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Máximo Zertucha, acusado por la infamia

El médico y ayudante personal de Antonio Maceo tuvo que soportar toda su vida la imputación de ser el responsable de la muerte del Titán de Bronce. Ochenta años después del combate de San Pedro, la verdad comenzó a abrirse paso

Autor:

Juventud Rebelde

Máximo Zertucha y Ojeda Máximo Zertucha y Ojeda lo había perdido todo: el machete, los grados de Coronel, la gloria y los anhelos. Atrás quedaban las mañanas de duros combates, las ganas de pelear, la compañía del caudillo, la amistad del General... Sus esperanzas fueron abatidas por un disparo. Allí terminaba una vida.

En la mente de Zertucha vagaban los últimos recuerdos del fatídico 7 de diciembre de 1896: «¡Se acabó la guerra! ¡Vea este cuadro! ¡Muerto!, ¡Muerto!», le gritaba desmoralizado al Coronel mambí Alberto Nodarse. Nada resucitaría al lugarteniente general Antonio Maceo. Era imposible aceptar esa muerte.

Un Titán es invencible. Quizá la traición, pensaron algunos de los más allegados, había sido la causante de tamaña pérdida. Zertucha, un mambí de Melena del Sur, parecía ser el hombre. La profunda depresión y las injustas ofensas recibidas en el campamento lo impulsaron a desertar de las filas libertadoras, presentándose en San Felipe, actual provincia de La Habana, al coronel español Guillermo Tort.

Dos años después, sin más puntal que la dignidad, compareció ante el Ejército Libertador suplicando la conformación de un Consejo de Guerra. Esta vez no huyó. Juró por su honor decir la verdad al tribunal presidido por el General de División Alejandro Rodríguez.

El ex Coronel Máximo Zertucha y Ojeda, doctor en Medicina y Cirugía, ex jefe del Cuarto Cuerpo de Sanidad del Ejército Libertador, desmintió el 20 de abril de 1898, ante un Tribunal de Honor, haber planeado el asesinato del Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales, de quien era ayudante y médico personal.

Cuatro días más tarde, el Consejo de Gobierno convocó a un perdón colectivo de acuerdo con la investigación realizada. El galeno quedaba exonerado de toda culpa y salvada su dignidad como cubano. Pero, a 113 años de la caída del Titán de Bronce, aún muchas personas formulan las siguientes interrogantes: ¿Era Zertucha un traidor? ¿Realmente se investigó a fondo el hecho, pese a la guerra imperante en la Isla? ¿Si fue reivindicado, por qué siguieron los ataques de mambises, emigrados y periodistas? ¿Qué sucedió ciertamente el 7 de diciembre de 1896 en San Pedro?

La madre de las dudas

«En San Pedro se produjo un combate sin ninguna importancia militar. La única relevancia recayó en la muerte de Maceo. Fue un hecho dudoso, del cual existen 47 versiones entre cubanos y españoles», explicó el Profesor Auxiliar del Departamento de Historia de Cuba de la Universidad de La Habana, Antonio Álvarez Pitaluga.

En una acción militar el sistema nervioso pasa por un proceso natural de excitación. Las ideas a veces no son claras y muchos detalles pasan inadvertidos. Los soldados ven un mismo hecho desde diferentes perspectivas, pese a ocurrir de una sola forma. Caricatura publicada el 20 de diciembre de 1986 en el periódico norteamericano New York Journal

El profesor Álvarez Pitaluga afirma: «Mientras el mito crece, la gente quiere robarse el protagonismo del deceso del Titán y acompañarlo a la eternidad. Maceo tenía una gran repercusión en el ejército. Muchos cubanos creían en su inexpugnabilidad, así lo atestiguan sus 26 heridas en el cuerpo. Los que estaban a su lado lo vieron caer y abandonaron el cadáver, aunque posteriormente querían ser héroes. Fue un impacto psicológico muy grande. Zertucha, como tantos, nunca se recuperó del hecho y así lo certifica: “La muerte del general produjo en mí, un estado de aplanamiento y confusión que trastornó por completo mi cerebro (...)”».

El peso de la mentira

El Lugarteniente había muerto. ¿Acaso era esto posible? ¿Cómo si los mejores batallones españoles fueron incapaces de derrotarlo en un gran combate, ahora muere en una pequeña escaramuza? ¡Traición! ¡El doctor Zertucha lo vendió por dinero! Esa era la única explicación posible.

La grave decisión de acogerse al indulto enemigo días después del luctuoso suceso, vino como anillo al dedo a la prensa sensacionalista norteamericana. Podían explicar el deceso del gran guerrero y a la vez crear contradicciones entre los patriotas cubanos; además de sensibilizar al pueblo norteño para lograr una intervención armada en la Isla.

Publicaron noticias de descrédito contra el galeno mambí, afirmando la participación de este en el supuesto envenenamiento de una comida para el Titán.

Su figura emergió con titulares sombríos en los periódicos estadounidenses New York Herald, The World y The Mail and Express. El 20 de diciembre de 1896 se publicó una caricatura suya en New York Journal donde aparecía con una figurilla de Maceo en la mano derecha y en la izquierda una bolsa de 50 000 dólares. Los brazos los tenía extendidos y del pecho a los pies había insertados tres óvalos con los rostros de Judas, del Duque de Malborough y de Benedict Arnold.

Al pie del grabado estaban las siguientes palabras: «Cuatro traidores. Judas Iscariote traicionó a Jesús por 30 monedas de plata. Juan Churchill, duque de Malborough, traicionó a Jacobo II por un título de nobleza. Benedict Arnold traicionó a Washington por 6 000 libras esterlinas y el grado de general. Máximo Zertucha traicionó a Maceo por 50 000 dólares».

En la edición del 17 de diciembre de 1896, el diario parisino La Republique Cubaine publicó un artículo con las siguientes palabras: «(...) El cobarde y miserable Weyler (...), compró un hombre, el doctor Máximo Zertucha, para que le entregara al General Antonio Maceo, y este infame aprovechando su puesto junto al general, ha podido llegar al logro de traición tan negra».

También se especuló sobre si el médico había asesinado al héroe de Baraguá cumpliendo órdenes del coronel español Guillermo Tort y Manuel de la Barrera, entonces jefe de Policía de La Habana y agregado al Estado Mayor de Weyler.

Las acusaciones no pararon allí. Personajes como el general José Miró Argenter y el mayor Antonio Serrano, lo juzgaron de la muerte del Titán y la divulgación de la noticia al enemigo.

En Tampa, el 30 de diciembre de 1896, el Club Profesional Federico de la Torre efectuó una reunión para discutir la forma de vengar el asesinato de Antonio Maceo.

El delegado Tomás Estrada Palma tomó la palabra: «(...) Hoy, aunque sabemos que éste murió en combate, abrigamos aún la sospecha que el doctor Zertucha, médico de confianza del último, haya tenido algo que ver con respecto al encuentro de las tropas españolas y el general Maceo. El doctor Zertucha, inmediatamente después de la caída del General, se presentó al enemigo, quien le ha dejado en libertad, tratándole con toda consideración (...)».

Caricatura publicada en La Correspondencia de España, en Madrid, el 16 de diciembre de 1986 Dos años más tarde, 30 galenos adscriptos al cuerpo de Sanidad Militar del Ejército Libertador, suscribieron una carta donde aseguraban la no inclusión de Zertucha al Cuerpo Médico desde su deserción en 1896. En la misiva figuraban las firmas de los generales doctores Eugenio Molinet Amorós y Daniel Gispert.

El 16 de diciembre de 1896, el periódico Patria, órgano independentista fundado por José Martí, en su número 310, abrió la portada con informaciones sobre el fallecimiento de Maceo. Sospechaba sobre una traición en las filas insurrectas: «El guerrero vencedor de cien batallas no se ha despeñado en el fragor del combate, como águila caudal fue fulminada por el rayo. Lo acechaba la muerte y le ha sorprendido, con la máscara de la traición infame».

Camino a la verdad

Zertucha se defendió ante las injurias. Para luchar contra ese vendaval de insinuaciones envió cartas al New York Herald y New York World, con el propósito de aclarar los hechos y negar la pérfida acusación.

Planteó que el abandono de las filas libertadoras no significó el supuesto deseo de la muerte de Maceo. El Titán simbolizaba la victoria y, su deceso, el fracaso de la Revolución.

En una entrevista ante un corresponsal del Diario de la Marina, expresó: «Maceo encarnaba indudablemente el espíritu intransigente y tenaz del separatismo. Era el único hombre que hubiera resistido hasta los últimos momentos mientras le hubiesen quedado fuerzas y vida. Creo que su muerte facilitará muchísimo la pacificación de la Isla».

Aunque la situación era delicada, Zertucha nunca estuvo solo en esta contienda. El general de brigada Enrique Loynaz del Castillo constituyó un fuerte bastión en la redención del médico cuando expresó: «(...) vio colmada su propia desventura con el trato de sus compañeros, ya no tenía al general que lo estimaba, que le ofrecía el halago de su confianza y la seguridad de su agradecimiento. La Revolución parecía cerrarle los caminos. Derrumbado moralmente, emprendió la triste ruta de regreso al hogar».

El general Juan Eligio Duccase, un patriota de mucho prestigio en el Ejército Libertador, escribió una carta a Zertucha, donde enaltecía las cualidades patrióticas del galeno, y su participación en 50 combates: «Escribo a usted para que, en medio de sus contrariedades, experimente la satisfacción de que existe un hombre que se enaltece al tenerlo por amigo y compañero. Creo que los cubanos le deben a usted respeto».

También otros oficiales mambises como los coroneles Manuel Piedra Martel, Orestes Ferrara Marino y el hijo del Generalísimo, Urbano Gómez Toro, desecharon la posibilidad del asesinato del Héroe de Baraguá a manos de su ayudante. El general José María (Mayía) Rodríguez en una ocasión dijo sobre Zertucha: «Su puesto está al lado de los hombres probos y buenos cubanos».

Ciento trece años después de la caída del Titán, el doctor Gregorio Delgado García, historiador del Ministerio de Salud Pública, explicó la cuestionable actitud del galeno mambí: «Siempre estuvo vinculado a la revolución. Cometió un grave error, como cualquier ser humano. Su falta de visión ideológica provocó una acusación falsa sobre un supuesto homicidio al Lugarteniente. Un hombre de esa altura era incapaz de atentar contra la vida del jefe libertador, de quien no fue solo su médico, sino también su compañero.

«Pero como dijera mi padre, el historiador Gregorio Delgado Fernández: “El doctor Zertucha era, como la mayoría de quienes lo rodeaban en su Estado Mayor, un verdadero idólatra del general Antonio».

La lealtad de un hombre

«Zertucha era extremadamente locuaz con las personas allegadas a él, a la vez que retraído y cortés con el resto. Ser de los favoritos de Maceo le trajo muchos problemas en el campamento. La proximidad al héroe desagradaba a los generales Miró Argenter y Pedro Díaz, quienes deseaban estar cerca del Titán», aseguró Paula Rita Brito, historiadora del municipio de Melena del Sur.

«El Lugarteniente disfrutaba la compañía de personas cultas. Conversaba largas horas con el galeno. A esto se une la probada valentía del médico en los combates, sus dotes de excelente tirador y buen jinete, creando así una afinidad entre ambas personalidades», agregó el doctor Gregorio Delgado García.

Zertucha conoció a Maceo en 1892, cuando era médico de una compañía española de barcos trasatlánticos. De esas relaciones surgió una gran amistad entre ambos. Desde la incorporación el 4 febrero de 1896 a las tropas libertadoras hasta el fatídico 7 de diciembre, aquel hombre permaneció al lado de su jefe.

Caída de Maceo, Oleo de Armando Menocal «Fermín Valdés Domínguez decía que el Titán de Bronce confiaba todo a la gloria de su propia espada. La caída se produjo debido al carácter enérgico y el ímpetu combativo de Maceo. Desarrolló un combate formal en condiciones adversas desde el punto de vista militar. Las balas del médico no lo asesinaron», explicó el profesor Álvarez Pitaluga.

«Ante el impacto psicológico del deceso del líder, mambises de probado valor como el doctor Zertucha, abandonaron el cadáver al encontrarse heridos o presentar ataques de pánico. Decidieron salvar sus vidas», argumentó José M. Sansón, profesor del Departamento de Historia de Cuba de la Universidad de La Habana.

Un día después de la muerte del Titán, se destapó un huracán de insinuaciones contra el galeno. El cocinero del campamento, Benito Hechavarría, le impidió comer en la cocina. Fue amenazado de muerte por Miró Argenter, quien lo detestaba por celos de cuartel, y maltratado de palabra por Pedro Díaz. Ya no existía Maceo para defenderlo. Todo esto junto al rumor de la miseria de su familia, lo llevó a acogerse al indulto español.

No marchó a España como decían, continuó colaborando con la causa independentista desde el puesto de médico en Melena del Sur hasta su reencuentro con los mambises el 1ro. de mayo de 1898.

«El galeno no comunicó al gobierno español la muerte del Lugarteniente. La voz popular regó la noticia. A esto se unen las investigaciones del comandante Cirujeda sobre la posible caída en combate del mulato, pues poseía pruebas: un pañuelo con las iniciales A M (Antonio Maceo) y la declaración del práctico que remató a Panchito Gómez Toro. Zertucha corroboró el hecho, nunca lo informó, como dijo Miró Argenter», explicó el historiador Álvarez Pitaluga.

«Pero, si fue Zertucha quien mató a Maceo, ¿qué hicieron los que lo sabían durante los tres días que él tardó en presentarse al coronel Tort? ¿Por qué no fue fusilado Zertucha inmediatamente? La contestación es obvia. Si los cubanos, que adoraban a Antonio Maceo, no cumplieron su deber como devotos compañeros y como militantes que creían ser, fue porque entendieron que no había razones para ello», afirmó Leonardo Griñan Peralta, biógrafo del Titán de Bronce, en ¿Zertucha dio muerte a Maceo?

¿Realmente fue traicionado Antonio Maceo?

En la tormentosa noche del 4 al 5 de diciembre de 1896, el mayor general Antonio Maceo cruzó en bote la Trocha de Mariel a Majana, junto a oficiales de confianza de su Estado Mayor, entre ellos el doctor Zertucha.

Aunque el gobierno colonial obviaba la llegada del caudillo a tierras habaneras, no significaba la ignorancia del inminente ingreso del Titán a la provincia. El comandante Francisco Cirujeda, jefe del Batallón San Quitín Peninsular No. 7, en carta dirigida al general Federico Alonso Gasco, exponía con seguridad la futura llegada del jefe mambí a sus tierras, aunque desconocía la fecha, pues existía un agente español infiltrado en un campamento insurrecto del territorio.

El historiador Francisco Pérez Guzmán, uno de los principales estudiosos sobre el combate de San Pedro, recogió en el libro La guerra en La Habana, las circunstancias y hechos en torno a la muerte del emblemático militar: «El 4 de diciembre el Batallón San Quitín junto a la guerrilla de Peral entró en batalla con fuerzas cubanas concentradas en la localidad de Montes de Oca obligando a Cirujeda a cambiar la dirección de los reconocimientos de su compañía hacia la costa norte rumbo al Mariel, con el objetivo de eliminar los pequeños grupos revolucionarios existentes».

El Comandante español constató la fidelidad del informante días después, mediante el incremento de las fuerzas mambisas en la zona. Esa concentración inusual influyó en los planes de reconocer el terreno y modificar la dirección de la marcha.

El 7 de diciembre tomó rumbo hacia Cangrejeras y en un lugar conocido como Fournier sintió fuego de fusilería. Las detonaciones hicieron que el Comandante detuviera la marcha y como buen militar cambiara el rumbo hacia el lugar donde oyó los disparos. Las descargas procedían del fuerte Zugasti, en Bauta. Precisamente allí obtuvo información de la presencia manigüera en San Pedro y determinó practicar un reconocimiento. Este hecho, obra de la casualidad para muchos, prefijó horas más tardes la muerte del lugarteniente Antonio Maceo Grajales.

«No eran novedad las incursiones sorpresivas españolas en campamentos mambises. La mayoría de estos imprevistos fueron sin trascendencia histórica porque ningún jefe insurrecto había perecido en ellos. La negligencia cometida por el servicio de exploración cubano y el incumplimiento de esa importante misión no solo frustraron el ataque previsto para ese lunes a Marianao, sino que despojaron al movimiento independentista de uno de los principales líderes militares y de mayor visión política de la época», afirmó Oscar Loyola, doctor en Ciencias Históricas y profesor de la Universidad de La Habana.

Aquí descansan los restos del doctor Zertucha. Foto: Emilio Herrera Pérez Si las investigaciones hubiesen ocurrido días después de la muerte del Titán, la deserción de Zertucha habría pasado inadvertida y su figura quedaría limpia ante los sucesos. Sin embargo, los historiadores tardaron casi 80 años en lograr unir todos los documentos, testimonios y hechos pertinentes a la muerte del Titán. Un tiempo que la prensa sensacionalista, emigrados y mambises no estarían dispuestos a esperar. Antonio Maceo, el hombre inexpugnable, había muerto. Sin encontrar explicación alguna sobre un hecho tan poco probable, alguien debía pagar. Allí estaba Zertucha, una persona cuyo único delito fue idolatrar la figura de su jefe y amigo.

Hoy, a 111 años de probada su inocencia por un Tribunal Militar, la imagen del galeno ha sido borrada, incluso en Melena del Sur, el pueblo al que le entregó lágrimas, esfuerzos y cenizas. Un lugar cuyos hijos desconocen su vida y ninguna calle, escuela o centro social tiene una placa con su nombre.

Su alma soportó el dolor enorme del oprobio y el desprecio de miles de cubanos. Juzgado por las calumnias fue rehén de los sucesos y prisionero de las dudas. La vida de los hombres nobles tarde o temprano siempre queda purificada por la verdad. Y es precisamente esta la encargada de subsanar aquellos errores cometidos por la inmadurez de sus actos.

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