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Innovación

Floro se levantó cual resorte y se dirigió al frigidaire. Se tardó unos minutos y luego extrajo varios ingredientes y los colocó sobre la meseta. Comenzó a enumerar en voz alta, quizá para darse aliento —supongo yo— y culminó casi gritando: ¡Vamos a hacer croquetas!

Autor:

JAPE

Es posible que el compañero Ponce Piloso tenga razón cuando dijo, en la pasada reunión, que habíamos perdido la capacidad de innovar, el entusiasmo de crear constantemente, de hallar soluciones… —pensaba Floro en voz alta, sentado en una de las sillas de la mesa que centraba la cocina-comedor de su casa. Dirigió la mirada al infinito y siguió su autoperorata: yo recuerdo los duros años 90 ¡Cuántas cosas se inventaron! Incluso, nos las comimos. Las que eran comestibles, quiero decir. Es más, ¡vamos a meterle, que para mañana es tarde!

Se levantó cual resorte y se dirigió al frigidaire. Se tardó unos minutos y luego extrajo varios ingredientes y los colocó sobre la meseta. Comenzó a enumerar en voz alta, quizá para darse aliento —supongo yo— y culminó casi gritando: ¡Vamos a hacer croquetas!

Floro, notablemente entusiasmado, sacudió sus manos y continuó su soliloquio: Aquí tenemos un pedazo de jamonada, que vino a la carnicería luego de dos años desaparecida, parece que ahora su ciclo es bienal igual que los eventos culturales. Trituramos la jamonada con un tenedor. Es muy fácil porque no tiene mucha consistencia y luego le agregamos harina de trigo, o de pan, y ya aquí comenzamos a innovar. No hay harina de trigo, pero tenemos maicena, que es un polvo blanco igual.

Mientras polvoreaba la triturada masa de jamonada, Floro comenta: esta maicena la conservo desde antes de la COVID-19 que la vendieron en el trabajo y nadie la compró porque era para natilla y desde que existen los sobrecitos de postres instantáneos ya nadie hace natilla con maicena. Bueno, ya nadie hace natilla porque lleva azúcar y también leche y huevo… como la croqueta. Pero a esta receta en vez de leche le echaremos agua, que también es líquida y afloja la masa.

Seguimos innovando —comentó Floro y respiró profundo mientras tomaba en su mano dos huevos, una cabeza de ajo y continuó narrando en plan programa de cocina. Los huevos se utilizan para unir bien la masa y el ajo para afincar el gusto. En este caso mi esposa antes de salir para el trabajo esta mañana me dijo que no cogiera los huevos que quedaban, ni la única cabeza de ajo. Que inventara para almorzar; y en eso estoy. Floro cerró los ojos, tragó en seco cuando recordó además que su esposa Elena, al final de su meeting matutino sentenció: lo de los huevos y el ajo es como dice el refrán: diente por diente y huevo por huevo.

Nuestro improvisado cocinero puso los huevos a un lado y solo tomó un diente de la cabeza de ajo. Lo adjuntó al plato y dijo: huevo no utilizaremos porque solo tengo dos, no obstante, sí podemos añadir un dientecito de ajo, porque sí tengo más dientes.

Comenzó a mezclar aquel engrudo hasta lograr una masa casi compacta a la que le dio forma de pequeños cilindros que nos hacían recordar las legendarias croquetas buffet.

Nuevamente tomó la palabra: las croquetas deben ser pequeñas porque así absorben menos aceite cuando las vayamos a freír. Floro hizo una pausa, miró hacia un lado del fogón donde reposaba casi aniquilada la botella de aceite del mes en curso, que no se podrá reponer hasta dentro de otro mes, o sea bimensual. Volvió a respirar profundo y ripostó: pero estas croquetas no las vamos a freír. Serán horneadas. Puso el recipiente con las croqueticas sobre la meseta y se dispuso a encender el horno. Luego de varios intentos recordó que la noche anterior en el noticiero habían anunciado que habría problemas con el gas licuado en algunas zonas de la capital. Cerró el horno y a modo de colofón se despidió de su público imaginario: bueno, esperaré a otra oportunidad para cocer mis croquetas, y quizá hasta mi querida esposa tenga la oportunidad de disfrutar de este ingenioso plato.

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