crujiente y brillante de grasa... Bueno, ¡por favor!
«Solo una mujer vuelve sobre sus pasos si ha extraviado un arete», sentenció, gravemente, una mujer que la otra tarde me hizo desandar un largo trayecto, entre la muchedumbre de una fiesta popular, buscando un pendiente que se le cayó.
«Dejar de fumar. Bajar esta barriga tan antiestética. No darme un trago más. ¡Lo juro!...».
Habida cuenta de su tan reciente irrupción en la vida política y el más de un año que aún falta para el torneo electoral, quizá no sea del todo apropiado pretender desde ahora calibrar las posibilidades, o las intenciones de Fernando Lugo. Lo que llama mucho la atención es el fenómeno que él representa.
Si en una de sus tantas ocurrencias el amigo Guillermo, feliz habitante cada jueves de esta página, propusiera un concurso para escoger un animal que simbolice al amor, yo votaría por las palomas.
¿Cómo se nos (des)informa? Acabo de tener una experiencia muy concreta sobre ello.
La vida, cuantitativamente, es una suma de años. Cada 31 de diciembre cerramos un período ya jamás repetible. Hasta ahí he empleado términos e ideas de una desgastada, resabida, barata filosofía. Pero si pregunto si estamos dispuestos a permitir que la vida sea solo una suma de años irrepetibles, quizá empiece a inquietar a mis lectores, sacudiéndoles la rutina.
Primero el pañuelito: el 25 de diciembre, el gobierno israelí decretó un grupo de medidas para «reducir, en el mayor nivel posible, las causas de malestar contra Israel», según el ministro de Defensa, Amir Peretz.