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Los padres los mandan a la calle

Muy alarmada escribe Julia Mercedes Pérez Peralta (Edificio E-14, apto. 10, entre Mantua y San Gregorio, Víbora Park, Arroyo Naranjo, La Habana). Y no es para menos, por lo que está presenciando en su propio barrio. Y se pregunta si será la única persona preocupada en tal sentido.

Cuenta que frente a su edificio hay una extensa área de parque, donde se concentra a jugar gran cantidad de menores, cuyo receso escolar no ha sido decidido por las autoridades del país para que disfruten vacaciones expansivas, sino para que estén protegidos dentro de sus hogares, por la gravedad de la situación del coronavirus.

Según Julia, esos muchachos, cuando se les notifica que no deben concentrarse allí, responden que frente a sus domicilios no los dejan jugar, y algunos llegan a manifestar que sus padres les dicen que vayan a jugar a la calle.


«¿Qué medidas se van a tomar con esos padres, pues los menores no tienen percepción de riesgo?», pregunta Julia. Y este redactor le asegura que lo peor, lo más inquietante, es que esos padres, y muchos otros adultos en el país, aún no han abierto los ojos a la gravedad de la situación y al peligro potencial que se cierne sobre cualquier persona que permanezca fuera de su hogar.

Ya es hora de adoptar medidas severas con quienes infrinjan el necesario aislamiento, y pongan en riesgo, con su irresponsabilidad, no solo su salud y vida, sino también las de sus semejantes. De exhortaciones a la conciencia ya debemos transitar a acciones resueltas con los indisciplinados e indolentes.

Sin llave y con focos

Gisela V. López Céspedes (Estrella 57, entre Águila y Ángeles, Centro Habana, La Habana) escribe en nombre de las 11 familias que residen en su edificio, cuya planta baja  está ocupada por lo que fue un almacén de la tienda Feito y Cabezón, sita en Reina y Lealtad, en ese municipio.

Y a pesar de que ya el almacén no está activo como tal, señala la señora, los directivos se niegan muchas veces a abrir el local, donde está aislada la cisterna de agua que abastece a todos los apartamentos. Y ellos tienen necesidad de limpiar la citada cisterna y el propio local, que se ha convertido en un basurero y nido de ratas, cucarachas, mosquitos y alacranes. Como que también les urge arreglar las tuberías de aguas negras, que están rotas por el peso de los materiales almacenados y la operación de los montacargas durante tanto tiempo.

Tal es la situación de deterioro, que cuando llueve, los patios de los apartamentos se rebosan de excrementos. Y los vecinos no pueden hacer nada, porque ni tienen llave del local ni las economías para resolver tan peligroso foco, que debía ser de extrema preocupación de las autoridades municipales.

Esperemos que esta alerta reciba respuesta urgente de los responsables de solucionar el problema.

A un año de tupición, nada...

Josefina Casanova Suárez (Calle C, No. 58, apto. 6, entre 3ra. y 5ta., Plaza de la Revolución, La Habana) cuenta que el 10 de junio de 2019 reportó a la Dirección Municipal de la Vivienda una gran tupición que tienen en el tragante que está al lado de la cisterna del edificio.

A los seis meses fueron allí, y les dijeron que la tupición era muy grande y había que hablar con la Empresa Eléctrica para que desconectaran y poder trabajar sin peligro. Fueron los de la Eléctrica en el municipio y dijeron que no había necesidad de desconectar.

«Hasta esta fecha seguimos en la misma situación, afirma.  Ahora llamo y me dicen que no hay combustible, y que ahora los residentes en el edificio tienen que pagar el servicio. No nos interesa el asunto del pago… lo que no entiendo es que solo faltan tres meses para que se cumpla un año de la queja reportada».

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