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El 13 de agosto, las sobrevidas y la paciente impaciencia de los halcones

Aprender a vencer en cualquier escenario fue lo que convirtió al Comandante en Jefe en un gladiador imbatible en el nuevo circo imperial de este mundo

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Los cubanos no podemos olvidar que quienes no pudieron asesinar a Fidel, pese a más de 600 atentados, algunos de los cuales se narran en un texto reciente de Fabián Escalante, actúan para que los 13 de agosto dejen de ser fechas de germinaciones patrióticas providenciales.

Es importante reiterar que el Líder histórico de la Revolución no tiene el reposo merecido del guerrero en el humilde monolito del camposanto de Santiago de Cuba. Invicto en vida, los poderosos enemigos de su pueblo pretenden humillarlo en la muerte, incluso profanarle. Aunque casi ni se menciona entre tantos apagones, algunos no precisamente eléctricos, y otros desasosiegos, Cuba enfrenta ahora mismo lo que los estrategas yanquis llamaron, con calculador cinismo, la «solución biológica».

La maquinaria erosiva del imperialismo sigue con meticulosidad, tan pasmosa como perversa, ese designio estratégico. Se equivocan, como afirmé en otro momento, los que creyeron que al poner entre las fichas esa «solución» para Cuba los tanques pensantes y políticos reaccionarios estadounidenses, y sus acólitos plattistas, se referían a una caída espontánea, por su propio peso, de la Revolución, una vez que muriera Fidel o ya no estuvieran en el liderazgo los hacedores de la Revolución.

Los diseñadores de esta variante están muy bien entrenados en ponerle compulsión ideológica a la solución biológica, darle un empujón, como nos revelan el arreciamiento inmisericorde del cerco y la insidia, directa o indirecta, en las redes físicas o en las virtuales, desde que se derrotó la operación político-comunicacional que terminó por provocar los inflamados incidentes del 11 de julio de 2021.

Aunque pueda resultar casi increíble, por calculador y malévolo, en 1998, un exagente de la CIA admitió, ante el Senado de Estados Unidos, que «eliminar a Castro era imposible; solo quedaba esperar a la biología». Más tarde, en 2007, en el texto Legado de cenizas, de Tim Weiner, se confirmaba que la CIA archivó planes de asesinato en los 90 para enfocarse en una estratagema de largo plazo que dependía de la muerte natural de Fidel.

La «solución biológica» se convirtió desde entonces en una estrategia de espera y presión multidimensional alimentada y sostenida por los halcones anticastristas en Estados Unidos y los sectores reaccionarios anticubanos radicados en esa nación entre los años 80 y 2000. Nada menos que
explotar la mortalidad humana como variable geopolítica, combinando paciencia con acciones agresivas para acelerar el colapso del sistema institucional revolucionario.

El desmerengamiento socialista, que tenía entre sus gérmenes las desviaciones del proyecto original de la Revolución de Octubre a la muerte de su líder, dio aliento e hizo cobrar fuerza a la estrategia.

Aunque al parecer ningún documento oficial nombra un inventor único de este cambio de ruta para la subversión contra Cuba, registros desclasificados y análisis apuntan que fue una directiva consensuada en los ámbitos «anticastristas» de la CIA, el Departamento de Estado y grupos extremistas contrarrevolucionarios en Miami. El terrorista Luis Posada Carriles, quien murió sin pagar por sus crímenes, amparado en Estados Unidos, así como congresistas, promovieron públicamente y sin pudor alguno esa visión.

¿Acaso no resulta llamativo que Joseph Biden no pasara de ser una especie de trolecillo de Trump en relación con la Mayor de las Antillas, traicionando sus discursos y promesas de campaña? La confabulación entre demócratas y republicanos para provocar la implosión del proyecto político de la Revolución en Cuba no es una simple casualidad.

Se trata de una muy bien cocinada confabulación de los estrategas y laboratorios de manipulación del imperio, puestos de acuerdo en ponerle toda la presión a la «olla» interna en el archipiélago hasta hacerla explotar; volarle la tapa de la resistencia por los aires.  Estamos ante un plan, evidentemente común, de las élites republicanas y demócratas —algo sobre lo que llaman la atención algunos medios—, nacido del más perverso oportunismo.

