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Rencuentro mínimo

 Una Antología mínima revive ante el lector a un poeta sensible, delicado, familiar

Autor:

Luis Sexto

He vuelto a encontrarme con mi amigo, el poeta Luis Marré. Tuvimos una breve, pero intensa conversación. Yo, sea dicho, no hablé. Solo lo escuché atentamente, pidiéndole por momentos que me repitiera este o aquel poema. Entre la memoria del poeta y yo solo había un todavía reciente cuaderno, una Antología mínima, que así se titula este poemario con sello de la Colección Sur.

Por supuesto, Marré estaba y no estaba a mi lado. Nacido en 1929, falleció en 2013. Pero la muerte no estorba cuando el poeta ha dejado su obra, y uno, su lector, su amigo, o cualquier lector, puede oírlo desde adentro, en la lectura silenciosa.

No he olvidado aquellas tardes durante la década de los 80 del siglo pasado, en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, cuando el periodista que soy, tan aprendiz entonces ayer como ahora, conversaba con Marré, y a veces leía mis poemas para recibir sus comentarios críticos, o su aprobación. Mi primer libro de poemas, publicado por Unión en 1989, fue también obra de Marré.

Lo estimé mucho. Apreciaba su sencillez, y aún gusto del lirismo tenue, casi conversacional, de sus poemas breves. Tanto él como yo también pensábamos que si un poema es bueno y breve, es más de dos veces bueno. Ahora, como les decía, he vuelto a oírlo leyendo esta mínima antología, que nos lo trajo de vuelta.

Marré no escribió a desbordarse. Unos seis libros, de poco volumen, cuyo primer título fue Los ojos en el fresco, que conservo porque lo hallé en una librería de segunda mano. Al releerlo, sigo pensando que el autor era una especie de lírico coloquial, sin los excesos del coloquialismo. Y excesivo resulta, a mi parecer, un poema conversacional cuando no es capaz de conmover.

Fue un poeta sensible, delicado, familiar. Sus poemas parecen que nos susurran ternura y contención. Leamos, para concluir, este poema titulado Prólogo. Leo: «Y mi pluma se convirtió en una criatura chinesca. La débil luz rozaba el papel e iba desapareciendo línea a línea, el poema. Mas al puntear la última línea, se inflamó el papel, la lamparilla se hizo añicos y otra vez quedé a oscuras».

Ese poema ilustra, tal vez, la tragedia del poeta: Saber, por momentos, que lo escrito no coincide con lo sentido.

 

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