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Tramas humanas a la puja por los Corales de ficción

Las dictaduras marcan profundamente el imaginario de los pueblos que las han sufrido, como es el caso de Chile. Aun cuando su cine no deja de reflejar problemas de la contemporaneidad, sus realizadores siguen mirando al pasado, acaso para entender mejor muchos conflictos actuales

Autor:

Frank Padrón

Las dictaduras marcan profundamente el imaginario de los pueblos que las han sufrido, como es el caso de Chile. Aun cuando su cine no deja de reflejar problemas acuciantes de la contemporaneidad, sus realizadores siguen mirando al pasado, acaso para entender mejor muchos de esos conflictos actuales.

Así lo demuestran filmes como No (Primer Coral en la edición anterior del Festival cinematográfico habanero) y Cirqo, que compite durante esta en los largos de ficción. Lo dirigió Orlando Lübert (Taxi para tres) y constituye un salto cualitativo respecto a aquella cinta que, con sus no pocos premios internacionales, incluido el Tercer Coral entre nosotros, en la edición 23 (2001), acusaba problemas dramatúrgicos y técnicos —sobre todo de sonido.

Con su nueva obra, el realizador chileno exhibe mayor amarre y afila mejor los cauces narrativos, al acercarse a un par de prisioneros que, a punto de ser fusilados, escapan y se refugian en un circo de mala muerte, a partir de lo cual son perseguidos incansablemente por un policía de Pinochet. La disyuntiva será no solo aclimatarse a su nuevo estatus, lo cual resulta bastante fácil —ambos comienzan a trabajar con los artistas ambulantes—, sino a la hora de reencontrarse con sus respectivas familias, por lo que trae resultados bien diversos aunque siempre desgarradores.

No escasean las «películas de circo» (desde las célebres Freaks o Trapecio, con Burt Lancaster y Gina Lollobrígida, o Enanos en la carpa, de Fassbinder, hasta las cubanas Tulipa y Mascaró, un cazador americano) donde generalmente se siguen los intríngulis, celos y colisiones de los peculiares histriones que trabajan en estos, pero ahora Lübert ha privilegiado el clima de inseguridad, zozobra y peligro que envuelve a los reclusos devenidos cirqueros ante la feroz tenacidad del esbirro por darles caza, lo cual incluye el matrimonio con la esposa de uno de ellos, al creerlo esta desaparecido.

Aunque con suficiente peso dramático, las singulares personalidades que conforman la «nómina» circense, y por tanto rodean al profesor y el estudiante incorporados al equipo, no son lo más importante, sino precisamente el peligroso y asfixiante contexto donde se insertan: las marchas y manifestaciones exigiendo a los familiares desaparecidos, o la presencia lateral, aunque omnipresente, del dictador hablando por la TV son recurrencias que no solo fijan la época, sino que diseñan admirablemente la ambientación, a lo que se suman la fotografía, la edición y la música en trabajos muy redondos. Y por supuesto, las actuaciones (Daniel Muñoz, Iván Álvarez de Araya, Blanca Lewin, Pablo Krögh…). Filme sólido e inspirador, es un fuerte aspirante a los Corales.

No puede considerarse así el mexicano Las horas muertas, de Aarón Fernández, que hace honor a su título. Se trata de un periplo ciertamente aburrido y desconcertante acerca de un jovencito que tiene que administrar en solitario un motel de habitaciones por horas debido a la enfermedad repentina del tío, dueño del local; cita habitual de parejas adúlteras, la mujer de una de estas, mucho mayor que el protagonista, aunque ciertamente atractiva, ante el frecuente retraso de su amante comienza a intimar con el adolescente.

Lo que pudo resultar un interesante y sustancioso estudio sobre relaciones eróticas y humanas en general, se malogra debido a la impericia del realizador para conferirle al relato un más adecuado desarrollo de los conflictos y una más perfilada conformación diegética que hubiera entonces logrado suficiente impacto en el espectador.

Si acaso se anota algunos puntos en el hallazgo de una atmósfera de desahucio y abandono que caracteriza al lugar, para lo que se elige erróneamente un tempo así de moroso, el cual redunda solo en la pérdida de atención de quienes se sitúan frente a la pantalla; también se descubren méritos en los desempeños, comenzando por el joven actor Kristian Ferrer, que encarna a Sebastián, como se llama el improvisado director del local, pero nada de ello es suficiente para conferir vida a un trayecto fallido.

Coproducida entre Uruguay y Argentina, El lugar del hijo, de Manuel Nieto Zas, consigue mejores resultados, sin llegar a explotar del todo sus posibilidades expresivas.

Un estudiante en Montevideo con problemas psico-motores, en medio de una reunión de su facultad para decidir los rumbos de una huelga, recibe la noticia de que su padre acaba de fallecer, y al llegar a su natal Salto encuentra un panorama desolador: la amante del progenitor pretende quedarse con la casa donde vivían, mientras el rancho del cual el difunto era copropietario está hipotecado y lleno de deudas que debe asumir el muchacho junto al socio de su viejo.

Más sugestivas y motivadoras que la historia en sí del protagonista, la cual se desarrolla con desigual ritmo y alcance, resultan ciertas alusiones a aspectos sociales de su entorno (la falta de verdadera conciencia política de un estudiantado cuyos motivos de protesta resultan fútiles y frívolos, o la aun más decepcionante actuación del ala en apariencia más radical del sector obrero, el cual termina pactando conciliatoriamente con los patrones); sin embargo, estas no se desarrollan suficientemente como para conferir al relato la densidad y alto perfil dramático que hubieran significado un mayor despegue.

Mucho cine para ver… e incluso, pese a lo temprano, algunos para marcar desde ya en la lista de preferidos.

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