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Onelio: un clásico de la literatura hispanoamericana

Su obra, uno de los conjuntos más significativos en el discurso literario de la isla, le permitió ser catalogado entre los cuentistas más importantes de América Latina. Sin embargo, varias causas se han conjurado para la casi total ausencia de Onelio en el mundo literario cubano actual

Autor:

Denia García Ronda

Era el mes de mayo, y en un pequeño pueblo del centro de la isla nacía Onelio Jorge Cardoso, en un año (1914) marcado por el inicio de la primera conflagración mundial. Cien años después, podemos considerar ambos acontecimientos como simbólicamente polares, no solo en el sentido de vida/muerte que cada uno representa, sino en el resultado futuro de los respectivos nacimientos.

En el caso de Onelio, su obra —a mi modo de ver uno de los conjuntos más significativos y armónicos en el discurso literario cubano— le permitió ser catalogado entre los cuentistas más importantes de América Latina, y llamado, como ha expresado Jaime Mejía Duque, un «clásico» del cuento latinoamericano. En Cuba se le dio el título de «el Cuentero mayor», y hasta fue propuesto como «el Cuentista nacional».

Estudiados en importantes universidades del mundo, y valorados por críticos cubanos y extranjeros de alta talla, sus cuentos han salido airosos de indagaciones en las que se ponen en juego las posibilidades teórico-metodológicas más modernas y eficaces, y los más diversos enfoques ideológicos y estéticos.

Sin embargo, varias causas se han conjurado para la casi total ausencia de Onelio en el mundo literario cubano actual; creo que las principales —además de la imposibilidad de reeditar sus libros, por decisión de sus herederos— se mueven alrededor del prejuicio ante una obra que muchas veces no se ha leído, y en las obsesiones binarias de la crítica y los lectores especializados, o sea, como he dicho otras veces, la tendencia de nuestra crítica de absolutizar las preferencias y negar al supuesto contrario.

En 1962, José Rodríguez Feo confesó sus prejuicios sobre la obra oneliana, por considerarla, a priori, parte de la literatura costumbrista, «tediosa y hueca», que se estaba produciendo en Cuba en los años 50, y sin embargo, cuando leyó la edición de 1962 de Cuentos completos, lo consideró uno de los libros más importantes de los publicados después del triunfo de la Revolución, e hizo de sus relatos un análisis que todavía está vigente. Esta experiencia de un hombre de Orígenes debiera servir de pauta para rechazar exclusiones apriorísticas en el campo literario.

Otros investigadores y críticos —sobre todo en la década de los 80— se han referido a las «complejas peculiaridades literarias» de la cuentística oneliana, como expresó Desiderio Navarro en una ocasión. Muchos de ellos abordaron el trabajo oneliano con lo insólito, lo fabuloso, la presentación elíptica de la anécdota, la densidad poética de su lenguaje, la presentación de sucesos mágicos o fantásticos, la originalidad de sus soluciones tempo-espaciales, y otros procedimientos, y lo compararon, en términos de calidad literaria, con autores de la altura de Anton Chéjov, Julio Ramón Ribeiro, José María Arguedas, Juan Rulfo, Joao Guimaraes Rosa, Horacio Quiroga, quienes, de una manera u otra, partieron de fuentes populares para hacer una literatura de gran calibre y universalidad.

Quizá en estos tiempos de descreimientos y escapismos, que nos dejara en herencia la década de los 90, esté funcionando, como causa también de la ausencia crítica de la obra oneliana, el hecho de que esté basada, en última instancia, en una ética proactiva, o sea, que en prácticamente todos sus cuentos aparezcan proposiciones en cuanto a los fundamentos de una moral colectivista y antidogmática.

Ello se va a manifestar, en el plano ideotemático —especialmente en sus cuentos posteriores a 1959—, en la consolidación y desarrollo de dos aspectos generales vinculados con la conciencia del hombre: el relacionado con los fundamentos de la moral, esta vez en un contexto donde las clases y sectores populares estarían llamados a dirigir un proyecto universalizado de conducta social, y el que tiene que ver con la integralidad material-espiritual del hombre, tratada a partir de la continuada indagación sobre las potencialidades de la imaginación y de los valores culturales en la realización humana, que había iniciado el autor con El cuentero y El caballo de coral, entre otros relatos, pero que después de ese año se profundizarían.

Estos valores éticos no están dados mediante disquisiciones del narrador o intromisiones del autor implícito, sino integrados en la historia ficcional, por lo que es la experiencia receptiva la que los decodifica.

Y, como aclara Jaime Mejía Duque, «el pulso del moralista es siempre allí tan fino, que el efecto artístico jamás se resiente de la moraleja involucrada».

En estos momentos en que se pone a prueba la capacidad ética de los cubanos, afectados por la crisis económica y social que padecemos, las ideas onelianas transferidas estéticamente en sus cuentos, pueden servirnos de acicate para ser un poco mejores, y ayudar a construir un futuro solidario, antidogmático, colectivista, en donde estén desterrados los prejuicios y tabúes, los egoísmos, las incomprensiones y las hipocresías, y donde la cultura realice una función desalienadora del individuo y la colectividad.

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