Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Actor en cuerpo y alma

Se ha dicho que ser actor implica interminables sacrificios. El testimonio de Enrique Molina despeja cualquier duda al respecto

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Fotograma de la película Páginas del diario de Mauricio.

Siete meses y siete operaciones. Se dice fácil, pero, en verdad, hay que amar mucho la profesión para exponerse a un quirófano, literalmente, por amor al arte. Y eso hizo el gran actor Enrique Molina hace algunos años, cuando le propusieron que interpretara, nada más y nada menos que a José Martí, nuestro Héroe Nacional. Tuve que insistirle para que se decidiera por fin a hurgar en recuerdos muy tristes, que el tiempo, que lo cura todo, se había encargado de ubicar en esos rincones oscuros de la memoria.

«Te lo cuento, porque me lo preguntas, porque es una manera de mostrar cómo los actores también nos sacrificamos para hacer nuestra labor. Y es que somos románticos, soñadores» me dijo con esa voz pausada, enérgica y a la vez tan familiar, para después de una breve pausa, empezar a excavar:

«Había terminado de interpretar a Lenin, cuando apareció la idea de llevar adelante una serie de cinco capítulos sobre la vida de Martí, y claro, yo ni pensar que iba a ser a mí a quien escogerían. Un buen día, Lilian Llerena me fue a buscar a la casa para ver si yo estaba en la disposición de bajar unas libras y de someterme a una sola operación para afinarme un poco la nariz. Ella creía que con el maquillaje se podría concluir el trabajo. Así que acepté e ingresé en el Clínico Quirúrgico, pero no imaginaba que estaría siete meses hospitalizado, porque en vez de una serían siete intervenciones.

«La nariz hubo que operármela en dos partes, pero también los ojos, las orejas, después hubo que echarme el nacimiento del pelo más atrás, y luego quitarme todo el pellejo que me sobraba producto de las 42 libras que había bajado en un mes. Entre una y otra había que dejar un mes por el medio, porque se utilizaba anestesia local en la zona de la cabeza, y era muy riesgoso.

«Cuando ya estábamos preparados e íbamos a hacer el casting para el resto del elenco de la serie que, por cierto, había crecido de cinco capítulos a 15 películas de 16 mm, para la televisión, de modo que fuera un material que quedara para la posteridad, el entonces presidente del ICRT nos llamó a Lilian y a mí para informarnos que, a pesar del interés del Instituto y de la dirección de la Revolución, había que detener el proyecto porque en breve se daría la noticia oficial de que comenzaría el período especial. Ciertamente costaba mucho dinero.

«Y nada, me dijeron: Mira, Molina, no es posible..., y te puedes imaginar. Lo entendía, claro que lo entendía, pero aquello me había tomado dos años y medio de mi vida entre operaciones, ensayos, estudios. Eso me golpeó. Confieso que estuve a punto de retirarme, pero mi esposa, mis hijos, mis compañeros del medio me ayudaron muchísimo, y los escuché. Me fui para Camagüey a filmar aquella serie que se llamó Hermanos, con Rogelio Blaín y un equipo maravilloso de actores y técnicos, con los que estuve como siete meses en esa provincia. Cuando regresé a La Habana me enrolé en otras cosas y la vida tomó nuevamente su cauce.

«Sí, me puso mal, ¿cómo no iba a ser así, si con la figura de Lenin que respeto, pero que no me era tan cercana como la del Maestro me lo había tomado tan a pecho, con tanta fuerza cuando protagonicé El carillón del Kremlin y aquellos cinco cuentos relacionados con su vida, qué se podía esperar que pasara con esa serie sobre Martí? A ese proyecto le entré con toda el alma, y claro que tiene que doler. Lo que más me molestaba eran las razones: estos cabrones con el lío del bloqueo. Yo soy uno de los que lo ha sufrido en carne propia».

Y pensar que Enrique Molina, el más camaleónico de nuestros actores, quien en estos momentos se encuentra grabando la telenovela Polvo en el viento, bajo las órdenes de Xiomara Blanco (Tierra brava, Destino prohibido) llegó a la actuación por casualidad. Aunque nació en Bauta, provincia de La Habana, su abuela, que lo había criado se lo llevó a Santiago de Cuba en 1960.

«Supe de una convocatoria del Conjunto Dramático de Oriente, que así se llamaba en aquella época, y me presenté, sin embargo me desaprobaron. Pienso que ese interés por la actuación nació de una situación económica, porque entonces ganaba 69 pesos mensuales, y tenía un hijo —me casé muy joven, a los 18 años ya era papá. Me enteré de que en el grupo de teatro le pagaban 150 pesos a los actores, y eso acabó por decidirme: la posible mejoría económica, tanto fue así que volví a insistir. Félix Pérez me dijo que regresara, que él hablaría con los directores. Y parece que sí, porque me aceptó el mismo que me había rechazado anteriormente. Quizá él también se sensibilizó con mi problema.

Recibí realmente muchísima ayuda de los actores y las actrices que estaban allí, fundamentalmente de Félix, de Raúl Pomares, de Luis Carreres, y muchos otros. De ese modo fui descubriendo poco a poco la actuación, la fui sintiendo, hasta el día de hoy».

—¿Y cómo se produce el paso hacia la televisión?

