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Cuando no muere un sueño

A 50 años del asesinato de Martin Luther King Jr., Estados Unidos todavía convulsiona de desigualdad racial, pero la esperanza también permanece

Autor:

Marylín Luis Grillo

Debió ser un día triste, un día apagado, enrarecido hasta las entrañas. Había muerto el pastor, el hombre de Dios, el que siendo negro en la racista sociedad estadounidense de los años 60 se había atrevido a tener un sueño.

Fue un solo disparo de un rifle Remington-Peters. Martin Luther King Jr. había caído en Memphis, Tennessee.

Horas antes, en un sermón, como previendo la bala que intentó acallar su garganta, le había dicho a la congregación de la ciudad: «Tenemos días difíciles frente a nosotros […] Como a todos, me gustaría tener una vida larga. […] Pero eso ahora no me preocupa. Solo quiero cumplir la voluntad de Dios. Y él me ha permitido subir a la cima de la montaña. Y desde ahí he visto la tierra prometida. Puede que no llegue a ella con vosotros. Pero quiero que esta noche sepáis que nosotros, como pueblo, alcanzaremos la tierra prometida. Y estoy feliz por ello. Nada me preocupa».

Luther King, quien a los 39 años había logrado el Nobel de la Paz, había llevado adelante una lucha no violenta por los derechos civiles de la comunidad afroamericana, que se había convertido en estandarte de la esperanza… King no moría, porque los sueños no mueren, solo se cumplen.

Los resultados de su lucha aún no finalizan. A 50 años de su asesinato, Estados Unidos todavía convulsiona de desigualdad. Las más recientes estadísticas ilustran que los afroamericanos sufren tres veces más expulsiones y suspensos escolares, su ingreso medio familiar representa la mitad del de las familias blancas, y siendo solo el 13 por ciento de la población, registran el 40 por ciento de detenciones por drogas, dijo El País.

Un estudio del Inequality of Opportunity Project concluyó, además, que las disparidades raciales en el ingreso constituyen una de las problemáticas más persistentes en la sociedad estadounidense, y que la identidad racial a la que se pertenece marca de una generación a otra las oportunidades para estudiar, trabajar, los niveles salariales y el ascenso social.

La gente negra es también tres veces más propensa que la blanca a ser víctima de la policía en Estados Unidos, y solo en 2015, por ejemplo, con Barack Obama en la Casa Blanca, agentes del orden mataron a más negros desarmados que a blancos armados. Ante un afrodescendiente, el gatillo es presionado sin mucho miramiento.

La represión policial, el aumento de la desigualdad, los debates en la sociedad sobre el papel de los grupos de identidad y la retórica racista de Trump son algunos de los factores que han conducido al resurgimiento de movimientos como la National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Avance de Gente de Color, NAACP) y el nacimiento de otros como Black Lives Matter (Las vidas negras importan).

«Sin justicia, no hay paz», rezaba uno de los carteles que inundaron las calles de Sacramento hace una semana para protestar por la muerte de otro hombre negro a manos de la policía, el joven de 22 años Stephon Clark, a quien abatieron en la capital californiana por ser sospechoso de romper cristales de los coches y correr con un teléfono móvil en la mano que, según dijeron los agentes, confundieron con un arma.

La policía abrió fuego hasta 20 veces contra Clark y ocho balas le impactaron, siete desde atrás. En el video de la detención apenas se aprecia si el muchacho se estaba acercando a los agentes o no. Ellos no le ordenan que se esté quieto, ni que se eche al suelo, después de la primera orden para que mostrara las manos, inmediatamente gritan «pistola» y disparan. Otra vez se ha conmocionado la ciudad, pero no es suficiente.

Resulta este un buen momento para recordar a Luther King. Hace menos de dos semanas, su nieta de nueve años, Yolanda Renee, reeditaba las míticas palabras «Yo tengo un sueño». Ella pedía «un mundo sin armas». Su padre, Martin Luther King III, hijo del pastor, anunció para este viernes el lanzamiento de una iniciativa global destinada a alentar a los jóvenes a centrarse en la no violencia para resolver sus conflictos.

La lucha continúa, pero es necesario llevarla hasta su fin; «de la montaña de desesperación, una piedra de esperanza», diría Luther King, el mismo que no paró de esparcir fe porque hubiera muerto: ninguna bala puede asesinar los sueños.

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