Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Y la escuela se reinventó

El ciclón nos dejó sin techo, pero no pudo destruir el deseo de aprender; esa lección de vida que transmite sin cansancio la maestra mellense Yaritza Rodríguez Vázquez es máxima del sector educacional santiaguero

 

Autores:

Odalis Riquenes Cutiño
YULIEN ROMERO LAMONTAÑA

MELLA, Santiago de Cuba.— En sus 48 años la maestra Yaritza Rodríguez Vázquez nunca había sentido tanta opresión en el pecho como la que vivió en la mañana del 29 de octubre pasado, cuando regresó de El Fulgón, una especie de refugio en el que se había guarecido con su familia ante el paso del potente huracán Melissa.

Cuenta que, al volver y ver tanta devastación en el poblado, aunque encontró su casa en pie, el primer pensamiento fue para su escuela: la primaria Manuel Alonso Hechavarría, el pequeño centro escolar del poblado rural El 22, en el santiaguero municipio de Mella, donde se desempeña como docente desde hace más de un lustro.

Insiste conmovida en que, su modesta escuelita, con una matrícula de cuatro alumnos (dos de 2do. grado y dos de 6to.), era lo más bonito que tenía aquella serranía.

 Pero la visión que le ofreció aquel amanecer fue la del inmueble desnudo, prácticamente sin techo, con las puertas y ventanas arrancadas y desaparecidos los árboles frutales, el huerto escolar y hasta el jardín de plantas medicinales que con tanto esmero había cuidado junto a sus alumnos y con el que, incluso, habían podido ayudar a vecinos de la comunidad.

Impactada, no podía dejar de cuestionarse. ¿Cómo, por qué, la naturaleza había destruido sin piedad lo que entre todos habían logrado en el centro, que parecía una casita bonita con su jardín al frente lleno de flores y árboles frutales?

Pronto supo que sus alumnos y sus familias estaban bien, dos de ellos fueron incluso a su encuentro, y de aquel abrazo emergió la mejor lección de resiliencia.

El ímpetu de educar

Sin dudas, en aquella hora crucial Yaritza Rodríguez evocó sus años de dedicación al magisterio, que se iniciaron a finales de la década del 90, cuando movida por su afán de superación se incorporó a un curso para formarse como auxiliar pedagógica.

Tal vez recordó los inicios de su vida laboral en la escuela especial Cástulo Acosta, en el poblado de Mella; su formación luego como Licenciada en Defectología y los más de diez años que dedicó como docente y después como directora en la escuela especial Conrado Benítez, del consejo popular de Baraguá.

De seguro rememoró la llegada a su actual escuelita, tras mudarse a la zona, el poblado más cercano a Birán, el sitio donde nació el Comandante en Jefe Fidel Castro, como añade con orgullo siempre que la presentan.

Y es que toda la experiencia y pasión, el ímpetu de los años dedicados a la noble tarea de educar, acompañaban a la maestra Yaritza en aquella mañana de horror en que encontró El 22 de Mella convertido en destrozos.

«En cuestión de horas arrasó el poblado, cambió todo: los techos volaron, las paredes se desplomaron, los cultivos de los campesinos desaparecieron, muchos animales se ahogaron y la escuela fue de lo más dañado», explica reviviendo aquellas horas de angustia.

Explica que días antes, al conocer de la magnitud del huracán a través de los medios de comunicación y por las informaciones de la Directora General del municipio, pidió ayuda a padres y vecinos y puso a buen resguardo los recursos de la institución. Solo cuando revisó la última puerta y ventana se fue a asegurar las pertenencias de su hogar.

Pero la furia de los vientos de Melissa no creyó en previsiones. «Solo un local quedó con algunas tejas; las puertas y ventanas volaron, algunas mesas y unos pocos materiales que habíamos dejado guardados en el local que considerábamos más resistente, fueron destruidos», detalla.

