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José Martí buscó siempre el lado claro del corazón

La entrevista con Pedro Pablo Rodríguez, estudioso del Maestro, con motivo de cumplirse el 28 de enero, el 155 aniversario de su nacimiento, devela la inmensidad del Apóstol

Autor:

Alina Perera Robbio

En este diálogo Martí no flota, no es una estela o un milagro. Aquí es el hombre de carne y hueso que palpita rodeado de seres entrañables. Asoma como la virtud posible. Esa maravilla —sentir no solo lo descomunal sino también lo sencillo de una persona que parece de otra galaxia y que este 28 de enero cumpliría 155 años— nació de esta conversación con Pedro Pablo Rodríguez (La Habana, 1946), director de la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí, e investigador del Centro de Estudios Martianos.

En un recinto muy pequeño, resguardados de una lluvia fina que parecía interminable, Pedro Pablo habló del Apóstol con una naturalidad asombrosa. Recogía yo los frutos de muchos días de estudio que se remontan al año 1968, porque las palabras saltaban sin más, típicas de alguien que, a fuerza del conocimiento, ha sabido despojar las ideas de toda traza densa.

—¿Qué fue lo primero que le deslumbró de José Martí?

—Cuando comencé a estudiarlo organizadamente, de inmediato me llamó la atención cómo en él se reiteran ciertos temas, y cómo estos aparecen a lo largo de su obra. En decenas y probablemente centenares de escritos, están desarrollados los problemas de la guerra necesaria o de la independencia de Cuba, y sin embargo asombra que, manteniendo una misma línea argumentativa y perspectivas similares, no se repiten los modos de presentarlos en sus trabajos. Lo otro que me impresionó es esa capacidad de Martí para transmitir ideas a partir de las emociones y los sentimientos.

Pedro Pablo Rodríguez. Foto: Juan Moreno —¿Qué descripción haría usted del ser humano que fue Martí?

—Diría que era un soñador con los pies en la tierra, un hombre muy dialéctico y multifacético. Era de su tiempo y a la vez tenía plena conciencia de ser una persona del futuro.

—¿Acaso tenía esa conciencia?

—Absolutamente. Sé desaparecer, le confiesa en la última carta a su amigo Manuel Mercado, pero no desaparecería mi pensamiento. Él tiene gran claridad sobre hasta dónde puede calar en un futuro. Por supuesto que no podía prever con exactitud los modos, pero sabía que pensaba y trabajaba para días que no llegarían de inmediato. Así lo expresa en algunos de sus trabajos. Martí soñaba, se ponía horizontes prácticamente inalcanzables en vida, y a la vez poseía extraordinaria capacidad práctica para ajustar esos desvelos a lo que le iban permitiendo las condiciones de cada momento. En ese plano era muy dúctil.

«Estamos hablando, además, de un hombre muy deseoso del afecto. Y ese es un rasgo de su personalidad que siempre me ha llamado la atención porque creo que en general tuvo mucho cariño a su alrededor, y sin embargo sentía que no le era suficiente. Creo que siempre estaba buscando afecto. Enrique Collazo, que lo trató tanto en los momentos finales de su vida, dijo lo mismo: que era un hombre comido por el deseo no solo de brindar calor humano sino también de ser querido».

—¿Qué resortes habrán hecho de aquel niño habanero el hombre descomunal que aún necesitamos?

—Hay elementos del talento que tienen que ver con lo genético. Solo así comprenderíamos cómo el muchachito de aquellos inmigrantes pobretes, que tuvo una enseñanza escolarizada tan pobre e irregular, pudo llegar a la escuela de Rafael María de Mendive y empezar a brillar en escasísimo tiempo. No solo sucedió que de pronto, a través de su maestro, se le abrieron ciertas condiciones favorables al estudio, al conocimiento, a la intelectualidad habanera. En el joven había grandes potencialidades y posibilidades.

«En el caso de Martí pienso que también tenía a su favor una voluntad tremenda. Era tenaz, como su madre. Leonor tenía una voluntad de hierro, lo cual explica que se hubiera pasado la vida sacando chispas con el hijo.

«Los biógrafos se han dedicado a explotar la famosa carta en la cual Martí le confiesa a Mendive que convivir con su padre es muy difícil, que ha pensado hasta en quitarse la vida, y de ahí muchas veces se ha tejido la falsa historia de que el hombre era el monstruo. Pero ahí están las cartas del Apóstol a sus hermanas, ya en la vejez del padre, en las cuales él reconoce a Mariano, devela un enamoramiento, un idilio tremendo y un nivel de comunicación absoluto con él.

