No, no voy a hablar aquí de La Jungla, la obra de Wifredo Lam, sino de otra, la de asfalto en variante de tránsito.
«Esto lo arreglan los americanos o no lo arregla nadie». Fue eso lo que dice haber escuchado el corresponsal del diario español El País en Puerto Príncipe, capital mundial del escombro y el lamento en estos días de enero. Hay hambre. Sed. Nervios por los que están sepultados, y por la propia supervivencia.
En este pensamiento de José Martí está la clave para enfrentar las formas de hacer política que necesita el siglo XXI. Enlacémoslo con este otro: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre».1
A principios de este mes Washington aprobó la venta de armas a Taiwán. La República Popular China consideró la medida una violación de los acuerdos firmados con EE.UU. sobre el respeto a su integridad territorial y sus asuntos internos y, por otra parte, advirtió sobre las graves consecuencias en la cooperación bilateral. Lo sospechoso de esta decisión estadounidense, pendiente de aprobación presidencial desde tiempos de W. Bush, es que tiene lugar justo cuando Beijing y Taipei muestran prometedores avances en su diálogo. ¿Qué raro, no?
Nadie duda del poderío militar de este país, que se ha usado en incontables ocasiones y nada nos puede asegurar que dejará de usarse en el futuro. Estados Unidos nació, como tal, de una cruenta guerra de independencia contra Inglaterra, y desde aquel momento han sido pocas las épocas en que no ha estado enfrascado en algún conflicto bélico.
Entre escombros, una niña remueve el cadáver de su madre e intenta despertarla con sollozos, en un Puerto Príncipe trucidado por las revanchas de la Madre Tierra. De aquí para allá, los sobrevivientes al sismo del pasado 12 de enero vagan sin sentido, y buscan esquirlas de vida como zombies. Rastrean a sus familiares desaparecidos bajo montañas de sufrimientos. La lista de los muertos aumenta por minutos: Ya son decenas de miles y quién sabe hasta dónde llegarán los despojos de quienes hoy son apenas guarismos de la mala suerte.
Esta mañana nos despertamos con las réplicas alrededor de las 5 a.m. Una vez más, los temblores se reunieron con el canto. El canto es casi tan contundente como los sismos. Ellos todavía están cantando ahora con toda su fuerza - ¡Aleluya!
Muchos intelectuales cubanos han coincidido en reconocer la obra literaria y política de Rubén Martínez Villena como una de las más prolijas y adelantadas dentro del panorama insular de las primeras décadas de la seudorrepública.
Todo un contrato de estímulo. Eso ha recibido Boeing, el gigante de la industria bélica, cuando se le asignaron 15,9 millones de dólares para limpiar un arroyo del Río Los Angeles en el Valle Simi.
Castigada hoy —¡otra vez!— por la naturaleza, Haití ha sufrido un sismo cuyas grietas se ceban en las secuelas de los remezones —también políticos— que han caracterizado su historia. La desidia o la confabulación culposa de muchos de los organismos y países ricos que ahora le tienden la mano atizaron las penurias de un país víctima de su injerencia y saqueo, y que nació a la vida republicana atado por la deuda del dinero con que pagó la independencia a Francia, incrementada luego por el derroche de los Duvalier y, más tarde, por los préstamos condicionados que han marcado el desempeño haitiano.