Lecturas
EL café Vista Alegre, en Belascoaín esquina a San Lázaro, frente al parque Maceo, era un establecimiento frecuentado por trovadores e intérpretes musicales durante las décadas iniciales del siglo XX. Escribe Eduardo Robreño en sus Esquinas de La Habana que Antonio María Romeu, el llamado Mago de las Teclas, era visita diaria del lugar, y que allí tenían su cuartel general Graciano Gómez, Manuel Luna y otros trovadores de la época, entre ellos Sindo Garay y su hijo Guarionex. Precisaba Robreño: «No sería aventurado decir que medio centenar de las más gustadas melodías de nuestro cancionero popular surgieron o se esbozaron en aquel lugar. Y es que el Vista Alegre fue centro perenne de reunión de los mejores cultivadores de la trova».
Fue en ese café donde, tras el suicidio de Fernando Collazo, Graciano Gómez presentó a Romeu «a un muchacho de Manatí que podría sustituirlo». Ese muchacho era Barbarito Diez, que a partir de entonces se convertiría en el vocalista de la orquesta del Maestro.
Alberto Yarini, El Rey, El Gallo de San Isidro, el más mentado chulo cubano de todos los tiempos, se dejaba caer de cuando en cuando por el Vista Alegre. Allí lo conoció Sindo Garay que, por amistad, simpatía o vaya usted a saber qué razón, compuso el bolero que lleva el nombre del célebre personaje; melodía que llegó a manos del escribidor gracias a la generosidad del ya fallecido erudito Radamés Giro, autor de un imprescindible Diccionario enciclopédico de la música cubana. Dice el bolero dedicado a Yarini:
Nada temas, la vida te sonríe, / sigue en pos de orgías y placer, / que sumisas las pobres mesalinas, / raudales de oro vierten a tus pies. // Y en medio de esa vida de placeres / cual si fuera traída para ti, / más sincero que besos de mujeres / recibe el de tu amigo y sé feliz.
Pese al buen augurio de Sindo Garay, Yarini fue la víctima más connotada del enfrentamiento entre franceses y cubanos en el San Isidro de 1910.
Mucho ha cambiado esa esquina. El espacio del Vista Alegre es hoy una plaza vacía. Enfrente, el edificio del hospital Hermanos Ameijeiras ocupa el lugar de la Casa de Beneficencia, y del otro lado de la calle hay una escuela secundaria en el edificio que ocupó el hotel Manhattan, y antes la Secretaría (ministerio) de Salubridad, la primera institución de su tipo que existió en el mundo, en tiempos del presidente José Miguel Gómez.
El triángulo situado en Monserrate, frente al comienzo de la calle Neptuno y al final del callejón de San Juan de Dios, lo ocupa el parque —más bien parquecito— de Pepe Jerez, famoso y popularísimo jefe de la Policía Secreta de La Habana durante los años iniciales de la República y valeroso oficial del Ejército Libertador.
En 1951 se colocó allí el busto de Manuel Fernández Supervielle, alcalde habanero que se suicidó en 1947 cuando se percató de que no podría cumplirles a los habaneros la promesa de un nuevo acueducto, para el que el presidente Grau le había prometido la ayuda necesaria. Lo curioso es que todos identifican a este parque como de Supervielle, mientras que su nombre oficial duerme en el olvido.
Caso similar sucede con el llamado parque de San Juan de Dios, espacio enmarcado por las calles Aguiar, Habana, Empedrado y San Juan de Dios o Progreso, sitio ocupado por el primer hospital que, aunque imperfecto, mereció ese nombre en la capital. Se erigió allí una estatua a Miguel de Cervantes Saavedra y se pretendió que el nombre del parque fuera el del famoso autor del Quijote, aunque ya anteriormente, y de manera oficial, había sido bautizado con el nombre del mayor general mambí Emilio Núñez. Pero ni Cervantes ni Emilio Núñez: el cubano de a pie lo ha llamado siempre parque de San Juan de Dios.
