Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Amorosa guajira

Conocer y ejercer los derechos sexuales y reproductivos es un reto difícil para adolescentes de zonas rurales, incluso en Cuba

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

«Nací en un pueblecito tan pequeño, que si pestañeas en la calle real se te acaban las casas antes de que abras los ojos. No digo el nombre porque es único en toda Cuba y no me gustaría que la gente se dé cuenta de quién soy: mi familia aún vive allí y no quiero herirla.

«Me fui cuando tenía 16 años. Era una niña de bien, como decía mi abuela. Dormía con muñecas cuando empecé el tecnológico y ni de casualidad había tenido novio… Sí pretendientes, porque era linda, pero el celoso de mi papá no quería que nadie “me perjudicara”.

«Mi hermana mayor parió con 17 años y la otra con 13. Eso fue una guerra en casa. Tuvo que criar sola porque el novio desapareció detrás de una loma: supuestamente fue a buscar culeros y seis meses después llamó desde otro país. Todavía están esperando que venga a inscribir al chamaco.

«Yo era diferente: quería estudiar, hacerme gente y salir del patio de gallinas donde han perdido los colores las mujeres de mi casa. Papá dijo que si me becaba no sería más su hija ni podría contar con él en lo adelante.

«Me fui a sus espaldas, estudié y obtuve mi título con notas buenísimas, además de tejer y bordar para pagar mis gastos porque creí que eso lo pondría orgulloso. En segundo año me enamoré de un muchacho que respetó mi virginidad y en las vacaciones fuimos a pedir permiso para empezar a vivir juntos en casa de una tía de él, cerca de la escuela.

«Todavía me duele la lluvia de golpes que el viejo trató de darle a mi novio y que cogí yo casi completica… por suerte, porque mi cara de angustia lo frenó un poco. Hay días en que no camino bien por los huesos dañados. No lo denuncié para ahorrarle la vergüenza, pero ganas no me faltaron.

«Con el tiempo las ofensas arreciaron, mi novio trató de hacerme lo mismo y al final rompí con los dos y con el pueblo. Me mudé para la capital con idea de trabajar en lo que estudié y ya me ves: vivo de dar viajes para comprar cosas que la gente necesita del campo, y al revés».

Hablan los números

Conocer y ejercer los derechos sexuales y reproductivos es un reto difícil para adolescentes de zonas rurales, incluso en Cuba, donde el sistema de educación y la sociedad civil lograron penetrar hace décadas en las comunidades aisladas y trabajan por cambiar la mentalidad de toda la ciudadanía. 

Según estadísticas de la ONU, en América Latina y el Caribe una de cada tres mujeres no tiene ingresos propios, lo cual la convierte en víctima fácil de la violencia del varón que la sostiene, ya sea el padre, el marido o algún hijo.

Las niñas de familias con pocos recursos tienen el doble de probabilidad de casarse o unirse fuera del matrimonio desde edades tempranas, en comparación con las descendientes de familias con mejores ingresos.

Esas muchachas heredan la sumisión doméstica de sus madres y abuelas y muchas son obligadas a interrumpir estudios para atender la casa. Luego su bajo nivel cultural no les permite acceder a trabajos de relevancia social o bien remunerados, y sin otra opción reproducen en sus hijas la dependencia machista del medio en que viven.

Con tan poca capacidad de negociación y conocimientos, apenas disfrutan su sexualidad ni planifican su vida reproductiva: su cuerpo está a disposición de los caprichos de la pareja y están expuestas a ITS, actos de violencia o embarazos sin cuidados previos, lo cual pone en riesgo su salud y la de sus críos, situación que se agrava con los años porque, por tradición, las encargadas de la familia rural son las que peor se alimentan o descansan.

La presión cultural se agrava con la invasión globalizadora de los audiovisuales y sus modelos poco realistas de mujer apetecible, lo cual provoca entre niñas, adolescentes y jóvenes numerosos casos de baja autoestima, adicciones o trastornos metabólicos al querer imitar esos patrones sin entender a fondo otros aspectos de su cotidianidad.

Eliminar esas inequidades está entre las metas declaradas por la ONU para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de cara al 2030, y como parte de esas acciones se celebra cada 15 de octubre el Día Internacional de las Mujeres Rurales, para mostrar el peso de ese sector poblacional en el desarrollo económico y social de todos los países y hacer evidentes las múltiples discriminaciones que las vulneran por razones de género, cultura, capacidades individuales y recursos económicos.

Final del cuento

«Extraño el monte porque lo llevo en la sangre. Me duele despertar oyendo guaguas en lugar de sinsontes y no me hallo sin un pedacito de patio para sembrar sazones y oler las flores cuando me aplasta la nostalgia.

«Ojalá mami no fuera tan dócil: Con respeto yo hubiera sido feliz en ese pueblo, aun viendo a la misma gente desde que sale el sol hasta que anochece. Con amor yo hubiera aceptado hasta a las gallinas y los sermones del viejo. Pero a las malas no: ¿Cómo voy a ser una mujer del siglo XXI y vivir con las reglas del XIX? Si otras familias han logrado cambiar eso, ¿por qué la mía no?».

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