Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Zaida Capote Cruz: la belleza, entre el limbo y la sacudida

Aun antes de que la legitimidad del sujeto femenino fuera un motivo de arduos y profusos debates públicos, Zaida Capote se distinguió entre sus pares por su disciplina metodológica, su sensibilidad cívica y su enfrentamiento a las disímiles expresiones de paternalismo

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

Como en exiguas ocasiones de nuestra historia editorial, el anuncio de un galardón literario generó expresiones admirativas tan unánimes como las que mereció Zaida Capote Cruz en 2020 al alcanzar el Premio Alejo Carpentier de Ensayo con Tribulaciones de España en América. Con este tríptico ensayístico en el que se cita determinados paradigmas de la crítica contemporánea —el «discurso narrativo» de la Conquista del continente americano, los estudios semióticos de la representación costumbrista y la memoria colectiva ante manifestaciones de genocidio—, Zaida sistematizó algunas de las indagaciones conceptuales que le han merecido un espacio singular entre los escritores reflexivos de su generación.

Aun antes de que la legitimidad del sujeto femenino —tanto en los cánones narrativos como en los niveles conflictivos de la vida social—, fuera un motivo de arduos y profusos debates públicos, Zaida Capote se distinguió entre sus pares por su disciplina metodológica, su sensibilidad cívica y su enfrentamiento a las disímiles expresiones de paternalismo. Con el mismo ímpetu creativo que sus admiradas Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dulce María Loynaz y Diamela Eltit, Zaida continúa generando expresiones de beneplácito en la comunidad intelectual a fuerza de osadía certera y talento sostenido.

Durante mi adiestramiento profesional compartí con Zaida Capote en ambientes francamente propicios para el intercambio intelectual y académico, como los célebres Coloquios del Programa de Estudios sobre la Mujer de Casa de las Américas. Ya cautivado por los ámbitos de mayoría femenina, los intercambios con Zaida me ofrecieron una perspectiva que luego asimilé al retomar los estudios interdisciplinarios en la universidad. Plenamente conectados en la actualidad por preocupaciones profesionales inherentes a nuestros respectivos «nichos» —la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y el Instituto de Literatura y Lingüística—, Zaida sigue desconcertándome por su diáfana manera de encarar lo esencial de la literatura sin perder de vista nuestras «ficciones» cotidianas.   

—¿Cómo valora el interés de la crítica literaria por los textos escritos por mujeres a partir de la década de 1990?

—Desde comienzos de los años que mencionas, empezaron a manifestarse opiniones de escritoras sobre la preponderancia de los autores en espacios de promoción y publicación. Creo recordar que fue Mirta Yáñez quien jocosamente comenzó a referirse —en obvio juego de palabras— al «Pene Club». En aquel entorno de crisis económica extrema e inestabilidad institucional, de poquísimas posibilidades de publicación, entre otras debacles, el menosprecio de la literatura escrita por mujeres se hizo más evidente. Recuerdo que escribí un artículo casi iracundo a propósito de una antología de jóvenes narradores que no incluía a ninguna escritora, lo cual me dio pie para hacer una lectura histórica de las antologías de cuento cubano y revisar la presencia de autoras en ellas.

«Casi una cuestión de justicia, la tarea inicial de la crítica feminista es recuperar las voces de autoras previamente ignoradas, mal leídas, y asentar una perspectiva diferente en el abordaje de su lugar en la tradición nacional. De ahí mi discusión con las opiniones de reconocidos críticos como Enrique Saínz o Jorge Luis Arcos, quienes negaban a la poesía de Dulce María Loynaz cierta evolución estilística. Tales perspectivas tienden a anular o ignorar la creatividad de las autoras y son más frecuentes de lo que parece. Fue precisamente Enrique quien me embulló para que trabajara la obra de Loynaz, de manera que disentir de su valoración —lo que a él no le molestaba en absoluto— era casi divertido. Pero ese es un ejemplo claro de cómo, al enfrentar la historiografía o la crítica literarias con una mirada feminista afloran distorsiones de apreciación que antes pasaban inadvertidas.

«Hace algún tiempo el interés de la crítica por la escritura de las mujeres viene ampliándose, esas escrituras arman un espacio amplio y diverso que merece ser leído en profundidad, con inteligencia, sin prejuicios».

