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¿La tierra en nuestra carne?

El día y la hora en que el sector agrícola ofrezca al país, definitivamente, la riqueza y el bienestar plenos que se esperaban desde la firma por Fidel de la primera de las leyes agrarias, habremos completado la verdadera reforma en el campo a la que aspiraba la Revolución en Cuba

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Sin importar qué tan urbana sea nuestra vida, nuestros cuerpos viven de la agricultura; nosotros venimos de la tierra y retornaremos a ella, y es así que existimos en la agricultura tanto como existimos en nuestra propia carne.

La frase es de Wendell Berry, reconocido literato norteamericano que decidió regresar al cultivo de la tierra de sus padres y se convirtió en un sabio de la agricultura sostenible, en defensor progresista de la virtud y la tradición y en símbolo contra el tecnologicismo desenfrenado.

Su tesis podríamos acercarla a las exigencias actuales de Cuba, a 65 años de la firma de la 1ra. Ley de Reforma Agraria. Nuestro país viene de la tierra y también requerimos retornar a ella, y deberíamos existir en la agricultura tanto como existimos en nuestra propia carne.

Encontré la expresión mientras trataba de entender, hace años, la dicotomía entre una agricultura situada políticamente como asunto de seguridad nacional y los decrecimientos que no paran en este sector, pese a la ingesta de medidas para incentivarlo.

Lo más preocupante es que mientras virarse para la tierra es una línea esencial del proceso de actualización del modelo socialista y de la urgente reactivación de la economía, ese propósito continúa ofreciendo otras preocupantes señales.

La segunda mala señal es la caída desconcertante en la agroindustria azucarera. En reciente reunión del Consejo de Ministros se reconoció que a aun cuando hasta ese momento se logró ir recuperando el nivel de producción de azúcar en la presente contienda, lo alcanzado pone en tensión el cumplimiento del plan. Anuncios nada dulces en la que fue una potencia azucarera donde hoy es casi inalcanzable tener unas libras de azúcar.

Julio García Pérez, presidente del Grupo Azucarero Azcuba, agregó otro elemento a lamentar en dicho encuentro: desde el punto de vista económico y financiero varias de las empresas que hacen zafra en estos momentos tienen pérdidas asociadas tanto a ineficiencias como a inestabilidad de la molida.

Otra mala señal es que las tierras entregadas en usufructo tampoco alivian los pesares en la mesa de los cubanos.

La tríada anterior duele más cuando se conoce que la agricultura llegó a aportar en 1991 —aun con insuficiencias— el 83 por ciento de los fondos exportables de la nación, de los cuales el 77 por ciento correspondía a la agroindustria azucarera.

Nadie desconoce el impacto del llamado período especial en este sector. Tampoco el viraje ocurrido hacia una economía de servicios con sus inusitadas perspectivas. Pero esto lamentablemente se dio en paralelo con cierto grado de subestimación del sector agrícola, cuyas consecuencias purgamos ahora en lo táctico y lo estratégico.

Un informe de febrero de 2024, en la página oficial del Banco Central de Cuba, reseñó que en la actual coyuntura resulta clave la orientación de la política inversionista hacia sectores o actividades que determinan en lo inmediato la recuperación de la economía. En tal sentido, entre enero y septiembre de 2023, sectores como la agricultura absorbieron solamente el 2,8 por ciento del total invertido, mientras que la industria azucarera recibió el 0,5 por ciento. La propia nota destaca que esta desproporción es preciso eliminarla si se quiere avanzar en la producción de alimentos y en la del azúcar.

Todo lo anterior pese a la coincidencia entre políticos, dirigentes gubernamentales y especialistas —además de los comunes entre los mortales que sufren la imparable carestía de la vida en medio de la creciente inflación— en el por qué la rama agropecuaria resulta decisiva para la economía cubana, tanto por su incidencia directa e indirecta en la suerte de la economía nacional, la que debería significar para el producto interno bruto (PIB), así como por los valores que genera la producción, transportación y comercialización de productos agrícolas frescos o procesados.

Como aseguró el Apóstol, en agricultura, como en todo, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos. Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Un revelador artículo del ya fallecido economista Armando Nova, quien se desempeñó en el Centro de Estudios de la Economía Cubana, apuntaba hace unos años que durante 2008 alrededor del 20 por ciento del PIB del archipiélago dependió de la actividad agropecuaria.

Según este analista, la población económicamente activa que laboraba directamente en el sector era el 21 por ciento. Y añadía que si consideramos que el núcleo familiar cubano se componía entonces de cuatro personas como promedio, se podía afirmar que la economía familiar de cerca de cuatro millones de personas dependía directamente del desempeño de la actividad agropecuaria.

A sus apreciaciones agregaba que como sector demandante se encadena con diversas ramas de la economía del país e introduce además dinamismo por vía de la demanda. Asimismo —subrayaba— generaba energía renovable y no contaminante y daba lugar a importantes ventajas económicas, sociales y territoriales. Además, en el sistema agroindustrial cañero se pueden obtener múltiples derivados con alto valor agregado.

Este especialista, como otros a lo largo de estos años, han advertido que en la medida que la agricultura no proporcione los resultados esperados, dicho encadenamiento continuará provocando importantes erogaciones (efecto multiplicador no favorable), que la economía debe asumir, para poder suplir las deficiencias de este sector.

Esto es lo que se viene manifestando en los últimos años, con acento en los más recientes, y motiva grandes importaciones de alimentos, una parte significativa de lo cual puede ser producido internamente en condiciones competitivas. Como es conocido, todo ello desemboca en una economía más vulnerable y dependiente de las importaciones.

Es como si las tres señales anotadas fueran nuevas campanadas de emergencia desde las entrañas de nuestra tierra. Como si una lección del Apóstol irradiara en los campos cubanos: «En agricultura, como en todo, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos».

Ni aún los más reacios a reconocer el espíritu justiciero de la Revolución podrían negar la significación de las leyes de reforma agraria aprobadas por esta, incluyendo la que no pocos especialistas consideraron como la cuarta de estas transformaciones, la creación de las denominadas Unidades Básicas de Producción Cooperativa en medio del agudo período especial en tiempos de paz que siguió a la caída de la comunidad socialista y de la URSS, y luego la quinta, con el inicio de la entrega de tierras ociosas en usufructo.

Aunque tampoco nadie se atrevería a cuestionar que todas, desde la primera hasta la última de dichas reformas agrarias cubanas, dejaron en deuda las potencialidades reales del campo cubano.

El día y la hora en que, sobreponiéndose a sanciones y bloqueos criminales, este sector ofrezca al país, definitivamente, la riqueza y el bienestar plenos que se esperaba desde la firma por Fidel de la primera de esas leyes, habremos completado la verdadera reforma agraria a la que aspiraba la Revolución en Cuba.

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