Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Al compás del reciclaje: los premios Lucas

JR repasa algunos de los videos nominados a los Lucas 2022

Autor:

Joel del Río

El sello de distinción de la competencia por los mejores videos musicales de este año proviene de que varios de los títulos llamados a señalar pautas en el futuro están protagonizados por cantantes muy jóvenes, que paradójicamente decidieron apoyar su nueva fama en el reciclaje de éxitos de hace, más o menos, medio siglo, como Silencio, Yiri yiri bon, María Caracoles, Rico pilón, Mambo número 5 y La negra Tomasa, entre otros.

Henchido de apropiaciones culturales aparece Silencio, que se inspira en la memorable y «florida» canción del boricua Rafael Hernández, es interpretado virtuosamente por Luna Manzanares y Omara Portuondo, y fue nominado en siete categorías: mejor video del año, dirección, fotografía, edición, dirección de arte, efectos visuales y canción. Joseph Ros se ocupó esta vez de recrear la primorosa ambientación de estilo art decó, para rodear la extraña fábula de una abeja fecundante y presa, además de reminiscencias de Jardín, la novela de Dulce María Loynaz, o de la película Amada, de Humberto Solás. Las alargadas sombras que recrea la fotografía contribuyen a modelar una pequeña obra de arte, que de pequeña solo tiene la duración.

Del mismo director, Joseph Ros, es Voyager, con el pianista Iván Melón, y que fue nominado en igual número de categorías (mejor video del año, dirección, fotografía, dirección de arte, efectos visuales, ópera prima y música instrumental), aunque aquí se aprecian incoherencias narrativas, sobrentendidos incomprensibles para el espectador no enterado de las interioridades, y cierta atmósfera equívocamente espiritualista (incluido el extemporáneo homenaje al filme soviético Stalker) que lo colocan en un nivel no tan alto como Silencio.

Otro de nuestros más talentosos realizadores, Alejandro Pérez, compite consigo mismo en varias categorías en tanto dirigió otros dos de los videos más nominados este año y protagonizados por jóvenes promesas: Yiri yiri bon, de Daniel (nominado en siete categorías: mejor video del año, dirección, fotografía, edición, coreografía, artista novel y música fusión) y María Caracoles, de Gabi (nominado en cinco categorías: mejor producción, efectos visuales, video coreográfico, artista novel y música fusión). Alejandro Pérez es un realizador que se mueve a gusto entre euforias, epifanías y motivadas carnavalizaciones, pero parecía arriesgado hacer una versión sobre una versión de Yiri yiri bon, el electrizante tema que cantaron Benny Moré y Celia Cruz. El reto es vencido, en términos audiovisuales al menos, cuando se elige el blanco y negro, y el siempre funcional laberinto de ladrillos del Instituto Superior de Arte, mientras el cantante Daniel baila con simpático y sensual desgarbo, en medio de una ceremonia que parecía sacra, y termina siendo celebración de sensual paganismo. En María Caracoles, la edición y los efectos especiales ayudan a Gabi a lucir cual diva bailante, enfundada en un traje negro de cuero, reina absoluta de esta plausible modernización del mozambique, el ritmo que tanto bailaron los cubanos de los años 60, ahora «encerrado» en el interior de veloces, alucinantes camiones.

Además de los dos mencionados, Alejandro Pérez entregó otras tres obras este año: para David Blanco hizo la atractiva recreación de un hippismo de sello new age en El milagro, nominado en tres categorías (mejor vestuario, making of y música rock); el efervescente Que se va, para Paulo FG, que recrea documentalmente, y en blanco y negro, una suerte de performance callejera que comunica el más total y genuino optimismo, tan necesario en tiempos difíciles; y el clásico de la música cubana que es La negra Tomasa, modernizado por el también muy joven Lemuel. Lástima que este último fuera ignorado en las nominaciones porque derrocha ingenio y gracia: el cantante parece víctima de la lujuria de la mencionada echadora de bilongos, y así abundan las sorpresas visuales y narrativas en una historia que revienta de colores vivos y contrastantes, sin olvidar las coreografías convidadoras que casi siempre utiliza este realizador. No debe olvidarse que uno de los valores de uso de los videos musicales consiste en su proyección en las salas de baile.

