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Santiago Feliú: sin hacer concesiones

El «trovador del rock and roll» conversó con JR sobre su nuevo CD Ay, la vida

Autor:

Kaloian Santos Cabrera

Desafiante se presentó en una audición para entrar al Movimiento de la Nueva Trova. Corría el año 1978 y tenía entonces solo 15 años. Santiago Feliú disparó Batalla sobre mí y Dime, dos temas de su autoría. Entre los miembros del jurado estaba Pablo Milanés y cuentan que, cuando el adolescente terminó, el ya consagrado bardo exclamó: «Ojalá alguna vez yo hiciera dos canciones como esas».

Y porque solo quería tocar la guitarra, escribir y cantar dejó la escuela en octavo grado. Quizá era algo irremediable pues desde los cinco años Santiago estaba «dándole a la guitarrita» y viendo a su hermano Vicente Feliú reunirse a cantar con Silvio Rodríguez y Noel Nicola.

«Santi solo te pide que lo escuches un instante, porque sabe bien, eso sí, que un par de canciones después su encanto y su magia son capaces de atraparte, electrizarte y hacer que te enamores de su ángel, para siempre». Carlos Varela.

Ahora, «cuarentonamente», el autor de Para Bárbara anda en busca de otra canción y se confiesa ser una «porfía en razón». Y lo es. Además, sigue «gago, zurdo y vago» y, para colmos, con orgullo y razón se autoproclama «la trova del rock and roll». Y hay mucho más, imposible de ceñir en un par de oraciones —como las anteriores— aunque yo me haya valido de desarmar la letra de su canción Sin tanta soledad para abrir así esta entrevista donde el trovador, gracias al auxilio de amigos mutuos como Humberto Manduley y Darsi Fernández, nos cuenta de su nuevo CD Ay, la vida, que llega casi una década después de Sin Julieta (2002).

—¿Por qué tanto tiempo sin sacar un disco?

—Trato de hacerlo cuando tengo más de diez canciones logradas. Un disco al año generalmente tiene tres canciones buenas y las otras bastante menos. Aunque no soy de sentarme a trabajar, y cierto es que soy bastante vago, sigo abogando por la espontaneidad. Sé que cuando bajan las musas deben encontrarte trabajando, pero tengo mis rachas de creatividad y espero por ellas. Por eso no me comprometo con disqueras en entregarles x discos en x años. Prefiero uno bueno a 20 regulares. Tampoco abundan las posibilidades de grabar en buenos estudios. Es cuando se puede. En fin… voy a mi aire.

—Más allá de un álbum, ¿qué puede ser Ay, la vida: quejas, suspiros, declaración de principios cuando pasas los 40?

—Más bien cuando se acercan los 50. No soy jovencito. Ni siquiera joven. Soy un «jovenzote» y este disco es «madurote». Apto para mayores de 40 o jóvenes muy intuitivos.

«Ay, la vida es una canción llena de versos reflexivos sobre la vida. Da título al disco porque lo resume: Hay un tema a mi hijo, otro sobre mi relación con la canción, como siempre alguna que otra de amor y otra de amor desamorado, un autorretrato, una sobre Cuba... Es un CD como la vida misma. La verdad es que son 37 minutos entretenidos, fluidos, que se dejan escuchar sin pasar temas y sin aburrir. Modestia incluida.

«Le debo mucho también en este disco a la suerte de contar, una vez más, con Roberto Carcassés, Descemer Bueno y Elmer Ferrer, grandes músicos y grandes amigos que siempre me acompañan.

«Otro lujazo fue contar con Oliver Valdés en la batería y cantar junto a Haydée Milanés, Yusa, Melvis Estévez y Silvio Rodríguez, que cantó precioso y por primera vez grabamos un tema en estudio. Entre todos hacemos buena química de empaste que equilibra y embellece el disco».

«Diría yo que Santiago Feliú, zurdo gago al que se le caen los dientes de su barba, le sobra razón para lo que la vida da de sí y le faltan palabras para tanta música como le nace». Joan Manuel Serrat.

—A propósito de que lo mencionas, ¿de qué forma irrumpió Adriano en tu vida, en tus canciones?

—Siempre le tuve pánico a ser papá por mi alocada manera de vivir los intensos 70 y 80 (todavía el condón no era popular, ni tan superimprescindible. Con esto no trato de evadir responsabilidades. Los días eran así).