«El gran cubano logra apreciar en toda dimensión los valores del padre y entiende cuánto aprendió de él en términos de honestidad, entereza y valores morales. Pero la madre es la fuerte del hogar, la mujer inteligente, la que estudió sola, a la que nadie enseñó a leer y a escribir. Es la voluntariosa, la que empuja para sacar al hijo cuando está preso en las Canteras de San Lázaro. Ella es quien mueve todo, busca personas y relaciones en la sociedad porque su muchacho se le está muriendo, porque si no lo sacan a tiempo y llega a estar recluido dos o tres meses más, habría muerto allí aquel adolescente y hoy no tendríamos a José Martí.

«Eso hay que agradecérselo a Leonor Pérez toda la vida, no solo que lo dio a luz una vez, sino que volvió a darlo a luz cuando lo sacó de la cárcel. Y como era una mujer decidida, tenía encontronazos con el hijo, y le criticaba que se hubiese metido en política. Ahí están los fragmentos de cartas que han quedado, la letra probatoria de cómo ella le recuerda que quien actúa como redentor sale crucificado; la prueba de los reproches porque el joven tiene un camino brillante ante sí y dedica sus esfuerzos a otras causas.

«Doña Leonor es un personaje digno de novela. Casi todos sus hijos mueren antes que ella. Parece ser que hasta el final de su existencia fue una persona de tomar decisiones, de ser, como se decía antes, el capitán de la nave familiar. Aunque no tenemos fuentes directas sobre cómo funcionaba aquel hogar, todo indica que el padre se fue acostumbrando a que la esposa brillante asumiera situaciones, decidiera los viajes de la familia, tomara las grandes decisiones. De todo eso bebe José Martí. De la fortaleza, de la voluntad férrea».

De Leonor el hijo heredó la voluntad férrea Martí tenía plena conciencia de ser un hombre del futuro. A su esposa Carmen la amó desesperadamente

—¿Y del padre?

—En el padre encuentra honestidad, sentido del deber, rectitud, apego a los principios, el ser una persona decente. En las cartas de José Martí a su amigo Manuel Mercado uno se da cuenta de que el padre se llevaba muy bien, en el año que estuvo con Martí en Nueva York, con el hijo de este, y con un sobrino, hijo de una de las hermanas, con la familia que allí permanecía. Todo eso fue calando cada vez más en José Martí. Él mismo se fue reconociendo en rasgos de su padre, como también en rasgos de la madre.

«Conocida es su carta de despedida a Leonor, en la cual le recuerda que ella le ha reprochado siempre no estar más junto a la familia, no haberse hecho un abogado famoso, no haber ascendido en la escala social, no haberlos sacado de la miseria, y en la que de algún modo le dice que él es fuerte porque ella lo es. Es un tozudo, un concentrado en lo que se ha propuesto, y en eso es como la madre. En la nobleza, en el buen corazón y en la rectitud, sale al padre. Es una maravillosa combinación de factores».

—¿Cuánto influyó en la formación de Martí ser el único hijo varón, estar rodeado de hermanas?

—Rodeado de niñas. No olvides que eran niñas. Solo hay una hermana dos años menor que está pegadita a él: Leonor. De ella, por cierto, no se ha conservado carta alguna aunque sabemos que su esposo, vinculado a la actividad patriótica, mantuvo excelentes relaciones con Martí.

«Esa suerte podrá verse luego en su preocupación por la mujer. Creo que se pasó la vida tratando de entender el espíritu femenino, no sé si logró hacerlo en toda su dimensión, como lo hubiera querido, pero creo que le animaba esa voluntad. Uno aprecia que en Martí, al delinear personajes femeninos, el abordaje es más profundo que al hacerlo con los masculinos, los cuales le quedan como más débiles, más pobres, menos trabajados desde el punto de vista psicológico. Eso evidencia que en Martí hay un gran conocimiento de la psicología femenina, y uno aprecia que, desde jovencito, llega profundo cuando describe personajes de la vida real, al hablar de escritoras, de personajes del mundo artístico. Le llaman mucho la atención esas mujeres reconocidas y de vida un poco transgresora para su época.