—Ya estando en teatro, empecé a asistir a la CMKC para hacer la programación dramática y aprender la lectura interpretativa que se hacía en los espacios radiales, pero la verdad es que nunca fui ni regular, es un medio donde nunca di pie con bola. Más tarde, el mismo grupo de teatro hizo una selección de seis actores que envió a la capital para que recibiéramos un seminario impartido por Humberto Arenal. A nuestro regreso ya se fundaba Tele Rebelde, y los compañeros del canal comenzaron a visitar al grupo de teatro, al Guiñol, al Conjunto Folclórico de Santiago para conformar la plantilla. Me probaron, me preguntaron si quería pasar y acepté. De eso ha transcurrido tanto tiempo que ya me jubilé oficialmente, lo que quiere decir que cumplí 42 años de trabajo, fundamentalmente dentro de la televisión. El teatro fue muy fugaz y, bueno, el cine, que me ha permitido estar en unas cuantas películas: algunas con personajes más importantes; otras con roles de menos aparición en pantalla, pero para nada desestimables.

—En el cine todo empezó por El hombre de Maisinicú...

—Esa fue mi primera película, mi primer contacto con Manuel Pérez para quien también era su ópera prima. Para mí fue una experiencia muy impactante, independientemente de que asumí un personaje que no tenía mucha trayectoria en la película.

Lo que más me interesó de aquella historia fue conocer a Manolo como realizador, como ser humano, sus inquietudes, su manera de dirigir a los actores. Luego tuve la suerte de acompañarlo en La segunda hora de Esteban Zayas y más recientemente en Páginas del diario de Mauricio. De sus cuatro películas, yo he estado en todas, excepto en Río negro. Manolo es de esas personas con las que uno siempre quisiera seguir trabajando, por su talento, por su capacidad, por el rigor con el que se desempeña.

—¿Por qué los directores debutantes quieren tenerlo en su elenco?

—Mira, no sé, yo tengo un instinto, me gusta participar de las primeras experiencias de la gente, dar mi apoyo de una manera o de otra. Disfrutar de eso es genial. En la película El Benny, por ejemplo, se estrenó mucha gente: Jorge Luis Sánchez como director de largometrajes de ficción, Renny Arozarena como protagonista absoluto, Olguita como productora ejecutiva, Pepe Riera como director de fotografía, a pesar de tener una carrera internacional envidiable... un montón de gente, y yo pienso que esa fue una de las cosas más bonitas que le pudo pasar a la película, porque todos estaban muy motivados, porque cuando es la primera vez siempre se pone el extra. Y ahí está el resultado: El Benny ha sido una maravilla.

«Y sí, como dices, estuve en el debut de Humberto Padrón con Video de familia, en el de Manolo Pérez con El hombre..., y en el de Daniel Díaz Torres. También en el de Alejandro Moya con Mañana. En el caso de Humberto Solás, un cineasta con un historial impresionante, fui yo el que se estrenó con él en Barrio Cuba, una experiencia formidable. Con Solás tenía muchas ganas de hacer cine y por fin se dio. Espero que este sea el punto de arrancada para próximos empeños».

—Últimamente es muy extraño ver una película cubana en cuyo reparto usted no esté...

—En Cuba se realiza bien poco cine por los problemas económicos que todos conocemos. Hace algunos años se rodaban 12 películas al año, que no era mucho comparado con los países desarrollados, pero dentro de América Latina se mantenía un buen ritmo. Por lo demás, casi todos los largometrajes eran de producción nacional. Ahora no, ahora hay que contar con ayuda foránea para poder filmar y eso establece muchas limitaciones. Con esto te quiero decir que en la situación actual se puede dar con un canto en el pecho el actor que pueda aparecer en al menos una de esas pocas películas que se hacen en el año. En el pasado Festival de Cine de La Habana, tuvimos la suerte de presentar cinco y yo participé en tres: El Benny, Páginas del diario de Mauricio y Mañana; por tanto, puedo considerarme un actor dichoso.

—Es verdad que el cine es lo que queda, pero en la televisión ha sido multipremiado por Lenin, El carillón del Kremlin, En silencio ha tenido que ser...

—Es cierto, he recibido varios premios en concursos e importantes reconocimientos, y eso es muy estimulante, pero también representa mayores compromisos. Cuando uno hace un trabajo que medianamente alcanza una calidad, sabe que está obligado a subir la parada un poco más o a mantener ese nivel, por una cuestión de respeto al público, porque él se merece todo lo mejor que uno le pueda dar.

—¿Cuál es el método que emplea Molina para lograr tanta organicidad?

—El sentimiento y la verdad, no tengo otro porque no estudié, no soy actor de carrera. A mí no me quedó más remedio que aprender con los golpes de la vida. Así me fui dando cuenta de que esta es una profesión en la que hay que ser muy sincero, muy honesto. Cuando no hay sinceridad, cuando no hay verdad en lo que estás haciendo, ni tú mismo te lo crees, y en esas condiciones, ¿qué quedará para el resto? Yo soy de los actores a los que le encanta que el público crea en mí, y para lograrlo a veces tengo que virarme al revés como una media. Es el precio, pero lo pago con gusto.

Estoy convencido de que esta profesión a la cual he dedicado tanto años es perfecta para entretener, pero también para formar, para orientar, para sensibilizar a los demás, y a ella me entrego en cuerpo y alma».

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