Hay hechos que no se olvidan aunque los años les pasen por encima. Yo tengo grabado en la memoria como el primer día aquello que ocurrió en Manatí un día del mes de mayo de 1968. Ninguno de los testigos ha olvidado un detalle, porque fue una reacción exagerada, absurda y multitudinaria. ¡Ah, las pasiones...! Cuando se desatan y embisten en tromba no hay muro que las pueda controlar. Abstráigase por unos minutos, lector, e imagine...
El titular en la portada de El Nuevo Herald, en su edición del miércoles 5 de abril, me causa pena ajena. «Piden ayuda para niño con problemas visuales», dice la «compasiva» nota, para referirse al drama de un pequeño venezolano, Alfred Cárdenas, que ha llegado con sus padres a Miami, para que unos médicos salvadores lo ayuden a no quedarse ciego.
Fueron dos los atentados en Argel, la capital. Uno, contra el Palacio de Gobierno, dejó 12 muertos, entre ellos una mujer embarazada y dos niños. En el segundo, el objetivo fue una comisaría policial, y 12 personas quedaron tendidas en un charco de sangre. Más de 200 recibieron heridas.
Sr. Presidente, Sr. Cheney, Srta. Rice y demás personas implicadas:
«Y le quiero mandar un saludo, de verdad, de verdad, a toda la gente linda que hizo posible este concierto», remató el cantante, todavía sudoroso y agitado por las cabriolas que debe hacer en un escenario todo aquel que se proponga poner a los jóvenes a mover el esqueleto.
PEDRO, Ramón y Moisés fallecieron hace relativamente poco tiempo, después de los 70 años y de haber entregado sus respectivas existencias al bien de la nación.
ESTAR lejos de la raíz hace a las hormigas infelices. Vivir, aunque sea momentáneamente, a millas marinas de la gente que uno quiere siempre destapa el avispero de nostalgias y hace soñar con lo que te falta.
«Te entregamos la Medalla de la Libertad, Paul, pero desaparecer 12 000 millones de dólares no era parte del trabajito en Iraq» (cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia)
En una de estas columnas, no sé cuándo, quise responder la pregunta de por qué el hombre tropezaba dos veces con la misma piedra. Creo haber dicho que tropezaba porque desconocía las lecciones del pasado o porque... quería. Claro, me basaba en esa verdad que circula convertida en una frase latina: Errare humanum est. Es decir, que es propio del ser humano equivocarse, pero equivocarse dos veces en el mismo terreno, en el mismo asunto... Ah, ya eso es algo más que equivocarse.
El paroxismo de la enajenación lingüística bien puede ser este mensaje: