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Estudiantes de la Escuela Latinoamericana de Medicina colaboran en labores agrícolas en La Habana

Para ellos esta es una oportunidad de retribuir el esfuerzo del gobierno y el pueblo cubanos, que facilitan estudios a quienes no pueden realizarlos en sus países

Autor:

Rocío Trujillo Olivares

«Me gusta mucho el contacto con la naturaleza, por eso disfruto tanto estas jornadas en el campo. Siento que lo que hago es útil para la sociedad y una forma de colaborar con la producción. Es una experiencia completamente nueva porque en Brasil el boniato, por ejemplo, se llama batata, y la hierba no se arranca con las manos sino con máquinas. Son días inolvidables».

El brasileño José María Silva no es el único que está viviendo experiencias nuevas en este período vacacional. Uno u otro acento delatan el país del cual provienen los más de 50 estudiantes de la Escuela Latinoamericana de Medicina que trabajan en terrenos aledaños al campamento El Paraíso, en el municipio habanero de Güines. Herederos de las costumbres y culturas de toda América, han descubierto en la campiña cubana un verdadero paraíso.

«Ayudar en el campo es un orgullo y una pequeña colaboración con el pueblo cubano que tanto hace por nosotros. Nos brindan una beca, albergues, y no pagarnos absolutamente nada», aseguran los salvadoreños Gerardo Martínez y Giovanni Mesa.

Cierto es que la alegría de estos jóvenes, cuyas nacionalidades van desde el río Bravo hasta la Patagonia, contagia a todo el que se acerca al surco. Entre chistes, canciones y de vez en cuando algo de silencio, ellos avanzan por sus carrileras, cual agricultor acostumbrado al trabajo duro bajo el sol.

«Las labores realizadas por los estudiantes han sido socialmente productivas, porque si este boniato que hoy se forma no se estuviese desyerbando, no saldría cuando pasemos el arado y habría que repetir la acción. La dirección de la cooperativa Daniel Pérez Amaro está muy satisfecha porque son muchachos disciplinados y trabajadores. Quisiéramos que la experiencia se mantuviera y vinieran otros grupos. Pese a ser de otras naciones y saber poco o nada de agricultura en Cuba, se han adaptado extraordinariamente al trabajo», sostiene Lino Núñez Suárez, representante cooperativista.

Daños «pasables»

Muchos de los jóvenes proceden de zonas frías; algunos de zonas rurales y otros no. Cierto es que las costumbres cambian de una nación a otra, y la forma en que nuestros campesinos desempeñan sus tareas quizá les haya resultado dura en un inicio, pero se adaptaron.

«El campamento es muy acogedor y esta actividad nos permite darnos cuenta de que no es fácil obtener los alimentos. Las manos se te dañan, el cuerpo se estropea y cuando llega la noche estás muerta de cansancio, pero eso son cosas “pasables”. La experiencia y la unión que hemos alcanzado valen la pena», afirma la ecuatoriana Yohana Hamacas.

Mariano Salas es un argentino, natural de Buenos Aires, al que le ha costado acostumbrarse a la terminología y la vida de campo. La naturaleza se ha ensañado con él y unos pequeños «amigos» le hacen la jornada algo más intensa. «Tengo mucha picazón y me paso el día rascándome porque los mosquitos han acabado conmigo. Tengo picadas en los dos brazos y el cuello. No obstante, lo mejor es el intercambio con los compañeros de otros países y saber que no somos tan distintos y que todos pasamos por la misma realidad».

Vacaciones fuera de casa

Estos futuros galenos que hoy se forman en Cuba, quieren divertirse en vacaciones como cualquier estudiante. Algunos regresan a casa con sus familias para pasar una pequeña temporada en el hogar. Otros tantos se quedan y practican el idioma, van a la playa, al cine o a las labores agrícolas. Estos no regresan a sus tierras porque no quieren, o simplemente porque no pueden.

«Este tiempo también me ha servido para aprender mejor el español y palabras que en portugués no existen —afirma el carioca José María Silva—. No fui en estas vacaciones a mi país porque como no hablaba bien la lengua de aquí, allá todo lo diría en mi idioma y con certeza iba a olvidar lo aprendido».

Sin embargo, la suerte de otros no es tanto de escoger qué hacer en vacaciones sino de aceptarlo y punto. Alihuen Antileo es un mapuche chileno que ha aprovechado la etapa en los campos cubanos para conocer más a fondo nuestras costumbres. Hace dos veranos que no ve a los suyos.

«En Cuba lo cotidiano se vuelve trascendente. Mi vida en Chile era de estudio, harto trabajo para pagarlos y mucho temor en las calles. Trabajé de cocinero, copero (camarero), arreglando computadoras, sirviendo helado… en todo lo que aparecía. Pese a esa realidad, extraño mucho a mi familia. No he ido a casa por falta de plata: es extremadamente caro ir a Chile. Cuando pueda los visitaré. Ahora lo importante es que en Cuba uno encuentra familia también, y en esta tarea agrícola nos tratan como si nos conocieran de toda la vida. Me siento bien».

Una suerte parecida corre la paraguaya Nilda Vázquez, quien fue la primera en anotarse para la movilización agropecuaria porque en su país ella vive en el campo y esto le trae viejos recuerdos trabajando la tierra con los padres. «Me emociona mucho. Aquí sé que estoy haciendo algo necesario para este país que tanto nos ha dado. Además, desconecto del estudio y olvido que estoy lejos de casa», afirma.

Ella no ha podido ir a su país porque se le hace muy difícil pagar el pasaje, sin contar que allá tiene otros hermanos y sus vacaciones le crearían un gasto adicional a sus parientes. «Me siento bien al estar estudiando en un país como Cuba que es de los más seguros. Sé que mis padres están bien, y que volveremos a vernos. Con eso me conformo. Ahora mi tarea está aquí, en la agricultura, ayudando un poco a quienes tanto han hecho por mí. Esto es una tarea útil y me solidarizo con el pueblo. Mis padres se sentirían orgullosos si me vieran trabajando en el surco. Aquí hemos descubierto un paraíso terrenal».

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