Y si hablábamos antes de los ritmos que los cubanos bailaban en los años 60, en esa misma época triunfó el ritmo pilón en la voz del cantante y director de orquesta Pacho Alonso. Su hijo y nieto se ven acompañados por Cristian y Rey, en Rico pilón, con dirección de Yeandro Tamayo, y cuatro nominaciones en mejor producción, vestuario, coreografía y música tradicional y folclórica. El brillante colorido del vestuario de las coristas, de inspiración vintage, la iluminación y los decorados típicos de un set televisivo, logran rendir homenaje a Pacho Alonso, y revivir aquellas glorias de la música cubana.

También destacan por su aire retro, aunque musicalmente se trate de novedades dentro de la música alternativa contemporánea, Yo no quiero otra, con Nube Roja y Kelvis Ochoa, nominado en cuatro categorías (mejor video, mejor dirección, edición y efectos visuales) y Como una película, con los Nube roja en solitario, y nominado en efectos visuales y música alternativa. Ambos se apropian de íconos cinematográficos del posmodernismo cinematográfico noventero, Instinto básico y Pulp Fiction. En el primero, se parodia la famosa escena de Sharon Stone, interrogada por los policías, con un vestido blanco y ninguna ropa interior, pero al mismo tiempo se deconstruye, vía choteo, ciertas zonas del cine negro con mujer fatal incluida.

Y la inspiración puede venir de cualquier irradiación del pretérito, ya sea del cine, la pintura y la vieja trova. Mala canción de amor, de Jotabarrioz, nominado solo en dirección de arte y música alternativa, se vale de un insospechado homenaje al anime japonés, y en particular al maestro Hayao Miyazaki (La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro) en una canción repleta de nostalgias y ausencias. Mientras tanto, Alejandro García «Virulo» y Rubén Galindo se remitieron a los clásicos de la canción cubana, desde la más fina ironía, en La flor, el viento, la mariposa, el río, los peces voladores, la sirena y yo, que seguramente es el título más largo jamás nominado a uno de estos premios, y que fue destacado solo como mejor video de trova.

A pesar de su escaso reconocimiento, el video de Virulo y Galindo clasifica como una de las obras más artísticas y sugerentes de este año. En su contra, predominó cierta opinión que lo tilda de «powerpoint» (presentación con animación elemental, prediseñada) y le señala la insuficiente complejidad para alcanzar otros merecimientos. Pero es que el único modo de realizar un video musical no debiera ser a partir de las convenciones al uso en cuanto a edición (picotillo de planos cortos), fotografía (movimientos incesantes de cámara, pantallazos de luz, y angulaciones sin justificación dramatúrgica) y dirección de arte (cartones pintarrajeados y vestuario de colorines). Yo, personalmente, prefiero un powerpoint que me emocione, y me comunique algo de la belleza y del pensamiento que habitan en el mundo. Porque este año tuve la sensación de que buena parte de los 300 y tantos videos en concurso, salvo las excepciones reconocidas mayormente por el jurado, estaban enmarcados en idénticas cacofonías de forma y fondo.

Y hablando de lo convencional, solo en apariencia pudiera parecerlo Entaconá, de Malaka, notable debut del fotógrafo David Cruz, y nominado nada menos que en ocho categorías: mejor video del año, dirección, fotografía, edición, dirección de arte, actuación, ópera prima y hip hop. El histrionismo desbordado de la protagonista es manipulado por el director para entrar y salir del mito de la mujer fatal, castigadora, convertida de repente en víctima, y luego nuevamente de pie, triunfante y emancipada. Sin miedo a presentar con delectación una atmósfera íntima y sensual, gracias a las sugerencias de la letra de la canción, Cruz y Malaka se dirigen a un espectador adulto, y por ello se desmarcaron por completo de infantilismos televisivos o didactismos oportunistas. 

Y si la infantilización  o la puerilidad parecen vicios lamentables, la producción para los niños sigue siendo una categoría a veces de excelencia. Nuevamente dejaron constancia de su tremenda imaginación, y tendencia a las recreaciones líricas, los animadores Yemelí Cruz y Adanoe Lima (recordados por La luna en el jardín y Los dos príncipes), quienes pusieron en imágenes arrobadoras una canción de hace varias décadas, Ana la campana, interpretada por Liuba María Hevia y Miriam Ramos, en un video nominado en cinco categorías: mejor del año, dirección de arte, animación, ópera prima y música infantil. El milagro de la poesía, materializado a través de una historia sobre el transparente espíritu de una campana cuyo dulce tañido revive en la noche estrellada, se verifica en este nuevo y singular aporte de los Estudios de Animación del Icaic. Esta es sin dudas una de las mejores obras dentro del catálogo de eminencias que conforma, año tras año, desde hace 25, los Premios Lucas.

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