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La salvación que habita en Martí

En nuestro presente de nacimientos, tenso como canal de parto, el Apóstol acompaña, enseña, espera de nosotros. A casi 160 años de aquel Belén de nuestra historia —que fue el 28 de enero— Cuba tiene que seguir aspirando al alumbramiento de la martianidad

Autor:

Alina Perera Robbio

Serán para siempre preguntas sin alivio esas que me hago cuando José Martí se convierte por cualquier motivo en tema mientras converso con amigos o simplemente medito sumergida en la aparente quietud de la vida: ¿Cómo pudo ser él, tan único, tan adolorido y enorme? ¿Qué milagro obró su salto desde las condiciones duras de un habanero «más», hasta la trascendencia, hasta la luminosidad que nos encandila y atraviesa?

Muchas veces me he dicho de él, sin poder siquiera imaginar su sacrificio: «Pobrecito…»; y he llorado como cuentan lloró un cubano grande mientras lamentaba el tiro que, afirman, le partió la lengua.

Así empiezo este texto sobre un asunto difícil y abarcador: ascendencia del Apóstol sobre las mujeres y los hombres que hicieron y hacen Revolución en la Isla. Intento encontrar el hilo. Y encuentro dos conceptos que pueden funcionar a modo de claves para emparentar pasado, presente y futuro, para encontrar la salvación que habita en Martí y que alienta a todo revolucionario: su pureza moral —arista que el maestro Cintio Vitier dejó explicada antes de convertirse él en poesía—; y la posibilidad, simbolizada en el héroe, de convertir (como Cintio y otros cubanos han definido) lo imposible en realidad, lo inexistente en sustancia.

Busco en el pensamiento de altas olas de un cubano, de un martiano rotundo: José Lezama Lima. Del Apóstol dijo este viajero incansable por los universos del saber y de las esencias nuestras:

«Hombre traído para agrandar, para vivir la hipérbole de la extensión de un dominio, sabe que lo que él logre dilatar será ya sustancia que habrá de llevar hasta allí, hasta el ondulante límite de su imaginación. “Pongo toda mi buena voluntad —nos dice— para agrandar esos temas, para poetizar estos parásitos desnudos, para infernizar estas implacables mansedumbres”. Su afán de tocar la tierra antes de morir, era una exigencia de esa hipérbole ganada por su imaginación, pues necesitaba ese punto de tangencia para demostrarnos que su reino de imaginación tenía una fulminante gravedad (…)». (1)

Y deja caer Lezama sus palabras como percepciones definitivas, en las cuales encuentro algo de explicación al hecho de que Martí sea eje de la historia patria: «Ahora la sentencia de Martí está en su totalidad. Su sobremesa familiar, las noches en que llegó a ciudades lejanas, sus amistades mexicanas, los finales de sus clases en los otoños neoyorquinos, sus lecturas en las casas paradojales de los revolucionarios anticuarios, sus conversaciones ya indescifrables con Rubén Darío, el hechizo con que penetró en el bosque de la muerte, todos los signos que corren a su totalidad son los que tenemos que tocar y reverenciar, descifrar y habitar». (2)

En el libro Ese sol del mundo moral, donde en casi todas sus páginas Cintio Vitier desarrolla el tema de estas líneas, el autor explica la naturaleza revolucionaria del Maestro:

«Martí encarna un nuevo tipo de revolucionario que no se resigna a partir de los postulados del colonizador (el desprecio, la represalia, el odio), sino de postulados propios y originales; que no se conforma con la conquista de la libertad desde la esclavitud, sino que aspira a la destrucción de la esclavitud desde la libertad; que escapa a la trampa del resentimiento (victoria profunda del enemigo) y al cerrado causalismo de las reacciones primarias, en sí mismas legítimas, para situar el combate en su propio terreno y pelear solo con armas altas, limpias y libres: “La pureza de su conciencia”, “La rectitud indomable de sus principios”». (3)

Más adelante Cintio sigue subrayando conceptos alusivos a la impronta que José Martí aporta originalmente al discurrir de la historia: «De esto se trata: de vivir y pelear por la honra universal del hombre.

«¿Idealismo excesivo? Ya vimos que por esos caminos iban la práctica militar y el pensamiento revolucionario de los dos grandes jefes populares de la guerra del 68: Máximo Gómez y Antonio Maceo, sin contar los ejemplos de Agramonte y los esfuerzos de Céspedes por la “regularización” de la guerra frente a los desafueros españoles. Se trata, sí, de un planteamiento original, pero no exclusivamente personal de Martí: lo que él hace es llevar hasta sus últimas consecuencias filosófico-políticas una inspiración que estaba en las tendencias más espontáneas de la Revolución Cubana. Se trata, pues, de un planteamiento “autóctono”, que en Martí va a alcanzar la plenitud de toda una concepción ética del mundo, según veremos.