—¿Qué nivel de visibilidad editorial ocupa en Cuba la literatura de no ficción?

—A partir de mi experiencia, no se trata tanto de visibilidad editorial como de promoción y distribución. Obras históricas, por ejemplo, suelen anunciarse mucho últimamente, con la obsesión actual por la historia como una tabla de salvación de la memoria nacional. En el caso del género que mejor conozco, las obras de ensayo y crítica literaria sí se editan en Cuba, aunque luego fallen la promoción y la distribución. No suele privilegiarse este tipo de obras, aun cuando ofrezcan un marco útil para apreciar el conjunto de nuestra literatura y estimular la lectura inteligente e informada. No se discuten públicamente, ni siquiera llegan a las librerías más visibles. Es una contradicción, porque se emplean recursos para imprimirlas y luego no se promueven; pero la visibilidad en los medios masivos es mínima para toda la literatura, si se compara, por ejemplo, con la plástica o la música.

—¿En qué medida el Instituto de Literatura y Lingüística (ILL) ha potenciado la existencia de un canon literario cubano?

—El ILL es quizá la institución que más ha contribuido a establecer un canon cubano, pues es ese precisamente su encargo social. Su amplia perspectiva histórica, refrendada en obras colectivas muy ambiciosas, como el Diccionario de la literatura cubana, la Historia de la literatura cubana, Obras y personajes de la literatura cubana, el Diccionario de obras cubanas de ensayo y crítica, además de numerosísimas monografías y estudios, o ediciones comentadas y críticas de grandes obras de la literatura cubana, hacen de la labor del ILL un referente ineludible a la hora de discutir el canon literario nacional. Todos los estudiosos de nuestra literatura tienen que acudir tarde o temprano a las obras publicadas por el Instituto, aunque muy pocos lo reconozcan públicamente, del mismo modo que recurrimos una y otra vez a los diccionarios de la lengua sin sentir la necesidad de darles crédito. Pero trabajamos por el bien de Cuba; nuestras obras más notables suelen ser colectivas, y tenemos más o menos incorporada la idea del servicio público de nuestras investigaciones.

—¿Qué efectos estimulantes o inhibitorios puede generar la convocatoria de premios literarios?

—Los premios literarios siempre son un estímulo, en tanto espacio de convivencia gremial. A mí me gusta aprovecharlos porque, cuando concursas, estás a expensas de la opinión ajena, sin compromisos, y además de una lección de humildad es una oportunidad para escuchar opiniones de lectores profesionales. Cuando ganas, tu trabajo se hace un poco más visible y eso es alentador. Cuando no, es también un estímulo para pulir el texto e intentar mejorarlo.

«Hace unos años ganar un premio nacional era un suceso. Ahora ya no tanto. De todos modos, se mantiene el goce de probarte ante lectores avezados.

—¿Cuánto se corresponde el nivel de la formación universitaria cubana con las exigencias del oficio de la investigación literaria?

—Los estudios universitarios te dan una base importante; pero en investigación la dedicación y la pasión son fundamentales. No basta con lo que aprendiste, tienes que poner mucho empeño en la búsqueda y la interpretación, leer y releer, explorar, meterte en caminos antes impensados, aceptar el estímulo de tus interlocutores de antes y de ahora. Intentar estar más o menos al día en cuanto a cuáles asuntos se discuten en el ámbito teórico. Un proceso de aprendizaje continuo, a veces te deforma la mirada y crees ver señales en todos lados: una dedicatoria, la fecha de una carta, un dibujo al margen, un viejo retrato.

«Tener el radar siempre activo es fundamental, a veces leyendo algo que no tiene relación directa con tus intereses de investigación encuentras algo valioso. En mi caso, me salvó haberme formado en el ILL, porque la discusión colectiva de los resultados de trabajo, tanto como las conversaciones cotidianas, la contaminación con otros temas de investigación, la disciplina necesaria para emprender y llevar a buen término trabajos colectivos, han sido una escuela. Eso, y el privilegio de contar con colegas solidarios que te regalan de vez en cuando un dato, una perspectiva, una anécdota que te aclara tu ruta de investigación y escritura. La investigación es muy gratificante, y cada descubrimiento te hace feliz, por mínimo que sea; pero tienes que entregarte a ella sin remilgos, enteramente.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.