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El volcán que despertó a Bayamo

Una canción con 160 años de existencia mantiene vivos sus enigmas y la manera de estremecer

 

Autor:

Osviel Castro Medel

BAYAMO.— Todos los cubanos deberíamos mirarnos en el espejo apasionado de aquella canción, la que saltó de una ventana individual a la vena de un país completo, la que estremeció no solo el corazón de una mujer hermosa sino también el de toda una ciudad llena de leyendas.

Deberíamos hacerlo porque en su letra hay, como en pocas, ternura y fuego… lirismo y amor. Y porque en su historia habitan misterios insondables.

Todavía hoy, a 160 años de su estreno en la antigua calle San Salvador, a algunos soñadores les parece estar viendo aquella novela real, acaecida presumiblemente en la oscuridad del 27 de marzo de 1851, cuando cuatro hombres noctámbulos, vestidos con elegancia, se detuvieron ante la ventana de una majestuosa casa para hacer estallar un volcán de poesía.

Se cuenta que uno de ellos, llamado Francisco del Castillo y Moreno, dijo con los nervios de punta: «¡Ahora!», y se escucharon de inmediato acordes de guitarra y las oscilaciones vocales de un tenor que hacía llorar.

«¿No recuerdas gentil bayamesa / Que tú fuiste mi sol refulgente…». Era el canto de Carlos Pérez, quien junto a Carlos Manuel de Céspedes, José Fornaris y el citado Pancho había llegado hasta la casa de María de Luz Vázquez y Moreno.

Lo cierto es que varios vecinos se despertaron maravillados con la melodía. Que la homenajeada no pudo contenerse y, concluida la serenata, fue hasta la puerta e hizo pasar a los caballeros.

Se sabe entonces que hubo reconciliación entre ella y Francisco —quienes por cierto eran primos— locos de un amor que no resistía más la separación sembrada por ciertos chismes. Este arreglo con tan ilustres personajes como testigos bastaba para haber hecho imperecedera a la creación. Pero existen otros detalles que vuelven grandiosa a esa composición, la cual tomó luego el sugerente título de La Bayamesa.

Novios y esposos

Nadie discute hoy que la autoría de esta obra musical, considerada la primera canción romántica y trovadoresca cubana, corresponde a José Fornaris y Luque y a Carlos Manuel de Céspedes.

Sin embargo, durante un tiempo, fue declarada anónima, acaso por los incontables padres que le surgieron, ávidos de reconocimiento para tan bella letra. También hubo una época en que se le adjudicó solo a Fornaris (primer poeta siboneyista de la Isla), tal vez porque Francisco del Castillo contactó con él en primera instancia y le dijo: «Hazme una canción».

Con el paso del tiempo los tres han sido declarados sus creadores, pues Del Castillo y Carlos Manuel de Céspedes, quien era un buen pianista, idearon la música.

Uno de los enigmas que rodea aún esta pieza radica en la siguiente pregunta: ¿Eran Francisco del Castillo y Luz Vázquez novios o esposos cuando tuvo lugar aquella bella serenata?

Según Ludín Fonseca, historiador de la Ciudad de Bayamo y director de la Casa de la Nacionalidad Cubana, el primero que introdujo el «ruido» referente a que eran esposos fue el destacado investigador, periodista y bibliotecario del siglo pasado Enrique Orlando Lacalle, autor de varios textos sobre la Ciudad Monumento.

«Él era un estudioso excepcional de la genealogía de las familias bayamesas, y llegó a la conclusión de que si la canción había sido compuesta en verdad en 1851, para esa fecha ya ellos estaban casados, incluso tenían algún que otro hijo. Otros estudiosos, en cambio, defienden con vehemencia que eran novios», señala Fonseca.

Pero el historiador apunta que la prueba documental sobre cualquiera de las dos teorías no existe, porque «los libros parroquiales, que constituían una fuente fidedigna, desaparecieron con la quema gloriosa de la ciudad en enero de 1869».

Ludín Fonseca agrega que otro punto de discrepancia ha sido la fecha de su estreno: en una época se aseguró que La Bayamesa databa de 1848. Mas ya casi existe una certeza colectiva de que se cantó por primera vez en 1851, cuando Luz Vázquez tenía 20 años de edad.

Canto multiplicado

¿Por qué esta pieza trascendió los muros del tiempo y del lugar donde nació? No solo por ser considerada la primera romántica y de la trova en la nación.

