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Marcha con organización ayuda en campamentos del ALBA en Haití

Ya funcionan en la localidad de Leoganne dos de las ocho comunidades que prevé erigir el ALBA en el país, donde sobresale el espíritu de cooperación entre los pobladores, cuyos líderes organizan de manera equitativa la repartición de los abastecimientos

Autor:

Juventud Rebelde

En medio de los desórdenes reinantes en la distribución de la ayuda internacional a Haití, los primeros campamentos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) evidencian que es posible poner fin al caos, según PL.

Ya funcionan en la localidad de Leoganne dos de las ocho comunidades que prevé erigir el ALBA en el país y, sin duda, una de las características que las distingue es el espíritu de cooperación entre los pobladores, cuyos líderes organizan de manera equitativa la repartición de los anhelados abastecimientos.

Cada mañana, los activistas populares se reúnen en una especie de consejo comunitario y adoptan decisiones acerca de la dinámica de vida en el asentamiento, incluida la forma de llevar a cada quien los alimentos.

Prensa Latina presenció este martes la llegada de cargamentos de leche, arroz, azúcar, frijoles, aceite, pescado y pastas, entre otros productos, a ambos asentamientos, y a diferencia de la anarquía que impera en varios puntos de Puerto Príncipe, la distribución en estas comunidades se realiza por familia.

De hecho, el soporte nutricional lleva impregnado en sí el espíritu de cooperación, pues incluye sacos de leche, provenientes de Venezuela, y de frijoles producidos por la empresa ALBA de Nicaragua, todo coordinado por la Fuerza de Tarea Haití, que por mandato del presidente venezolano, Hugo Chávez, tiene a su cargo establecer los campamentos.

A pesar de que cientos de familias, que se han desplazado a estos sitios como consecuencia del terremoto viven en condiciones de campaña, en los asentamientos se respira un ambiente de armonía, en el cual no hay cabida para el acaparamiento, muy distante al convulso Puerto Príncipe.

Niños empinando papalotes o montando las bicicletas que escaparon con vida del sismo, madres que sonríen mientras lavan o preparan alimentos y hombres labrando tierras aledañas, con sus mentes en el futuro, son algunas de las escenas que afloran en estas comunidades.

En el campamento Simón Bolívar y en el Alexandre Petion se piensa en que los niños puedan continuar sus estudios, los analfabetos aprenden a leer y escribir, y los ciudadanos tengan medios y espacios para la recreación, recetas adecuadas para contrarrestar el estado psicológico de una población que archiva en su mente secuelas del terremoto.

En el primer campo de refugiados se realizó un censo, que incluye la distribución de la población por sexo, edad, nivel de escolaridad, incluso, las 10 primeras causas de atención médica, entre las que sobresalen las infecciones respiratorias agudas y las afecciones de la piel.

La atención de salud está garantizada por un puesto de médicos venezolanos y un hospital de campaña cubano, ubicado a muy pocos kilómetros.

A estas comunidades, diseñadas para dar cabida a dos mil personas cada una, se aproximan ciudadanos de otros parajes en busca de refugio, pues les llegó de boca en boca la noticia de que en estos rincones de Leoganne resurge la esperanza.

Entre ellos llegó un maestro de Puerto Príncipe, Joseph Pierre, quien escuchó en su devastado barrio que Venezuela y Cuba ayudaban también en esta localidad a las víctimas, y él quería cooperar también, con su aporte a la enseñanza.

Dijo que venía de Tétard, en la zona alta de la capital, que allí la gente va a morir de hambre porque no llega ayuda alguna, y que no sólo allí, sino también en áreas como Bellevue, Madotan, Nan Ginam y Nan Nwél la tragedia parece no tener fin, sin agua y comida.

Otro visitante de la comunidad fue el periodista Joseph Widdy, de Radio Gnessier Inter, en Leoganne, la cual desde el sismo dejó de transmitir, pues sus equipos quedaron sepultados al derrumbarse el edificio de la emisora.

Widdy se refirió a la incomunicación en que vive una gran parte de la población haitiana tras el terremoto, no solo porque muchos medios de prensa escrita, radio y televisión quedaron destruidos, sino también porque muchos ciudadanos perdieron sus dispositivos receptores.

«Ahora hay que comunicarse persona a persona, y como usted debe suponer, hay mucha distorsión, la información inicial sufre transformaciones en el camino, y lo que llega al público final puede ser muy distinto a la noticia original», reflexionó el reportero.

De acuerdo con Widdy, ése es uno de los factores que incide en la locura que impera en Puerto Príncipe con la distribución de las ayudas, ya que en ocasiones está destinada a determinados asentamientos, y al trascender el dato de que se repartirá comida en tal lugar, todo el mundo corre hacia esos puntos.

«Es otra catástrofe», expresó el periodista, quien consideró que esa situación escapa de las manos del gobierno haitiano, el cual no ha podido centralizar la canalización de los recursos, que de por sí ya son limitados.

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