Una calle de Centro Habana, estrecha y húmeda de sombras a tan tempranas horas. Una pareja viene de frente, en una pequeña moto. Por la acera izquierda, una muchacha, y un poco más adelante, libre, su perro Rottweiler.
El ex presidente español José María Aznar y el presidente del canal de televisión venezolano RCTV Marcel Granier han vuelto a trabajar unidos, tras su colaboración conjunta en el golpe de Estado contra Chávez en abril del año 2002.
Un amigo descargó sobre mí, hace poco, una confesión. Hoy —me dijo— propuse a fulano para una tarea. ¿Sin otras propuestas? No. Solo él. Lo merece y así rectifico un error. Hace 14 años cuando alguien me consultó, yo sin conocerlo sugerí que era mejor otro. Fue víctima de mis prejuicios; ni siquiera le di la oportunidad de demostrar sus valores.
Hace quince años los medios y ciertas audiencias internacionales se refocilaban de júbilo con el derribo de estatuas como si con ello pudieran sepultarse los hechos y la historia.
La competencia no es por ver cómo el equipo completo hace un gol, sino que cada jugador —desentendido de las necesidades de sus compañeros— se las arreglará por sí mismo para alcanzar su objetivo.
La voz de Vilma vuelve a escucharse en la radio y por un momento la triste noticia desaparece. Son tan semejantes ella y su voz que nadie podría separar al ser de su sonoridad: dulce y firme al mismo tiempo. Elegante y sencilla a la vez. Sin prisa, sin estridencias, sin complicaciones semánticas, sin frases hechas, a pesar de la voluntad didáctica y la lección ética inseparable de su palabra. Su voz es la voz de un tiempo heroico, atravesada por la natural discreción del protagonismo femenino de la Revolución Cubana.
Vilma Espín Guilloys se fue por uno de esos delicados senderos de la plenitud que ella desbrozó para las cubanas, desde aquellos años montaraces. Y las mujeres le deben una lágrima infinita a esa bella santiaguera que sacudió los hogares, y abrió a los vientos huracanados de la redención las puertas y ventanas, los fogones y hasta los armarios perfumados de la intimidad.
Por esos misterios de la conversación y de la amistad, casi nos despedíamos después de encontrarnos en la sede de la Unión de Periodistas, cuando Pedro Urra —el director de la Red Infomed—, Roger Ricardo Luis —subdirector del Instituto Internacional de Periodismo— y yo nos enredamos en el diálogo que he decidido exorcizar en esta cuartilla.
Laura dejó de ser una niña, ya tiene el pelo largo y sus líneas de mujer se acentúan más en el recién estrenado vestido verde. La ilusión de que su papá Ramón esté junto a ella el día de los 15 se ha roto. Irmita tal vez se case pronto. El libro de Ivette crece, y René tampoco está. Lizbeth sabe leer perfectamente; Gabriel comprende de razones; Aylí es más desinhibida y Tonito es todo un hombre.
No sé si es porque nací en una isla inconcebiblemente desprovista de pescado, como plato natural, sobre la mesa. No sé si es porque ahora ando por otra, de paso, donde el mar está a la mano (como las nostalgias por la mía), pero lo cierto es que soy una red de pobre hilo que salgo a navegar, siempre que puedo, por los engañosos y mágicos mares de la información en busca de las mejores presas que me alimenten el espíritu y me hagan ver que eso es la vida: preparar cada noche con dedicación los avíos, como lo hacía Santiago, el personaje de Hemingway, para salir a la mañana siguiente dispuestos a atrapar al gran pez.