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Una mirada a la Embajada desde un Malecón libre y democrático

La mano está extendida… no para que se tuerza y obligue, sino para que se estreche con la naturalidad del respeto mutuo

Autor:

Juana Carrasco Martín

Una llamada telefónica aclara: «Por precisión histórica; no había una muchedumbre cuando arriaron la bandera de la Embajada en aquel enero». Es una cubana que entonces, desde la azotea del Hotel Nacional, como miliciana Lidia Doce, defendía una Revolución naciente que había puesto de pie, vestido con la dignidad, a un pueblo.

Tampoco son muchos los que hoy, desde las aceras y las edificaciones colindantes, ven izar la insignia de las barras y las estrellas en el edificio frente al Malecón de La Habana, pero de entre los que observan se ha escuchado poco antes, cuando fuera interpretado el Himno Nacional de la Isla caribeña en la ceremonia de reapertura, un grito de ¡Viva Cuba! Y el coro de ¡Viva! como respuesta. Es una declaración que brota desde el pueblo.

Una periodista llegada desde algún lugar del mundo para cubrir el momento histórico que cierra una página de rivalidad que ha durado  54 años, confiesa que el momento se le hace «algo extraño»; en declaración rápida a la prensa, junto con la expresión de alegría, un político cubano-americano, Carlos Gutiérrez, dice que en realidad nunca pensó verlo, pero se le ha cumplido un sueño, y otro tanto confiesa un empresario de igual procedencia, Carlos Saladrigas.

Contra un cielo tan azul que encandila, donde ni una sola nube empaña su nitidez, y un sol que podría rajar las piedras, tres marines veteranos que una vez bajaron esa bandera, se la entregan a tres jóvenes marines para que junto con el secretario de Estado John Kerry la alzaran en el mástil. Pero la bandera no ondea, queda agarrada al asta, como para asegurarse de que ahora no se irá. Hay aplauso cerrado entre quienes están invitados al ceremonial y prima confianza en el futuro que abre estas relaciones diplomáticas, el de una normalización plena, que saben será otro proceso mucho más largo y complejo.

«Es irreversible», asegura un periodista puertorriqueño; lo define también así James William, del grupo Engaged Cuba; con igual optimismo lo ve un congresista de Florida y es amplia la sonrisa de satisfacción de la senadora Barbara Lee, quienes van dejando sus impresiones de un momento por el cual han estado batallando. También están dispuestos a seguir en ese camino de acercamiento que pasa necesariamente por el levantamiento del bloqueo, por echar a un lado las prohibiciones comerciales y de viajes a Cuba de cualquier norteamericano común.

Lo lleva al plano familiar el poeta cubano-americano Ricardo de Jesús Blanco (Richard) cuando reitera en breve declaración a algunos periodistas la esperanza que expresó en verso durante la ceremonia en su Matters of the Sea, leído inmediatamente después que Jeffrey De Laurentis, encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en Cuba, diera las palabras de bienvenida.

Se siente la nostalgia entre quienes han llegado del otro lado del Estrecho y les acompaña un mar sereno y límpido, quizá por eso como fondo del escenario, parqueados junto al muro del Malecón están tres autos Chevrolet de finales de la década de los 50 del pasado siglo que esperan quién sabe a quién. Quizá al propio Kerry, quien expresa fuera del guión: «Les agradezco que hayan dejado mi transporte aquí afuera»… y casi de inmediato en su discurso la satisfacción de ser el primer secretario de Estado en visitar Cuba desde 1945.

Pero esos autos que son parte de una de las atracciones de La Habana, están todavía vedados para el americano común que quiera venir de turista al país más cercano del alegre Caribe. Añoranza que se siente en los sonidos musicales del preludio que brindó el United States Army Brass Quintet, ritmos de esta tierra, sones conocidos que hicieron a una pareja dar unos pequeños pasillos en la tarima edificada sobre el césped del jardín de la sede diplomática, o un inconfundible Pérez Prado…

Es un momento verdaderamente histórico y algo de esa historia precedente es narrado —en  dos momentos incluso en español—, por Kerry, quien asegura que «no hay nada que temer» en «este nuevo comienzo de su relación con el pueblo y el Gobierno de Cuba», a sabiendas de que «el camino hacia unas relaciones plenamente normales es largo».

