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Cuando el diablo cría y junta

Marco Rubio y Bob Menéndez: algunas «cosillas» que los caracterizan

 

Autor:

Juana Carrasco Martín

Están plagados de malas intenciones. Lo peor es que se ensañan con el país que nunca han conocido, en el cual no nacieron, pero que fue el de sus padres, quienes llegaron a Estados Unidos cuando el dictador Batista contaba con el apoyo de Washington. A Cuba le desean y hacen por ella lo peor.

Los senadores estadounidenses Marco Rubio (republicano por la Florida) y Robert Menéndez (demócrata por Nueva Jersey) protagonizaron el martes —una vez más— una farsa para demonizar a nuestro país, en otro intento infructuoso de culparlo de las alegadas enfermedades de poco más de una veintena de diplomáticos y familiares.

¿Quiénes son, qué los mueve? El prontuario pudiera ser extenso, pero en él destacan las acciones de hostilidad hacia Cuba e incluso para intensificar el bloqueo y obstaculizar cualquier mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos.

Rubio y Bob son los personajillos destinados a «refrescar» la imagen de la envejecida y obsoleta contrarrevolución de Miami, una minoría cada vez más aislada y opuesta a los verdaderos intereses de la comunidad cubana en Estados Unidos.

El senador floridano, quien fue contrincante acérrimo de Donald Trump, pues está ansioso por dar el salto hacia la Casa Blanca, se reconcilió camaleónicamente con quien le ganó la candidatura y luego se hizo de la presidencia y saca tajadas de la confabulación. Se jacta de ser el diseñador de las políticas anticastristas y antichavistas de la actual administración.

Incluso aspiraba a más y en un comunicado tras las medidas anunciadas en junio y normadas en septiembre de 2017, hizo saber: «Desafortunadamente, los burócratas del Departamento de Estado que se oponen a la política del Presidente hacia Cuba se negaron a implementarlo íntegramente cuando omitieron de la lista de entidades y subentidades cubanas restringidas que están controladas o actúan en nombre de las Fuerzas Armadas, los servicios de Inteligencia o la Seguridad del Estado de Cuba».

Mientras era estudiante de Derecho, a la sombra de Ileana Ros-Lehtinen, de quien fue asistente, y de Díaz-Balart, inició su carrera política en el Partido Republicano, estableciendo vínculos con el ala más extrema de esa agrupación. Por supuesto, con la contrarrevolución miamense y los agentes de la CIA.

Desde comisionado en West Miami hasta senador en Washington por el estado de la Florida, Marco Rubio pasó por miembro de la Cámara de Representantes de Florida (2000-2010) y en ese último año obtuvo un escaño en el Senado de los Estados Unidos, siendo candidato del Movimiento Tea Party. Antiaborto, conservador extremo, a favor de la reducción del gasto público, lo que siempre afecta los gastos sociales y la vida de los más desposeídos, también es un decidido sustentador del rearme de EE. UU.

Rubio se opuso a la acción ejecutiva de Barack Obama para evitar la deportación de cinco millones de indocumentados, aunque él se lucía como un ejemplo del sueño americano; por eso hubo manifestaciones en su contra y en una de las pancartas se podía leer: «El sueño de Rubio es nuestra pesadilla».

En esa vida política y en las campañas electorales ha estado acompañado de investigaciones sobre el uso de su tarjeta de crédito American Express, entregada por el Partido Republicano, pero para fines personales, sin haber declarado esos gastos, incluidas amplias vacaciones. Escurridizo y camaleónico supo salir bien de las imputaciones.

Mike Fasano, quien era senador en ese entonces, dijo que conoció de aquello y con sorna comentó: «Él no tenía carta blanca, (pero) tenía una tarjeta American Express».

De las falsedades de Marco Rubio se recuerda que en 2012 publica su autobiografía, An American Son: A Memoir, para contrarrestar el libro The Rise of Marco Rubio, una biografía de un periodista del Washington Post que descubrió que, aunque Rubio describía a sus padres como «exiliados políticos del castrismo», estos habían dejado la Isla en 1956.

Pero indiscutiblemente ha llegado a acumular poder. Dentro del legislativo estadounidense integra los comités de Inteligencia; Envejecimiento; Asignaciones; Pequeños negocios y empresarios; y Relaciones exteriores, donde preside el subcomité para los asuntos del Hemisferio Occidental, de ahí su fuerte brazo para la confabulación con Donald Trump.

Por su parte, Robert Menéndez, también abogado por estudios y nacido en Nueva York en 1954, poco después de que sus padres arribaron a Estados Unidos, llegó al Senado por otro partido, el Demócrata, pasando primero como alcalde de Union City y luego representante por Nueva Jersey (1993-2006).

En esos desvaríos anticubanos, presentó un proyecto de resolución por el cual, en caso de consumarse una supuesta reincorporación de Cuba a la OEA, Washington suspendería el aporte de fondos a ese organismo que se caracterizó como Ministerio de Colonias del imperio.

También, en su caso, la corrupción lo muerde. En 2016 la Unidad de Integridad Pública del Departamento de Justicia lo investigó y presentó 18 cargos en su contra. Algunos podrían haber sido penados hasta con 15 años de prisión. Sin embargo, logró que se desecharan las imputaciones, todas relacionadas con soborno por favores políticos, fraudes y malversación. El 16 de noviembre pasado se declaró nulo el juicio en su contra, aunque el fiscal demostrara que Bob Menéndez «vendió su oficina del Senado por una vida de lujos».

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