«Esa concepción madura durante su destierro en España, su peregrinación por América Latina, y su estancia de casi 15 años en Estados Unidos. En España confirma que no hay nada que esperar de sus gobiernos, monárquicos o republicanos; que el pueblo español, lleno de virtudes latentes (sobre todo en sus raíces regionales y comuneras), es también víctima de la obtusa Metrópoli; que el vínculo impuesto entre España y Cuba, por ley histórica, ha de romperse inexorablemente. Ya lo sabía el adolescente que tuvo primero que enfrentarse con su padre, sargento y celador del Gobierno colonial, y con la resignada resistencia de su madre, en el hogar sufrido, lleno de niñas, amenazado siempre por la miseria, pegado a los muros de La Habana. Allí conoció una célula, que estaba en su propia carne, de la honradez, la limpieza y la dignidad de lo que él llamó “el sobrio y espiritual pueblo de España”; conoció también la trágica divergencia del espíritu de la tierra que lo dominaba. Ellos estaban hechos para resistir; él, para liberar». (4)

Martí en ellos

De un momento cardinal en la historia cubana nos habla Cintio en Ese sol del mundo moral. Y en todo cuanto estalla y comienza a crecer, es indudable la inmanencia del Apóstol: «El año 1923 señala los primeros signos públicos de la generación que inaugura en Cuba la toma de conciencia de la neocolonia y los métodos de lucha que la nueva situación exige: la generación de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau y Antonio Guiteras».(5)

«Los dos problemas necesariamente aplazados por Martí —expresa Cintio—, la justicia social y el antiimperialismo republicano (…) eran problemas inaplazables y constituían la tarea inmediata de una generación que, la primera, sin romper el puente con lo mejor del siglo XIX —representado de diverso modo por hombres como Carlos Baliño, Eusebio Hernández, Manuel Sanguily y Enrique José Varona— era ya simultáneamente martiana y marxista». (6)

Vitier nos recuerda, entre otros tantos detalles, que Pablo de la Torriente, nacido en Puerto Rico, había aprendido a leer en La Edad de Oro, y que no fue martiano literario, de «Academia ni de calcomanía, como entonces se usaban, sino por la raíz de los ideales justicieros». Y nos dice que Villena tuvo fuerzas para pasar rápidamente del desaliento casaliano a la energía martiana. Y que Mella se acercó entrañablemente desde el marxismo al Apóstol, «con la misma emoción (confesó Julio Antonio), el mismo temor, que se siente ante las cosas sobrenaturales».

En todo gesto, desgarrador, arrestado o silencioso, pero siempre fecundo en pos de un país más humano, siguió estando José Martí. Hubo notas más sumergidas que otras en el esfuerzo por continuar hacia delante; y en ese camino, la decisión del grupo de jóvenes que asaltó el cuartel Moncada no dejó morir, como dijera Fidel, al Apóstol en el año de su centenario.

«El inmenso caudal martiano de ideas y principios —ha dicho el líder histórico de la Revolución— fluía en nosotros en el centenario del nacimiento del Apóstol. En aquel discurso (su alegato de defensa frente a un tribunal que, como ha expresado Cintio, «inútilmente lo juzgaría»), justifiqué y fundamenté el derecho a la insurrección, a la luz, incluso de toda la filosofía liberal: la que imperó en la Revolución Francesa, la que imperó en la revolución en Estados Unidos, el derecho a la rebelión frente a la tiranía, defendido desde mucho antes por los enciclopedistas y los filósofos en Europa». (7)

Más adelante Fidel afirma: «Hay una continuidad de pensamiento de las ideas de Martí y las ideas marxistas-leninistas, que corresponden a esta época donde existe el imperialismo, donde existe el capitalismo, cuando no solo es un fenómeno en Cuba sino un fenómeno en el mundo entero. Y si Martí fue capaz de tener aquel pensamiento en aquella época, hoy Martí sería marxista-leninista, sería comunista, no hay la menor duda. En su época y su entorno era imposible, pero era un pensamiento avanzado, luminoso».(8)

Como punto de giro en el cual tanto anhelo encontró sentido y cuerpo, las primeras horas de 1959 fueron la lección martiana de que lo imposible podía trocarse en posibilidad. «Y vimos cómo la capital —ha expresado Cintio— se volcaba para cumplir el recibimiento que parecía definitivamente frustrado, y cómo los héroes, los sacros campesinos, el ejército más hermoso del mundo, entraba lenta, gozosa, profundamente durante todo el día y una noche de solemne hartazgo, en la ciudad (…) Comenzaban entonces otros combates; pero desde entonces el devenir tiene raíz, coherencia, identidad. La sangre ha sido aceptada, el sol de los vivos y los muertos brilla exigente en el centro de todo».(9)

Y en nuestro presente de nacimientos, tenso como canal de parto, Martí acompaña, enseña, espera de nosotros: habrá que seguir acometiendo el deber revolucionario, casi milagroso, de convertir lo aparentemente inalcanzable en logro salvador; de tocar y reverenciar, de descifrar y habitar, como ha exhortado Lezama, todos los signos que corren a la totalidad del Maestro.

(1) Lezama Lima, José: Secularidad de José Martí, en Confluencias. Selección de Ensayos, Editorial Letras Cubanas, 1988, página 208.

(2) Ibídem, página 209.

(3) Vitier, Cintio: Ese sol del mundo moral, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, página 74.

(4) Ibídem, página 74-75.

(5) Ibídem, página 125.

(6) Ibídem, página 129.

(7) Castro Ruz, Fidel: Fidel Castro Ruz, Guerrillero del Tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, de Katiuska Blanco Castiñeira. Primera parte, tomo II. Ediciones Abril, 2011, página 262.

(8) Ibídem, 265.

(9) Vitier, Cintio: Ese sol del mundo moral, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, página 214.

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