«Amigos —asegura— estamos aquí reunidos el día de hoy ya que nuestros líderes, el Presidente Obama y el Presidente Castro tomaron una valiente decisión: dejar de ser prisioneros de la historia y se enfocaron en las oportunidades del hoy y del mañana. Esto no significa que debamos olvidar el pasado».

Por supuesto que Cuba no tiene por qué olvidarlo, ni su historia de pueblo hostigado firme en sus principios, resistente a las muchas embestidas que les llegaron, y todavía llegan, desde el Norte. Las décadas transcurridas no fueron precisamente de buenas intenciones, aunque se pretenda escribir otra historia y algunos se la crean porque, como mal permanente en la construcción de nuestra nación, anden por los alrededores quienes tienen alma anexionista y la mostraron enarbolando una bandera ajena, la de los que se creen campeones y paladines de la democracia.

Foto: Abel Rojas Barallobre.

Los cubanos tenemos la nuestra, que es genuina. Y con claridad meridiana el Canciller que junto al pueblo heredó la dignidad de Raúl Roa, lo dejó explícito en un ejercicio de soberanía, a la que jamás renunciaremos, y desde la correcta interpretación de la historia. Lo hizo el Ministro de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez en la conferencia de prensa conjunta con el Secretario de Estado, que tuvo como escenario el Salón Vedado, del emblemático Hotel Nacional de La Habana: Cuba se siente orgullosa de su ejecución de los derechos humanos, de su defensa y respeto de las libertades civiles, políticas, económicas y sociales que abarcan sin discriminación alguna a cada ciudadano y ciudadana de este país, y es amplio el patrón de cumplimiento de los derechos establecidos por los Convenios Internacionales para los niños, para la mujer, y contra la discriminación racial; sin muerte en las calles y sin limitación de los derechos electorales.

Poco antes, el comentario llegaba desde un grupo que conversaba en las inmediaciones de la Embajada recién oficializada. Es verdad, no debemos ser ni enemigos, ni rivales, sí vecinos, como dijo Kerry, pero ellos tienen que convertir esas palabras en realidad. Oye, yo sigo diciendo: ni un tantico así… La expresión se esparcía con la brisa que no mitigaba la canícula.

Queda mucho por hacer. Y augura que se empieza pronto el anuncio hecho por Bruno de que en las conversaciones sostenidas en el Minrex, en un clima respetuoso y constructivo, habían acordado una Comisión bilateral que adelante el proceso de normalización y aborde, entre otros, los pendientes y acumulados en más de 50 años.

La mano está extendida… no para que se tuerza y obligue, sino para que se estreche con la naturalidad del respeto mutuo.

La Habana seduce, John Kerry parece estar entre los cautivados. Se rumora rápidamente que recorre la bella ciudad vieja. Lo hace acompañado por periodistas y funcionarios como el Encargado de Negocios, Jeffrey DeLaurentis, y la secretaria de Estado asistente para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson; le sirve de guía el mismísimo Historiador de la Ciudad, el Doctor Eusebio Leal Spengler.

En una visita de pocas horas también asume otros intereses, los de su Gobierno. Tiene reuniones. Hace su trabajo. Que este sea realmente para bien, porque de uno y otro lado se espera que florezca la esperanza entre iguales. El Comité bilateral empezará sus reuniones la primera o segunda semana de septiembre, y habrá una hoja de ruta para enrumbar el trabajo, dijo el Secretario de Estado.

Un primer paso que para Cuba, para Estados Unidos, para la región y para el mundo, es mucho más importante que aquel de la Luna, porque este se debe dar con los pies puestos sobre la Tierra.

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