«¿Por qué le seduce tanto Carmen Zayas Bazán, la esposa? Porque ella es muy fuerte, tanto, que nunca se le doblega. Ha habido toda una tradición de dibujarla como la que no lo entendió, la que no estaba a su altura, y creo que lo único que ella añoraba era estar junto a él y hacer una vida de familia.

«Es evidente que Carmen se equivocó de hombre, que Martí no era para aquello. Sin embargo hay cartas de él a Manuel Mercado que muchas veces terminan con un recuerdo de añoranza de la vida familiar en casa del amigo. Recuerda el tapete, el mantel que se ponía en la mesa, el hogar burgués que nunca tuvo, donde la familia se reúne a hacer una comida, en un horario, donde el fin de semana es para estar juntos. Añoraba todo eso, pero al mismo tiempo era incapaz de organizar ese tipo de vida, justamente por el camino elegido.

«Carmen quería llevar una vida cercana al modelo matrimonial de la pareja compacta, no solo por herencia, no solo porque procedía de una familia acomodada camagüeyana, sino porque necesitaba tener tiempo y espacio junto a Martí. En los pedacitos de cartas de ella que se conservan hay reproches a su esposo, los cuales son muy interesantes porque demuestran que escribía bien, algo notable para su época, se expresaba con corrección, lo cual indica que tenía nivel cultural y preparación.

«Lo otro que sabemos es que nunca viró al hijo contra el padre, algo que hoy suele ser tan frecuente. El hijo siempre tuvo a su padre como algo adorable, tremendo. Algunos han querido pintar a Carmen como una antipatriota, pero ella no estuvo ajena cuando el muchacho estaba conspirando y se iba a hacer prácticas de tiro en las afueras de Camagüey. Vivía muy orgullosa de que su hijo fuera a la guerra y llegara a ser capitán del Ejército Libertador».

—Martí amó a Carmen...

—Desesperadamente. Ese fue el amor de su vida. Sé que muchas personas no opinan como yo, pero para mí esa fue la mujer por la cual sentía delirio. ¿Y por qué? Porque creo que de algún modo le recordaba a la madre.

—Nunca se desentendió de sus padres...

—Cuando Martí empieza a ganar un poco de dinero por las colaboraciones para los periódicos hispanoamericanos, casi todo se lo manda a la madre. Es dinero para mantenerla a ella, a su padre y a las niñas casaderas. Recuerda que estamos en 1880 y tanto, y que las mujeres no trabajaban en la calle, trabajaban los hombres. ¿Quién debía mantener a sus viejos?: el hijo varón. De 1881 a 1890, Martí está recibiendo cierta cantidad de dinero, pero este, por razones obvias, no le alcanza. Por eso trabaja tanto, escribe, traduce, hace un gran esfuerzo. Los cincuenta dólares oro, por ejemplo, que le pagaba La Nación, venían directo para La Habana.

—Tenía el don de fascinar tanto a mujeres como a hombres...

—Hay un librito fabuloso, de Blanche Zacharie de Baralt, El Martí que yo conocí, que te lo presenta en los salones de Nueva York. Lo mismo se sentaba con las muchachitas a darles consejos sobre cómo vestirse para la boda, que armaba fiestas y bailes. Y después se sentaba a hablar sobre las cosas más humanas y divinas con los amigos. Hablaba de filosofía, de política, y era siempre el centro. Era un conversador natural. Se equivocan quienes lo presentan muy calmado, escribiendo tranquilamente. Quienes lo conocieron aseguran que era un hiperactivo, un desesperado que subía los escalones de tres en tres. Hay que ver su letra para imaginarlo. Solo alguien así pudo escribir en tan corta vida casi una treintena de tomos.

—¿Cuándo cree que tiene madurez política para entender la situación de su país y para asumir un compromiso que gravitó en todos los ámbitos de su existencia?

—Cuando llega a Cuba en 1878. Creo que llegó decidido a ver qué estaba pasando, si efectivamente todo el mundo estaba a favor de la paz, y ver de qué manera agitaba aquello. Se aparece en la Isla y al mes está conspirando. Si no vino a eso a qué vino. Por qué de inmediato busca gente, y se hace amigo de Juan Gualberto Gómez, a quien su padre, esclavo, le compró la libertad. Empieza a contactar con artesanos y trabajadores de La Habana que tienen vínculos con ciertos clubes secretos, los cuales a su vez son el enlace con la gente de Oriente que quiere seguir peleando.

