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Libia, aún sin conocer la democracia prometida

A tres años de la agresión de la Alianza Atlántica contra el régimen de Gaddafi, la nación norteafricana sucumbe en la ingobernabilidad. Su futuro se encuentra secuestrado por una sarta de políticos, que hambrientos de poder y liderazgo, no logran encauzar el bien común

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Hace poco más de tres años, Libia ocupaba los titulares de la prensa internacional, centrada, esencialmente, en las excentricidades del gobernante Muammar al-Gaddafi y sus coqueteos suicidas con las potencias occidentales, y aunque el relato periodístico de estos medios nunca obvió las críticas a un régimen personalista —lo que sí hicieron, en cambio, respecto al nivel de vida alcanzado por los libios, el mayor de toda África—, reforzó esa matriz de opinión cuando en Túnez un hombre se pegaba candela, desesperado por no poder resolver sus problemas económicos.

Comenzaba lo que después mal llamaron «la primavera árabe», y las potencias occidentales necesitaban del poder mediático para reforzar la imagen internacional desfavorable a los Jefes de Estado en la lista de «malos amigos», y resaltar la necesidad de llevar la «democracia» a esos pueblos sometidos a «dictaduras».

Una vez más, en nombre de la «democracia», se cometieron grandes atrocidades y matanzas humanas. Ese concepto tan preciado para la Humanidad fue desde el principio la mentira con la que se escondieron el hambre insaciable por recursos naturales estratégicos (petróleo, gas, agua…) y el deseo de quitar del camino a personajes incómodos.

En esta ocasión, tampoco la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) les regaló la democracia a los libios, como no lo hizo con los afganos y los iraquíes.

A tres años de la agresión de la Alianza Atlántica contra el régimen de Gaddafi, la nación norteafricana sucumbe en la ingobernabilidad. Su futuro se encuentra secuestrado por una sarta de políticos, que hambrientos de poder y liderazgo, no logran encauzar el bien común, así como por muchas milicias que sirvieron de peones terrestres a la OTAN en la guerra contra Gaddafi y que ahora se niegan a integrar el escuálido ejército y se apoderan de territorios donde imponen su feudo.

Saqueos, ajustes de cuentas, asesinatos políticos, divisiones territoriales, racismo, inestabilidad, cierre de puertos petroleros, secesión en la Cirenaica (región del norte)… Ese es el panorama que ha caracterizado a Libia después de la muerte de Gaddafi, y que los medios internacionales que apoyaron la guerra de la OTAN no pueden ocultar ni con pequeñas pinceladas de optimismo cuando hablan de una hoja de ruta para la transición, de elecciones, de una nueva Constitución…

Una vez más el Congreso General Nacional (CGN, parlamento) se encuentra sometido a las presiones de las qatibas (bandas armadas), que exigen la renuncia de los 200 legisladores, una vez que el pasado día 7 venció el mandato ejecutivo de esa instancia y que ahora pretenden prolongar. Electo en julio de 2012, el Congreso tenía por misión organizar elecciones generales tras la adopción de una Constitución cuya redacción ni siquiera ha comenzado, y por tanto, ni hablar de comicios en un contexto tan caótico. Sobre este segundo tema, solo ha trascendido la «promesa» de Nouri Boussahmein, el presidente del Congreso, de convocar a elecciones «tan pronto como sea posible», de acuerdo con el sitio de noticias Afrik.com.

Las milicias Assawaiq y Qaaqaa, de la región de Zintan (sudoeste de Libia), que se dice están entre las mejor organizadas y jugaron un rol fundamental en la guerra contra el régimen de Gaddafi, aseguraron que comenzarían a perseguir y secuestrar a los parlamentarios que no acaten sus órdenes antes de las tres de la tarde del martes.

Así, el primer ministro Ali Zeidan, cuya renuncia han pedido algunos grupos parlamentarios como el Partido Libertad y Construcción, brazo político de la Hermandad Musulmana libia, sigue estando contra la pared y sus declaraciones, en el sentido de que mantiene las riendas del Gobierno, no pasan de ser palabras tranquilizadoras con las que pretende vender la imagen de una Libia que no existe, tal y como si enviara una postal a un amigo que vive en Europa.

Zeidan pretende mostrar una firmeza que no tiene. De lo contrario el parlamento no se hubiese dejado amedrentar por las bandas armadas entablando con ellas negociaciones, de las cuales resultó un acuerdo, según el cual las qatibas estarían dispuestas a dar un plazo de 72 horas a los diputados. Así, supuestamente, no se afectaría la elección de una Asamblea Constituyente prevista para este jueves —luego de sucesivas postergaciones— signada desde ya por el desencanto y la desconfianza, pues solo un tercio de los 3,3 millones de personas habilitadas para votar se han registrado, cuando en las legislativas de 2012 se registraron cerca del 80 por ciento de los ciudadanos que podían sufragar.

Pasará mucho tiempo para que Libia retome la estabilidad. Se mira en el espejo, y este le devuelve el reflejo de Iraq o Afganistán.

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