¿Sabía usted que, en el Hospital General Freyre de Andrade, esa casa de salud de la Avenida de Carlos III a la que nos aferramos en llamar (erróneamente) Emergencias, se realizó en Cuba la primera operación de cambio de sexo? ¿O que allí funcionó el primer servicio de cirugía maxilofacial que existió en el país y que entre sus profesionales estuvo la doctora Ana Larralde, primera cubana que se especializó en esa rama de la Medicina? ¿Y que en ese hospital nacieron la especialidad de Reumatología, la primera Clínica del Dolor y los primeros servicios de Cirugía menor y de Geriatría de Cuba?
Esos y otros temas afines a esa institución médica me los dio a conocer, hace ya tiempo, el doctor Manuel Bueno, su director por entonces. Precisó, además, que fue allí donde se aplicó por primera vez la anestesia epidural continua con catéter, y que esa casa fue el escenario de la primera intervención quirúrgica que se transmitió en el país por circuito cerrado de TV.
Su primer director fue el doctor Benigno Souza, cirujano eminente e historiador (autor de Máximo Gómez, el generalísimo, excelente y fluida biografía del General en Jefe del Ejército Libertador), y su primera superintendente de enfermeras fue Margarita Núñez, fundadora de la Sociedad Cubana de Enfermería. En Emergencias hizo la residencia en Cirugía el doctor Manuel «Piti» Fajardo, comandante del Ejército Rebelde, quien vivía entonces en la esquina de Valle y Basarrate.
Aportó el doctor Blanco un dato que sorprendió al escribidor: El doctor William Mayo, fundador en Estados Unidos de las famosas clínicas de los Hermanos Mayo, fue paciente de este hospital.
En lo que hoy es el parque América Arias —frente al Memorial Granma— estuvo instalada la estación de ferrocarril urbano, cuyos trenes transportaban pasajeros hasta El Vedado. Donde después se construyó el hotel Sevilla hubo un almacén de madera. Tres de esos establecimientos se asomaban sobre el Paseo del Prado y por esa misma calle sacaban su mercancía en carretas tiradas por bueyes.
El Necrocomio de La Habana —lo que hoy sería el Instituto de Medicina Legal— estaba en la esquina de Zulueta y Cárcel, y por ahí se entraba a los fosos municipales.
En 1899 abrían sus puertas en La Habana 1 400 prostíbulos, de los cuales solo 462 se encontraban registrados.
Todavía a comienzos del siglo XX, el hielo era un artículo casi de lujo en La Habana y en el resto de la Isla. Solo se disponía de él en banquetes, aunque lo había en algunos hoteles, cafés y bodegas.
Si lo había, la carta-menú de los restaurantes consignaba: postres, café, hielo, tabacos.
Si oye hablar de arcos de triunfo en La Habana, no lo dude: es cierto. Se construyeron desde la Colonia hasta 1952 cuando, en ocasión del cincuentenario de la instauración de la República, se erigió uno en el Paseo del Prado, entre el Parque Central y el edificio del hotel Telégrafo.
Del otro lado del Parque Central, en la plazoleta de Albear, hubo otro en 1909 para saludar a José Miguel Gómez, que accedía a la primera magistratura. Para celebrar la llegada al poder de Tomás Estrada Palma, nuestro primer presidente, hubo arcos de triunfo en el Barrio Chino y en la calle O’Reilly, frente a la estación de trenes de Villanueva y en otros lugares de la ciudad imposibles ya de identificar en las fotos.
Con uno de esos arcos se rindió homenaje al dictador Gerardo Machado en Cienfuegos, en ocasión de una visita suya a esa ciudad, y curiosamente, se le execró con otro tras su caída. Otros se le dedicarían en Santa Clara, su ciudad natal.
Entre los que se recuerdan, resultan muy curiosos los que se emplazaron en la Carretera Central. Entre estos, uno en el límite entre La Habana y Matanzas para desear feliz viaje a los que transitaban la vía.
Hubo también, en Monte y Águila un arco de triunfo dedicado al sanguinario Valeriano Weyler.
La primera constancia gráfica de un arco de triunfo en la Isla data de 1878, en Santiago de Cuba. Se dedicó al capitán general Arsenio Martínez Campos, que había conseguido la paz del Zanjón. En el parque José Martí de la ciudad de Cienfuegos se erigió uno para rendir homenaje a la instauración de la Republica. Todavía está allí.