Merece repetirse que no hay que ser un Newton de la astucia política para desarmar la madeja de farsas que horadaron el terreno hasta las bombardeadas protestas del 11 de julio. Estas tuvieron como combustible especial el campaneo, tan incesante como insidioso —que continúa hasta hoy—, sobre figuras claves de la dirección política cubana, sometidas al asesinato de su reputación en redes, lo mismo que el sistema institucional de la Revolución, incluyendo el sistema de prensa.

En ese propósito no se detienen ante remilgos de ninguna naturaleza, hasta acudir a obscenidades y descalificaciones innombrables. La apuesta es trastocar la imagen de los dirigentes cubanos en monstruos despreciables, especies de Satanás rencarnados, álienes repulsivos, culpables, por sus presuntas incompetencias, corruptelas y vejámenes, de todas las desdichas y miserias del pueblo cubano. Entre los que intentaron asesinar a Fidel por más de 600 veces se cuentan ahora hipócritas y manipuladores guardianes de su fe con el ardid perverso de la Revolución traicionada.

Se trata de denigrar, hasta demoler, la autoridad de los actuales dirigentes políticos, entrampados entre el acoso integral brutal del país y la reforma del modelo socialista, que genera sus propios desequilibrios y contradicciones, además de que avanza más lenta que las necesidades apremiantes de una ciudadanía golpeada severamente por la amplitud y profundidad de la crisis.

Esa fractura comenzaron a estimularla desde mucho antes de que Fidel desapareciera físicamente. Los resortes de su propaganda de los últimos años intentaron hasta dibujar divergencias de sentido y contenido entre la conducción de Fidel y Raúl, lo cual hizo que el hermano de sangre y de causas tuviera que sentar en numerosas oportunidades, durante su período al frente de los principales cargos partidistas y estatales, que la actualización en marcha busca cambiar únicamente cuanto entorpece los propósitos de eficiencia, justicia y bienestar, a los que debe aspirar el verdadero socialismo, y nunca desmantelarlo.

Todo lo anterior alerta, como apuntamos también en otras ocasiones, que la Revolución vive uno de sus momentos más complejos, desafiada a demostrar que alcanzó madurez suficiente para sobrevivir a su liderazgo histórico, y que el orden constitucional en rectificación garantiza la irreversibilidad del socialismo, porque el pueblo, presto, consciente y participante activo, lo resguarda.

En este 13 de agosto, en el que la fragmentación, o más grave aún, la atomización de la causa revolucionaria, se presenta como una amenaza real al proyecto unitario gestado por Fidel, a la cabeza de la Generación del Centenario, esa es de las lecciones que nunca podríamos olvidar. Desterrar los verticalismos y unanimidades por una democracia socialista real —no como la que terminó en la bancarrota en la URSS y Europa del Este—, con una sociedad y una institucionalidad viva y deliberativa, autoridades públicas bajo escrutinio popular, rendición de cuenta y participación políticas auténticas, aunque sin olvidar los hilos sucios que nos mueven en la trastienda.

Por ello es urgente reubicar el alma bienhechora —humanista— de la Revolución en la justa geografía política y económica de la nación. Porque, aunque el país no cambió la percepción legal y sensitiva de su política social, la estructura que la ejecuta, que debe convertirla en sangre por las delicadas venas del país, se mueve por el frágil hilo de corregir las deformaciones sin permitirse injustificables abandonos o insensibilidades, como los que sirvieron de detonantes de recientes incidentes políticos.

La magia de la nueva política social revolucionaria estaría, como incitó siempre Fidel, en cultivar una proyección sensible a las singularidades y desarrollar una capacidad más previsora que reactiva, capaz de adelantarse y proyectar los más difíciles escenarios. Se trata de evitar que la Revolución sea derrotada, como previsoramente alertó, por nosotros mismos.

Aprender a vencer en semejante escenario fue lo que convirtió al Comandante en Jefe en un gladiador imbatible en el nuevo circo imperial de este mundo. En ese que solo dejó a sus contrarios la dudosa apuesta a una «solución biológica». Esa que nunca deberá tener en Cuba su 13 de agosto…

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