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El pez de las siete vidas

El clarias resuelve parte de las necesidades alimenticias de los cubanos, ya que su índice de conversión es muy favorable; sin embargo, no puede desconocerse el peligro que esta especie puede representar para la biodiversidad

Autor:

Iviani Padín Geroy

Manuel tuvo que hacer trampa para demostrar que tenía razón. Ni su esposa Yilian ni su suegra Mary querían saber nada de ese pez feo llamado claria. Trajo el paquete de carne y les dijo que era pescado de mar, lo adobó y lo puso en el congelador.

Al día siguiente Yilian cocinó el pescado y quedó encantada con su sabor. Manuel comenzó a reír y le explicó qué había comido. «¡Pues quiero más!», le respondió. Desde entonces los tres persiguen al pescador que vende el paquete de filetes a 40 pesos.

«Ese paquete me da para cuatro o cinco comidas; a todos nos gusta mucho el pescado; pero aquí en Santa Clara se hace difícil conseguirlo, y la claria ha resuelto ese problema», comenta Mary.

A Mónica Leyva, de Lawton, en La Habana, también le gusta. La probó en la casa de un primo en el campo. Esa fue la única vez que pudo comerla, porque no sabe dónde puede comprarla aquí en la capital. «En las pescaderías nunca he visto que la oferten», precisa.

«¡Claria, no! Tiene unos bigotes horribles y dice la gente que la carne sabe a tierra... a mí, realmente el único pescado que me gusta es el atún», explica Luisa López, del Vedado.

Desde que apareció este pescado ha tenido muchos detractores, que como Luisa, lo juzgan por su «feo» aspecto o lo culpan por la desaparición de otras especies que antes abundaban en los ríos como la tilapia, la tenca y la trucha. Para saber la certeza de esos criterios Juventud Rebelde fue en busca de especialistas.

Y llegó Cuba

Nilia Ana Dalmendray Gómez, especialista en Seguridad Biológica de la Dirección de Regulaciones Pesqueras y Ciencias del Ministerio de Industria Alimentaria (Minal), recordó que el clarias gariepinus, del tipo pez gato (orden Siluriformes) y de la familia de clariidae (pez gato capaz de respirar fuera del agua), se introdujo en Cuba a fines de los años 90 del pasado siglo.

Sin embargo, existe una gran polémica sobre la manera que entró al país esta especie, que al parecer no fue correcta. «Se hicieron los ejercicios de evaluación de riesgos y se tomaron las precauciones necesarias. Se pusieron en una unidad de cuarentena para verificar las características de su ritmo biológico ya que podía desplazar otras especies. Estuvieron en observación más de dos meses para corroborar, además, que no trajeran enfermedades nuevas», detalla.

Después de vencer la cuarentena se pasaron a las piscinas de hormigón para el cultivo intensivo, donde se les alimentó en aras de garantizar un crecimiento más rápido. «También existe el cultivo extensivo, que ocurre cuando se introducen en los embalses, pero esto no está permitido con esta especie, porque aún se considera exótica con riesgo», precisa.

Existen evidencias de que en los primeros años del programa, eventos meteorológicos como las grandes lluvias que durante 2001 y 2002 provocaron los ciclones Michelle, Isidoro y Lili, junto con las características propias de la especie, propiciaron su dispersión en los ecosistemas naturales del país, presas, embalses, ríos.

Según estudios realizados por los espeleólogos, se han encontrado incluso en algunas cuevas donde habitan especies endémicas y que son vulnerables ante un gran depredador omnívoro como es el clarias.

Un predador de cuidado 

«Hasta el momento no se han realizado estudios de impacto ambiental relacionados con esta especie, por lo que toda la información queda en un marco especulativo. No hay una investigación científica rigurosa en regiones determinadas que nos permitan conocer el impacto que ha tenido su introducción», argumenta Dalmendray Gómez.

Agrega que «lo más cercano a un estudio de ese tipo lo planteó en un taller que realizamos Yuliet González, especialista del Centro Nacional de Áreas Protegidas, quien vivió muchos años en la Ciénaga de Zapata, realizó estudios de la fauna de la región e investigó el contenido estomacal de el clarias para saber de qué se estaban alimentando.

«A partir de los resultados, pudo conocerse que el contenido examinado indica una dieta generalista, tiene una gran capacidad de depredador y tal habilidad provoca un impacto negativo sobre la biodiversidad de la Ciénaga. No se encontró ningún resto de manatí en sus estómagos, pero sí de jicoteas y cocodrilos pequeños».

Hablamos de un pez que se adapta con facilidad al medio y que puede sobrevivir en un ambiente de humedad o fangoso. Generalmente son de color negro opaco, pueden pesar hasta 60 kilogramos y medir más de un metro; tienen una larga aleta dorsal, ojos opacos y saltones y cuatro pares de bigotes en la boca.

Debido a su corta visión, detecta a sus presas por el olfato y los bigotes, y es un cazador nocturno, por lo que prefiere localizar su alimento cerca del fondo. Otra de las características que sorprenden es su capacidad para sobrevivir fuera del agua. Valiéndose de sus aletas pectorales puede desplazarse sobre tierra buscando mejores condiciones de vida en otro lugar.

¿Ponerle un freno al clarias?

Antes de su introducción en Cuba ya se comercializaba en más de 30 países, donde se adaptó con facilidad, gracias a su enorme capacidad de soportar condiciones ambientales extremas.

El clarias resiste ayunos prolongados, puede vivir en aguas con poco oxígeno, pues posee un órgano respiratorio adicional (una modificación del arco branquial que consigue crear una cámara de aire) que le permite hundirse en el barro húmedo y sobrevivir durante meses a sequías extremas. Tolera, además, concentraciones de miles de ejemplares por metro cúbico de agua, lo que convierte la especie en ideal para el cultivo.

Ariel Padrón Valdés, director de Regulaciones Pesqueras y Ciencias del Minal, destacó que este pez está resolviendo parte de las necesidades alimenticias de los cubanos, ya que su índice de conversión es muy favorable; gran parte de lo que comen se transforma en biomasa.

Sin embargo, no puede desconocerse el peligro que puede representar para la biodiversidad, por lo que los especialistas hemos tomado varias medidas para controlarla. Así, se aprobó en el sistema empresarial una forma de pago diferenciado para los pescadores que capturen estos peces.

En la Ciénaga de Zapata, reservorio natural del país, la medida abarca también a los pescadores privados, explica Padrón Valdés, quien señala que «la especie solo se cultiva intensivamente en estanques de tierra o de cemento, y no se lleva a ningún embalse, laguna o río».

En la actualidad ya no se registran los volúmenes de clarias que aparecían hace aproximadamente cinco años, pero sí se conoce que cada vez son más los ecosistemas que colonizan. Su carne se utiliza como alimento para la comercialización en divisa y tiene mucha aceptación entre los extranjeros. Sin embargo, los volúmenes de captura no suplen la demanda del consumo nacional.

En tal sentido trabaja el Minal, que cuenta con un total de 13 instalaciones autorizadas a realizar las actividades de reproducción artificial y producción de larvas de clarias, así como 24 estaciones de alevinaje y 34 granjas de ceba que cultivan intensivamente la especie en casi todas las provincias.

 

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