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La maldad y el crimen

«Asesinar es repugnante, asesinar a hombres desarmados y amarrados es monstruoso…». Así describió Fidel al grupo de contrarrevolucionarios que hace 20 años privaron de sus vidas a cuatro jóvenes combatientes del Ministerio del Interior que resguardaban las fronteras del país

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

A Juana Quintosa se le hace un nudo en la garganta y se le llenan de lágrimas los ojos solo de recordar aquel día en el que, hace 20 años, su hijo no regresó.

«Perder un hijo es una tristeza incomparable, a la que se le une el orgullo inmenso de saber que su muerte fue en defensa de los ideales que su padre y yo le inculcamos. Pero de todos modos, tuve que ser muy fuerte, como el resto de la familia, para que Rolandito, mi nieto, no sintiera el vacío eterno ante la ausencia de su papá», dice la anciana de 70 años, quien hace un lustro perdió también a su otra hija, víctima de cáncer.

Rolando Pérez Labrada, el hijo de Rolando Pérez Quintosa —el más joven Héroe de la República de Cuba— hoy tiene 20 años y estudia Ingeniería Informática en la Universidad de las Ciencias Informáticas como cadete insertado. Es de carácter serio y de pocas palabras, pero cuando se habla de su papá, su curiosidad es inagotable y su mirada denota una imaginación atrevida.

«No lo conocí, no pude jugar pelota con él ni hacer las tareas juntos, ni salir a pescar… nada de lo que normalmente hace un niño con su papá. Lo que sé de él y de cuánto nos parecemos, se lo debo a mi mamá, a mi abuela, a toda mi familia y a algunos de sus amigos que no dejan de contarme anécdotas de su época de estudiante y de sus inicios en la Policía», comenta Rolando.

En las clases de Historia, en la escuela, cuando se hablaba de esos sucesos, él se sentía parte de los acontecimientos. De otra forma, claro, pero no era solo leer y escuchar como los demás porque él, dice, tenía la historia verdadera en la casa.

«Lo que sí no puedo negar es el compromiso tan grande que tengo al ser su hijo: el de ser mejor todos los días, el de esforzarme en el estudio y en el trabajo, con responsabilidad y disciplina. La deuda con él es esa porque por lo demás me han dicho que nos parecemos bastante —sonríe— y eso me alegra», afirmó Rolando.

Reconforta escuchar esas palabras de quien no tuvo el calor paterno «en vivo» pero al que le ha sobrado el cariño de su familia y el de todo un pueblo que también sufrió la pérdida de su padre, junto a la de otros tres jóvenes combatientes que hoy son conocidos como los Mártires de Tarará, y cuyas historias se atesoran en el Museo Rolando Pérez Quintosa, en el municipio capitalino de Guanabacoa, en la que fuera la antigua residencia de la familia.

La triste historia

Es 8 de enero de 1992. El joven suboficial Rolando Pérez Quintosa, de 23 años, se alistaba para salir a trabajar. Debía cumplir el turno en el punto de policía de Tarará, adonde fue asignado luego de solicitar su traslado de la carpeta del punto de Celimar.

Se despidió de su madre, de su esposa y de su pequeño Rolandito, de solo cinco meses de nacido, con un beso, un abrazo y un nos vemos mañana. Salió convencido de que ese día, como tantos otros, la tranquilidad estaba garantizada.

Juana Quintosa, su madre, sintió que el pecho se le apretaba, como cada día. «Su trabajo tenía el peligro siempre al acecho, aunque muchas veces no sucedía nada. Había que confiar», sentencia ahora.

Horas después, en la madrugada del día 9, el veinteañero Orosmán Dueñas Valero cumplía con su servicio de guardia en el puesto fronterizo de Tarará, zona en la que también cumplía con su deber el joven Rafael Guevara Borges, quien había integrado las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias durante cinco años antes de ingresar al Ministerio del Interior.

Elementos contrarrevolucionarios, dispuestos a robar una embarcación en la Base Naútica de Tarará para abandonar ilegalmente el país, llegaron al lugar y atacaron. Uno de los miembros del grupo, Luis Miguel Almeida —quien trabajó en el lugar hasta diciembre de 1991— fue el primero en llegar y el encargado de distraer a Orosmán y a Rafael para que los otros los agredieran por sorpresa. Los golpearon y amarraron y les quitaron las armas, entre ellas un fusil AK. Al oír el tiroteo, acuden al lugar los jóvenes combatientes de la Policía Nacional Revolucionaria Rolando Pérez Quintosa y Yuri Gómez Reinoso.

Orosmán, Yuri y Rafael murieron en el lugar, pero Rolando, a quien dieron por muerto los asaltantes antes de escapar, solo estaba herido. Se aferró al interruptor y encendió y apagó la luz varias veces para llamar la atención de las otras fuerzas de apoyo.

Mientras trasladaban a Rolando a la ambulancia, gravemente herido y sin perder aún el conocimiento, él pudo decirle a un oficial que Luis Miguel era uno de los malhechores. «Fue el violador, el violador», repitió, pues en aquel momento el sujeto era investigado por un crimen de ese tipo.

Los delincuentes fueron encontrados gracias a la divulgación de sus fotos en diferentes medios de prensa.

Con las llamadas recibidas en el Puesto de Mando, los oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el MININT lograron capturar a los asaltantes y a sus cómplices, aproximadamente 24 horas después de ocurridos los acontecimientos.

Rolando hizo su declaración de los hechos mediante las preguntas de su madre, pues su estado grave no le permitía ni hablar. Treinta y siete días después de su ingreso en el Hospital Naval, adonde se dirigió el Comandante en Jefe Fidel Castro en varias ocasiones, su muerte fue inevitable.

En su entierro, el líder histórico de la Revolución expresó: «Asesinar es repugnante, asesinar a hombres desarmados y amarrados es monstruoso…».

El Tribunal Provincial Popular de Ciudad de La Habana dictó sentencia en febrero de ese mismo año. Luis M. Almeida Pérez y René Salmerón Mendoza, cabecillas en el crimen, fueron condenados a la pena máxima. Al resto se les impusieron sanciones por piratería y complicidad de asesinato de 30, 25 y 15 años de privación de libertad.

Las familias de los Mártires de Tarará, como se nombra a estos cuatro jóvenes valientes que defendieron el suelo patrio y los bienes de la Revolución hasta el final, ya no los tendrían en su seno, pero Cuba los recuerda, día a día, como un inigualable ejemplo.

Por sus valores y probados méritos revolucionarios se le otorgó post mórtem a Yuri Gómez Reinoso la militancia en la Unión de Jóvenes Comunistas, la Medalla al Valor, la Orden Julio A. Mella, y el Sello 20 años de Vigilancia Revolucionaria que otorgan los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

Orosmán Dueñas Valero fue condecorado, de igual manera, con la Medalla por la Protección de la Frontera de Primera Clase, que otorga el Ministerio del Interior, y le fue conferida la militancia en la UJC, con la entrega de la medalla y el carné a sus padres.

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