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Agramonte: Más allá de la leyenda (II)

JR se acerca en esta ocasión al mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz desde la tierra sagrada que le vio morir y convertirse en leyenda, El Potrero de Jimaguayú, y el obelisco que en este lugar se erige como símbolo permanente de homenaje al excelso prócer cubano

Autor:

Yahily Hernández Porto

Camagüey.— Como prometió JR a sus lectores el pasado 11 de mayo, en el artículo Agramonte más allá de la leyenda, de camino al 150 Aniversario del ascenso a la Gloria del prócer camagüeyano, desarrollaremos una serie de materiales sobre lugares y leyendas que enaltecen al gigante cubano como hombre, líder, amante y guerrero mambí.

El primero de esta serie de «sueños y joyas verbales» por revelar fue bien acogido por el público en la página digital de JR y en las redes sociales. No faltaron criterios de admiración y respeto por Agramonte de fieles amantes de esta legendaria figura.

Destacan los de Manuel Domínguez Moreno, quien lo valoró como el «más brillante e ilustre de los patriotas cubanos», y Juan Carlos Lacaba Jofre, que lo describe como un joven en el que «se concentraron infinitas cualidades que le hicieron un verdadero guerrero con dotes de político que se anticipó a su tiempo».

Para el arquitecto Guillermo Morán Loyola, este héroe poseía «…una caligrafía bien configurada, y un buen uso del idioma español. Lleno de valentía y heroísmo renace en todos los camagüeyanos que sabemos defender su legado y en todo cubano que admira su gran obra revolucionaria».    

Y como lo prometido es deuda hoy proponemos un acercamiento al sitio donde cayó en combate este «diamante con alma de beso», como lo definió José Martí el 10 de octubre de 1888, en su artículo De Céspedes a Agramonte, publicado en el diario Avisador Cubano, de Nueva York.

Orígenes de tierra sagrada

El Potrero de Jimaguayú, (no Los Potreros, error reiterado en no pocas publicaciones) fue declarado Monumento Nacional, el 25 de diciembre de 1979. Aunque su nombre se presta a confusión, plasmada hasta en recientes estudios históricos y geográficos, esa planicie se ubica en el actual municipio de Vertientes.

Las referencias más antiguas de este paraje se deben, según información sostenida en el texto El escenario del combate, del exquisito libro Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú, de un prestigioso colectivo de autores, «a las actividades comerciales realizadas(…) a través del embarcadero de Santa María».

El topónimo Jimaguayú es de origen cubano y su etimología se relaciona con las características naturales del lugar. Los estudiosos Héctor Juárez Figueredo, en Camagüey de la leyenda y la historia, y Antonio Bachiller y Morales, en Cuba primitiva, origen, lenguas, tradiciones e historia, subrayan que El padre de Las Casas afirmaba que «magua» se identifica como una voz de origen aruaco que significa vega, y esta a su vez significa bosque, mientras Morales le añade la idea de llanura. 

Para el año 1865 Jimaguayú se ubicaba en uno de los diez partidos (localidades) existentes en la jurisdicción principeña en vísperas de la Guerra de los Diez Años: el Primer Distrito Militar de la Primera División.

Consta en Cultura y costumbres en Puerto Príncipe. Siglos XVI y XVII, de Amparo Fernández Galera, que El Potrero de Jimaguayú era parte del hato de igual nombre, del cual se desconoce fecha de fundación. La noticia más antigua sobre su presencia se relaciona con la imposición de una capellanía el 15 de enero de 1654 por doña Celedonia Herrera.

A finales del siglo XIX, el lugar del histórico combate se hallaba dentro de la finca Jimaguayú y su relieve era llano, con ligeras ondulaciones y formaba un trapezoide.

En 1920, Carlos Pérez Díaz describió a esta zona ganadera en Datos históricos sobre la guerra de los Diez años, como «una extensa sabana muy limpia (…) que permitía gran visibilidad». Incluso los globos de humo de los disparos se veían a más de 200 metros, aclara.

Como sabana de manigua estaba cubierto con espinas y pastos, crecían árboles como jagüeyes, algarrobos, guásimas y palmas, y se sembraba hierba de guinea. Se extendía hasta la hacienda Santa Rosa de Cachaza.

Un elemento recurrente en las investigaciones de generaciones de historiadores y en las versiones sobre la tragedia de aquel 11 de mayo de 1873 es la hierba de guinea, por su relación directa con el fatal desenlace de Agramonte.

La tragedia ocurre precisamente en el mes en que rompe la primavera en Cuba, factor determinante para entender lo que expuso Serafín Sánchez en Acción de Jimaguayú y muerte del mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz, el día 11 de mayo de 1873: «El lugar «estaba limpio entonces de malezas aunque sellado de alterosa yerba de guinea».

Otras reseñas del escenario de operaciones validan este herbaje como componente vital en lo ocurrido. Juan Jiménez Pastrana cita en Ignacio Agramonte. Documentos, que la zona era «un potrero cuya yerba de guinea, en toda su extensión, cubría a un hombre a caballo», mientras que Benjamín Sánchez, en su misiva a su madre, Concepción Agramonte, el 19 de mayo de 1893, valoró el punto donde estaba ubicada la caballería como «muy malo para esa arma, por los innumerables arroyos que hay en aquel punto, y la abundante yerba de guinea que no nos dejan ver la infantería».