«El caso es que Adriano llegó porque su mamá, a quien también le dije que no, me dijo: “Ok, entonces vete que yo lo tengo sola”. Esto se lo agradeceré toda la vida, porque es un niño bello, un superhijo y porque sin proponérmelo he resultado ser un padrazo. Y es que un hijo supera al mismísimo amor. Te encuentras, te vuelve más seguro, más fuerte, más sabio... Es tremendo».

—Has dicho en alguna ocasión que eres «un adicto a la belleza que provoca la tristeza traducida en música» ¿Es este CD también producto de esos felices desamores?

—Puede ser, pero a diferencia de Sin Julieta, Ay, la vida tiene más de mi veta roquera, menos guitarra rebuscada. Es una poética más «directa». También por primera vez grabo cuatro canciones acompañándome decorosamente al piano.

¿El resultado final del Ay, la vida se parece a lo que soñaste?

—Sí. Creo que es la primera vez que me pasa. Sobre todo en el asunto grabación, mezcla, masterización y diseño. Generalmente son buenos mis discos en repertorio y acople, como obra artística, musical, pero tienen sus defectos de producción que siempre es culpa del poco tiempo disponible.

—¿A estas alturas cuánto hay de oficio, y cuánto de inspiración para crear?

—Dejo que la inspiración supere al oficio. La música me sale más espontánea. Casi siempre con una estructura de canción. Luego trato de poner versos sobre esa melodía inventada. También, a veces, con melodías sin palabras, hago instrumentales por puro «placer guitarrístico».

«La verdad es que escribir me cuesta. El qué decir es una cuestión trabajosa sobre todo cuando se ha dicho tanto, incluyéndome. Pero el español es tan mágico que te permite inventarte una poética que va diciéndose sola. Así me va saliendo la canción».

—Entonces ¿cómo has tenido que amañártelas para que tus producciones discográficas y tu carrera sean coherentes con lo que tú quieres y no con lo que requiere el mercado o los medios de difusión?

—Sin hacer concesiones. Nunca pasaré de moda porque nunca estuve de moda. Aspiro a ser como el vino, mientras más viejo mejor. El mercado me da igual, solo quiero que me escuche quien me necesite.

—La vida es motivo reiterado de tus canciones…

—Debe ser por la muerte.

—Y los años 80 son un capítulo esencial en tu historia…

—Realmente da para un libro. En esa década conocí a Donato Poveda, que también andaba callejeando, en una evaluación para la Nueva Trova. Fue un hechizo mutuo de guitarra y poesía. Hicimos un dúo bastante ingenioso «guitarrísticamente hablando» y con un interés radical de hacer algo novedoso armónica y poéticamente. Luego me encontré a Frank Delgado, Carlitos Varela y a Gerardo Alfonso para compartir los años luminosos del Movimiento de la Nueva Trova.

«En el año 85 Silvio me invitó a su gira con AfroCuba por España y Sudamérica. Recuerdo que cantábamos Historia de la silla y Para Bárbara. Luego me dejaba en el escenario, yo hacía dos temas con AfroCuba y un par más solo. ¡Era increíble! El intensivo aprendizaje con semejante trovador junto a semejante “bandón” fue intensamente bello.

«En Argentina aprendí que existe un rock en castellano y, además, buenísimo. Trabajé con Fito Páez, León Gieco y Juan Carlos Baglietto, entre otros. Esa etapa fue esencial para exaltar mi veta roquera.

«En el 89 me quedé un tiempo en Colombia, de donde fui expulsado por mis andanzas con el Movimiento guerrillero M-19. Es el propio Silvio quien me rescata en Santiago de Chile y me devuelve a La Habana. Llegué con mis Náuseas de fin de siglo a comenzar los 90.

—Y en ese tema cantas: «Lo que pasa es que lo eterno/ no es de nosotros. / Lo imposible es esa brújula rota en el alma./ El amor de la sonrisa/ contaminándose más./ Y en el miedo de querer/ todo lo que está ahogándose». Y ahora te pregunto: ¿Qué náuseas te provoca el principio de este nuevo siglo?

—Pues son las mismas: El hombre sigue bruto, prepotente y mediocre. Destruye el planeta y juega a la guerra en nombre de la paz. Y tanto avance de la ciencia y la tecnología para luego involucionar.

«Creo que sería bueno una invasión de extraterrestres para ver si nos unimos y dejamos de matarnos entre nosotros».

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