Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La huella de Cortázar

Intelectuales dejan sus impresiones sobre el genio argentino de la literatura

Autor:

Juventud Rebelde

Pablo Armando Fernández

Nuestro primer encuentro con Julio y Aurora fue en Londres, donde vino a conocernos. Hablamos de su visión natural de la Isla que para él hasta entonces era literaria: Martí, Carpentier, Guillén, Lezama Lima (…) En la Semana Santa de ese año, 1963, estuvimos Maruja, mi esposa, una amiga nuestra y yo en París. Allí Julio nos hizo entrega de su atención fraternal. Ese año encontré en Londres, en una librería, la edición príncipe de Rayuela. Confieso que me sometí a todas las posibles lecturas que su autor sugiere. Desafiar los límites que impone la rayuela era aventurarme por predios que creía reconocer en mis andanzas por París. Siempre de vuelta al Buenos Aires que conocí de niño por el cine y los tangos (…) Sus personajes y medios ambientales hicieron que recuperase algo que durante años constituyó un sueño, mi novela olvidada en un archivo en la casa de La Habana.

Rafael Grillo

He escrito artículos sobre muchos escritores que me inspiran (Borges, Onetti, García Márquez, Saramago, Poe) y nunca del autor de Rayuela. Pero esa es una cuenta pendiente que no voy a saldar nunca porque me brinda una intimidad especial con él eso de estarle en deuda. En cambio una vez sí me propuse hacer un cuento «a lo Cortázar». Se titula Hierve la sangre y está en mi libro Asesinos ilustrados.

María Elena Llana

Más que los profundos malabares de su gran novela y de la varia invención que le siguió, la cuentística de Cortázar me es invaluable desde que la conocí en los años 60, cuando el triunfo revolucionario en Cuba, al visibilizar a toda Hispanoamérica, encumbró una literatura hasta entonces ignorada entre cuyos exponentes él es primordial.

Ahmel Echevarría

Era el 2010. Revisaba no poca información sobre Cortázar a propósito de mi novela La noria. Di con lo que buscaba, la frase (no es esta la cita exacta) decía: hay que situarse, pensar, lo que se llama verdaderamente pensar antes de escribir cualquier oración subordinada. La frase me permitió adentrarme en Cortázar casi a nivel celular. Porque resume su obra y vida: honestidad intelectual, responsabilidad civil. Ahí está Rayuela, su cuentística, también su policrítica (pensamiento y grito político), su noción de lo real como gran legado no solo literario.

Senel Paz

Julio Cortázar es para mí, en primer término, literatura, texto, uno de los autores del boom que más me deslumbró y alimentó, y cuya obra me acompaña para siempre en la mente y en los libreros. Pero también es imagen. Las de las ediciones de sus libros por Casa de las Américas con diseños de Humberto Peña, el de los Cuentos color magenta que seleccionara y prologara Antón Arrufat, y sobre todo Rayuela, ese grueso y cerrado volumen que recuerdo amarillo, insustituible porque en ellos está mi Cortázar, descubiertos en los años de juventud. Y fotos, muchas fotos, porque solo a través de ellas me he mirado con Cortázar; y, entre todas, las del Chino López y en particular esa en la que está acompañado por Lezama, que el Chino cuenta tan bien. Y cierra el círculo la admiración y el culto de los demás, el recuerdo de escuchar a los escritores de mi generación hablando de Cortázar, nuestro Cortázar, porque con su obra y con su amistad con Lezama, estableció con nosotros dos nexos eternos.

Alberto Guerra

Cortázar me acompaña desde que tenía 20 años y cumplía el Servicio Social en Ciego de Ávila. Guardaba dos cuentos: Las babas del diablo y La noche bocarriba, que me enseñaron a borrar las diferencias entre mundo físico y mundo mágico, a golpes de imaginación.

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