Recordemos que existen 50 versiones sobre la muerte de El Mayor (de las cuales JR les estará hablando próximamente), en su mayoría descritas e interpretadas a partir de los intereses y deseos de los españoles y sus partidarios, lo que generó una línea de pensamiento en detrimento del actuar de los mambises respecto a su jefe.

Los estudiosos Raúl Izquierdo Canosa, Ángel Jiménez González, Roberto Pérez Rivero, Elda Cento Gómez, Ricardo Muñoz Gutiérrez, Jesús Ignacio Suárez Fernández, José María Camero Álvarez, aseveran en Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú que, «cuando galopaba hacia el centro del potrero desde donde estaba el capitán Serafín Sánchez junto al arroyo El Platanal, rumbo al norte o noroeste, paralelo al arroyo Basulto, al parecer Agramonte se adelantó al resto de los jinetes que lo acompañaban y fue blanco de uno de los muchos disparos de la descarga que a corta distancia le hicieron súbitamente tiradores de la 6ta. Compañía de León; que él no había visto por estar apostados ocultos entre la alta hierba en el margen oriental del mencionado arroyo. Un proyectil lo alcanzó en la sien derecha, le salió por la parte superior del parietal izquierdo y le causó la muerte de forma instantánea».

Asevera este prestigioso colectivo investigadores que la versión de una bala extraviada como causa de su muerte fue una de las primeras en circular y difundirse rápidamente en toda la comarca principeña, con el mal intencionado mensaje de que provino de sus propios combatientes.   

Otro elemento a destacar es que no fue casual este combate encarnizado en El Potrero de Jimaguayú, pues este punto era habitual teatro de operaciones militares de ambos bandos.

Los españoles en 1872 tenían allí una enfermería, un depósito de raciones de segunda clase y un destacamento de 69 hombres; mientras que los mambises establecieron una de las prefecturas de la organización civil creada por la República de Cuba en Armas, la cual tenía como misión el cuidado de la caballería.

La existencia del campamento del Ejército Libertador en este lugar sagrado de la patria se refrenda en el Diario de Operaciones de El Mayor, en Juan Jiménez Pastrana, cuando anotó el 24 de abril: «En Jimaguayú. [Adonde había llegado cuatro días antes]. Se mudó el campº(campamemto)».

La zona fue escenario de enfrentamientos entre las partes en conflicto. Consta que Agramonte sostuvo un combate el 29 de junio de 1872 en las inmediaciones del Potrero de Jimaguayú y Santa Ana de Guanusí, y luego de su muerte ocurrieron otros, como el de febrero de 1874. Aquí también sesionó la primera de las asambleas constituyentes de la nueva etapa de lucha, entre los días 13 y 18 de septiembre de 1895.

El obelisco

El 11 de Mayo de 1928 se inauguró el obelisco que inmortaliza la caída en combate de Agramonte, proyecto impulsado por el Consejo Territorial de Veteranos, junto a la maestra María Eumelia Socarrás.

El Consejo Territorial de Veteranos y la maestra María Eumelia Socarrás fueron los impulsores de la campaña popular para la construcción del obelisco en El Potrero de Jimaguayú, en el municipio de Vertientes, inaugurado el 11 de mayo de 1928. Foto: Rodolfo Blanco Cué.

El sobrio monumento, expresión del dolor causado por la pérdida del mambí, de una altura total de 6,25 metros, tiene una parte superior construida con mármol blanco de Carrara, en forma de columna rematada con una copa enlutada. En los ángulos figuran cuatro antorchas y un pergamino a altorrelieve con la inscripción «Al Mayor Agramonte».

Hasta el día de hoy no se ha encontrado evidencia que respalde en documentos legales o en la prensa de entonces otra de las legendarias historias que circundan el lugar: que el día del trágico suceso se enterró una botella para marcar el sitio de la caída del héroe.

En 1937 Juan J.E. Casasús precisó en su libro Vida de Ignacio Agramonte que el General Máximo Gómez dispuso que en el lugar donde fue enterrada la botella cada soldado libertador arrojaría una piedra, para que quedase marcado el fatal sitio por largo tiempo.

Hasta el presente no existe referencia explícita a la localización del frasco, lo que tampoco desmiente la idea que la obra se haya ejecutado en el lugar marcado por el túmulo de piedra.

Una década después de la inauguración del ponderado monumento, Gerardo Castellanos, en Pensando en Agramonte, aseveró dos cuestiones de interés: una, que la botella no había aparecido, y la segunda, que en el croquis que en dicha obra dedica a la Asamblea de Jimaguayú denota un punto con la inscripción «Túmulo de piedra que marca el lugar donde murió Agramonte».

Sobre la hipótesis de que la botella se encuentre debajo del obelisco, se conoce con certeza que lamentablemente en las excavaciones de 2006, desarrolladas por expertos arqueólogos, no se encontró indicio de ella.

La conservación de ese túmulo fue certificada en 1926 por el doctor Emilio Lorenzo Luaces en su texto La caída del Mayor, «…el héroe sublimado por la gloria, cae en los campos de Jimaguayú, donde un montón de piedras señala el lugar santificado por la generosa sangre del inmortal Ignacio Agramonte (…) las personas de buena voluntad, se proponen levantar en ese lugar un sencillo obelisco, que señale a las nuevas generaciones, el lugar donde cayó el cuerpo ensangrentado del inolvidable jefe de la Caballería camagüeyana./ La república, libre y soberana, con muchos millones en el Tesoro Nacional, no puede ocuparse de esas cosas».

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