«A la vuelta de tres, cuatro meses, cuando en Cuba deciden hacer una especie de organización central, a la cual nombran por cierto Comité Central, José Martí es una de las figuras nominadas para dirigir esa estructura que finalmente no funcionó porque aquello se prestaba a que la conspiración, si se descubría, fuera descabezada de un tajo».

Foto: Roberto Suárez —Cuando habla de lograr la libertad de Cuba y Puerto Rico dice: «Es un mundo lo que estamos equilibrando». Constantemente alude a Cuba, a todo lo que se haga por ella, como un factor crucial para el equilibrio en el hemisferio y el mundo. ¿Todavía esa idea tiene vigencia?

—Si no en los términos históricos en que lo planteó, sí desde el punto de vista de su significación en el mundo contemporáneo. En Martí el concepto de equilibrio viene en el plano académico por sus estudios de Filosofía, por su conocimiento del concepto de la armonía, de lo pitagórico, de ciertas ideas de Platón.

«Va enriqueciendo el concepto del equilibrio a lo largo de su vida, especialmente cuando prepara sus clases de Filosofía en Guatemala y cuando empieza a leer en los Estados Unidos los trabajos de Emerson y se percata de que está pensando en la misma línea.

«Para él la armonía, que es el amor, es el principio que rige el mundo, así como las relaciones entre los hombres y entre el hombre y la naturaleza, porque la naturaleza en sí misma es armónica y siempre busca compensar.

«Esa armonía se traduce en el plano de la política en los equilibrios. ¿Por qué el mundo anda tan mal?: porque a pesar de todas las críticas que se hicieron, el mundo bipolar tenía equilibrio entre las dos grandes potencias, lo cual implicaba cierta estabilidad. No digo que fuera el mejor de los mundos, pero había cierta estabilidad porque estaban fijadas las reglas del juego entre esas dos fuerzas que se compensaban entre sí. Al desaparecer la Unión Soviética se crea un gran desequilibrio.

«Martí ve la necesidad del equilibrio tanto hacia dentro de Cuba como hacia fuera. Cuba independiente, según él, puede abrir paso a un equilibrio, primero al interior de América porque impide la expansión de los Estados Unidos, puede promover formas de unidad y por tanto sopesar. No se trata de destruir sino de sopesar el poderío norteamericano.

«El equilibrio, según lo entendió, también es interno, a nivel de individuo. ¿Quién lo tiene?: el hombre natural, que es aquel que vive, se expresa y actúa de acuerdo con las condiciones en que vive, que no son solo las condiciones naturales del bosque sino las de su sociedad. En la medida en que un hombre es original y responde a lo general de su sociedad, está siendo un hombre natural».

—¿Cuál es la faceta que más le impacta de José Martí?

—Su desprendimiento personal, esa insistencia que tiene ya a finales de los años ochenta del siglo XIX, expresada en sus cartas personales, de que lo único que lo mantiene vivo es la libertad de Cuba. Estamos hablando de un hombre que en esos años ochenta es conocido por sus trabajos periodísticos, es un escritor apreciado, se está abriendo a un público que lo está reconociendo, y que a pesar de todo ese éxito va centrando su vida, casi exclusivamente, en la lucha por la independencia de su Patria.

—¿Por qué seguimos echando mano a las ideas y al ejemplo del Maestro?

—Por lo mismo que lo hicieron nuestros padres y abuelos, porque era una persona decente. Hoy tenemos personas que incluso llegan a ostentar falta de virtudes y que por eso se sienten hasta superiores. Entonces Martí nos hace mucha falta, al mismo tiempo que necesitamos como nunca la combinación de soñar y de ser realistas, de ser tenaces y a la vez dúctiles.

«Él supo trabajar con todos; abrió las puertas a todos. Es esa una virtud decisiva para estos tiempos. Supo poner límites morales a todos; y unió a personas que no se hablaban entre sí. Buscó siempre el lado claro del corazón de cada cual, y ese es un camino en el que no se acaba nunca. Pasa como con el amor, que hay que crearlo y recrearlo todos los días.

«Martí nos enseñó que, a pesar de que en algún momento podamos sentir cansancio, hay que reemprender la vida sin que perdamos la fe en el espíritu humano».

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