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Sirios desafían terrorismo coheteril

Sin otro recurso que la mentira, al igual que sus predecesores, el actual jefe de la Casa Blanca recurre ahora al conmovedor argumento del «uso de armas químicas del Gobierno sirio contra su propio pueblo» para intentar deslegitimar moralmente al Gobierno de Bashar Al Assad

Autor:

Leonel Nodal

EL zumbido ensordecedor de cohetes supersónicos sobrevolando Damasco en la madrugada del sábado despertó de golpe a sus moradores. Con certeza, provocó el llanto de niñas y niños que a esas horas dormían y el sobresalto de sus madres. Las cámaras de vigilancia satelital de los atacantes —capaces de fotografiar esperadas escenas de pánico o gritos de horror de los residentes de la legendaria ciudad del Oriente Medio— solo captaron las llamaradas de los proyectiles al estallar en el trasfondo de la oscura noche.

Tan pronto amaneció, el tradicional llamado de los muezzins desde los minaretes de las mezquitas para las primeras plegarias del día tuvo un efecto inesperado. Los pobladores de la milenaria Ciudad del jazmín, salían a las calles portando banderas, entonando cantos y consignas patrióticas, en abierto desafío a la maniobra aterradora del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciada horas antes.

En Washington, Trump informó que ordenó «ataques de precisión» contra objetivos en Siria, en una acción punitiva justificada como de «respuesta coordinada con los Gobiernos de Francia y el Reino Unido» a un presunto ataque con armas químicas del Gobierno del presidente Bashar al Assad en la ciudad de Duma, último bastión de los terroristas capturado por el ejército sirio una semana antes.

A pesar de la carencia de pruebas fehacientes, en vísperas de la llegada a Damasco de un grupo de investigadores de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, que establecería la verdad de las denuncias de sectores opositores, Trump decidió lanzar su operación, a todas luces preparada con todo cuidado para evitar el más mínimo roce con las tropas rusas que, a pedido del presidente Assad, lo auxilian en el combate a los grupos terroristas armados y financiados por Washington y sus aliados en los últimos siete años.

Instantes después, la prensa siria reportaba: «Las fuerzas de defensa aérea del país están haciendo frente al ataque».

Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia utilizaron sus misiles y aviones más avanzados para golpear las supuestas instalaciones de armas químicas de Al Assad.

Washington informó que usó bombarderos B-1, los cuales lanzaron misiles JASSM, diseñados por la empresa Lockheed Martin, una de las mayores beneficiarias del multimillonario presupuesto del Pentágono. El Reino Unido empleó cuatro jets de combate Tornado, armados con misiles crucero Storm Shadow, que portan una cabeza de 400 kilos a una distancia de 400 kilómetros. Francia, por su parte, utilizó sus jets Rafale que, al igual que los aviones británicos, portaron misiles Storm Shadow.

A pesar de su poder aterrador, la mayoría de los más de 2 500 000 capitalinos sirios reaccionaron de un modo muy diferente al esperado por los banqueros de las bandas terroristas, a las que Estados Unidos ofrece armas, apoyo logístico y entrenamiento en ilegales bases del norte, sur y este del país árabe, con más de 2 000 asesores.

Tal como lo pudo ver el resto del mundo en sus pantallas y como reconoció The Washington Post, «los ataques liderados por Estados Unidos provocaron celebraciones desafiantes en Damasco el sábado, cuando quedó claro que no representaban ninguna amenaza para el poder del presidente Assad».

Los temores de una escalada más amplia se desvanecieron luego de que se descubriera que las ubicaciones elegidas por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se habían limitado a tres sitios supuestamente «asociados con el programa sirio de armas químicas», solo causaron tres heridos leves y daños materiales en dos centros de investigación científica.

«En las calles de Damasco —reconoció el diario de Washington— hubo júbilo cuando los partidarios del Gobierno se dieron cuenta de que un asalto mayor no se materializaría».

Un rato más tarde, los sirios pudieron ver a Bashar Al Assad ingresar tranquilamente a sus oficinas en el céntrico Palacio Presidencial, en otro signo de que Damasco y toda Siria seguiría sin tregua y con paso firme por la ruta del regreso a la normalización, aunque aún quede un largo trecho por recorrer.

Tal como lo expresó la vocera de la Cancillería rusa, Maria Zakharova, «el golpe se llevó a cabo contra la capital de un Estado soberano, que por muchos años ha estado tratando de sobrevivir bajo la amenaza del terror, en el momento en que se estaba dando una oportunidad a un futuro pacífico».

Resulta evidente que la derrota militar de sus apadrinados para provocar un cambio de régimen en Siria e implantar en ese país árabe el mismo modelo de democracia que prometieron a Libia —hoy saqueada, ingobernable y sumida en el caos— representa también un sonoro fracaso político y diplomático, que los aleja de los efectivos pasos ya dados por Rusia junto con Irán y Turquía, para sentar en la mesa de negociaciones a los representantes de las organizaciones opositoras dispuestas a procurar una salida política en un diálogo con el Gobierno de Assad, al que ya nadie cuestiona su firme control del sillón presidencial, por lo menos hasta junio de 2021, cuando vence su mandato constitucional.

En su comunicado de guerra Trump alegó que el objetivo de las acciones bélicas emprendidas junto con Gran Bretaña y Francia era «establecer un fuerte elemento de disuasión contra la producción, propagación y uso de armas químicas».

Sin otro recurso que la mentira, al igual que sus predecesores, el actual jefe de la Casa Blanca recurre ahora al conmovedor argumento del «uso de armas químicas contra su propio pueblo» para intentar deslegitimar moralmente al Gobierno de Assad.

La presencia de su pueblo en las calles, como la de los miles de combatientes que a lo largo de siete años han defendido la unidad territorial, la soberanía nacional y la independencia, es la mejor muestra de las falacias de Trump.

Sin dudas, como advirtió Maria Zakharova, la vocera de la Cancillería rusa, «todos los hechos apuntan a la voluntad de Estados Unidos y sus aliados para proporcionar a los radicales y los extremistas la oportunidad de tomar respiración, restaurar sus filas, prolongar el derramamiento de sangre en suelo sirio y así complicar la solución política».

Ciertamente, los mandantes del Pentágono y la Casa Blanca, cada vez más notorios por sus entorchados uniformes militares y su lenguaje belicista y supremacista, resumido en el eslogan electorero «América primero» utilizado por Trump, se empeñan en prolongar con cualquier pretexto esta guerra, en la que pretenden reservar para su industria armamentista el papel de vendedor de armas a los socios de la región y aliados de la OTAN.

Con banderas sirias, rusas e iraníes los habitantes de Damasco demostraron su apoyo al Gobierno. Foto: AP

 

El pueblo sirio mostró su apoyo a Bashar al Assad. Foto: AFP

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