Una de las explicaciones a la pregunta la brindó Alejo Carpentier en su libro La música en Cuba, cuando acotó que estaba «destinada a transformarse, al calor de los acontecimientos, en canción patriótica clave. Y era lógico: las estrofas que se dirigían, antes de la revolución del 68, a una “gentil bayamesa”, cobrarían inesperado valor años después por alusión subentendida a los años en que Bayamo se había visto libre de la dominación española».

Agreguemos otro hecho relevante: después de la quema de la ciudad se le inventó una parodia guerrera a la letra original, que la afianzó como símbolo de patriotismo e independentismo: «¿No recuerdas gentil bayamesa / Que Bayamo fue un sol refulgente / Donde impuso un cubano valiente / Con su mano el pendón tricolor? / ¿No recuerdas que en tiempos pasados / El tirano explotó tu riqueza / Pero ya no levanta cabeza / Moribundo de rabia y temor?»

En el plano creativo, el prestigioso musicólogo Odilio Urfé, citado por este mismo periódico hace diez años, nos recuerda que la canción posee una extraordinaria originalidad y hondo sentido humanista y que «inicia la liberación melódica de los patrones estéticos italianos en nuestro país, que estaba permeado por canciones y tonadas de entonces».

No es ocioso añadir que La Bayamesa creció también por la historia posterior de sus compositores y de su inspiradora.

Bien se conoce la obra de Céspedes (1818-1874): fue el Iniciador, el primer Presidente de la República en Armas, el que ganó el epíteto de Padre de la Patria, soportó la destitución y murió como héroe en las montañas de San Lorenzo.

Fornanis (1827-1890), uno de los que más les cantó a los aborígenes cubanos y a los sentimientos patrios, fue un reconocido conspirador contra la metrópoli española. Se le deportó primero a Palma Soriano y tiempo después, por el presunto acuchillamiento de un retrato de la reina Isabel II, a México; aunque en la capital cubana se le conmutó la pena por la de permanecer allá, lejos de Bayamo. No participó directamente en la guerra del 68, algo que le criticó con fuerza Carlos Manuel de Céspedes.

Francisco del Castillo, abogado reconocido en su tiempo, abrazó también el ideario independentista, pero falleció un año antes del estallido de la primera guerra por la liberación.

Mientras que Luz Vázquez —cuñada por cierto de Perucho Figueredo— al fallecimiento de su esposo tuvo que quedar al cuidado de los siete hijos (tres varones y cuatro hembras) del matrimonio. A todos inculcó ideas revolucionarias.

Ella misma abrió las puertas de su morada a la orquesta que, a la entrada triunfal de los libertadores a Bayamo en octubre de 1868, interpretaba los acordes del que luego sería Himno Nacional. En esa fecha vio morir a su hijo Pompeyo.

Y ella misma, tea en mano, prendió fuego a su mansión el 12 de enero de 1869.

Vivió entonces al lado de sus hijas en pleno monte, porque otro de los varones, Francisco, también había fallecido. Un día de 1870 fueron apresadas y trasladadas a Bayamo. Tuvieron que vivir en la cochera, lo único que había sobrevivido de la quema de la ciudad.

Su hija Ariadna, enferma de tifus, murió en sus brazos luego de negarse a ser asistida por un médico español.

No mucho después, Luz Vázquez, creyendo muerta también a Lucila (otra de sus hijas), a quien le había dado un desmayo por la tuberculosis que padecía, terminó con su vida.

Fallecía de angustias y dolores. Pero para la posteridad se llevaba unas estrofas convertidas en campanas, que dejaron de ser suyas con el tiempo. Fueron del alma eterna de su patria.

Dos bayamesas

Además de La Bayamesa original y su parodia guerrera, existe la de Perucho Figueredo, nombrada originalmente así y que con el paso de los años se convirtió en el Himno Nacional. Hasta nuestros días ha llegado también la de Sindo Garay, compuesta en 1919 con el título de Mujer bayamesa.

Letra original de La Bayamesa, de Céspedes y Fornaris

¿No recuerdas gentil bayamesa / Que tú fuiste mi sol refulgente / Y risueño en tu lánguida frente / Blando beso imprimí con ardor?

¿No te acuerdas que en un tiempo dichoso / Me extasié con tu pura belleza, / Y en tu seno doblé mi cabeza / Moribundo de dicha y amor?

Ven y asoma a tu reja sonriendo; / Ven y escucha amorosa mi canto; / Ven, no duermas, acude a mi llanto; / Pon alivio a mi negro dolor.

Recordando las glorias pasadas / Disipemos, mi bien, las tristezas; / Y doblemos los dos la cabeza / moribundos de dicha y amor.

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