Casa y Escuela

Aquella mañana, ante tanto entorno colapsado, con sus alumnos delante, la maestra Yaritza Rodríguez pensó en las rutinas alteradas de los niños y comprendió que la recuperación de la escuela no podía esperar.

Por eso, antes de ocuparse de reacondicionar su casa, concentró todas las fuerzas en limpiar y reacomodar lo que dejaron los vientos. Pidió ayuda a algunos de los pocos vecinos que habían vuelto al poblado y se enfrascaron en recoger los escombros y acopiar los pedazos de tejas, puertas y ventanas que pudieran servir. Pero un rápido inventario les dejó claro que con tan poco no podían resarcir los daños; de modo que si no adoptaban alguna alternativa, pasaría un largo período de tiempo para que sus alumnos volvieran al aula.

Con más interrogantes que respuestas en su cabeza, se fue entonces a su hogar, para concentrarse en la limpieza y organización de la casa donde vive con su esposo y la menor de sus cuatro hijos.

Relata que al verla entrar su hija le ripostó: «Pensé que nunca llegarías…». Y de aquel reclamo, suavizado con sus argumentos: «Mi escuela es mi segunda casa y es hoy mi mayor preocupación», aguijoneada por la idea clara en su cabeza de que la educación no podía esperar, emergió la certeza: «Ni los niños se expondrían a los peligros que el huracán había dejado en el inmueble ni se quedarían sin recibir las clases. Mi casa sería su aula».

«Ese es mi deber, mi obligación», les explicó a los padres, alumnos y a su propia familia, cuando les comunicó la decisión.

Lección de vida

A escasos días del paso del huracán Melissa por tierra santiaguera, la escuelita de El 22 de Mella abrió en la casa de la maestra Yaritza. Los padres y vecinos colaboraron para acondicionar el espacio que, desde ese momento, se convirtió en el corazón del barrio rural en aquellas horas difíciles de pérdidas y esfuerzos. Dicen que, en las primeras clases, los pequeños llegaron con las mochilas aún húmedas, marcadas por la tormenta.

Pero desde los días finales de octubre, cuentan los vecinos, los cuatro alumnos de la primaria Manuel Alonso no solo tuvieron clases de Matemática o Historia, recibieron lecciones de vida, de esfuerzo conjunto, de solidaridad, de la resiliencia que sustenta la continuidad de la educación santiaguera a pesar del rudo embate de la naturaleza.

De vuelta a un local reacondicionado de la escuela, la maestra Yaritza ofrece a sus alumnos lecciones de resiliencia. FOTOS: Yulien Romero

 

En la provincia indómita el huracán Melissa se ensañó con las escuelas, particularmente los centros de montaña, a los que causó grandes afectaciones en su infraestructura.

Según cifras de la Dirección General de Educación, 859 centros educativos de la provincia santiaguera fueron dañados. Unas 66 escuelas fueron reubicadas. La sala, el cuarto o el portal de las casas de una decena de familias; las oficinas de organismos e instituciones se convirtieron en aulas por estos días y casi una decena de docentes, como la maestra Yaritza, habilitaron sus hogares para atender a sus alumnos.

A más de un mes del paso de Melissa, los cuatro pequeños de la Manuel Alonso han vuelto junto a su maestra a un local reacondicionado en su propia escuela. Unos 529 centros, del total de los dañados en la provincia, han sido ya recuperados. 

Dentro del sector, advierten sus directivos, el ir y venir es emblema cotidiano, pues se distribuyen tejas de fibrocemento y zinc, purling, rollos de mallas impermeables y se trabaja intensamente para que el próximo 22 de diciembre, como el mejor saludo al Día del Educador, todas las escuelas afectadas retomen las dinámicas en sus centros.

En todos los casos vale la lección que sembró desde su casa y no deja de repetir a sus alumnos la educadora mellense: el ciclón nos dejó sin techo, pero no pudo destruir el deseo de aprender. Son los signos vitales de una escuela que se reinventó en días difíciles y con el concurso de muchos, en Cuba y otros lares, convierte la adversidad en oportunidad para empinarse en la vida.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.