Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Guillén

Sobre varias facetas literarias de Nicolás Guillén 

 

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

La vida de Rubén Martínez Villena (1899-1934) fue un relámpago, una gota de sangre suspendida en el tiempo. Sus versos contenían la síntesis perfecta, la perpetua agonía. Era como si después de ellos, no se pudiera decir más nada: «¡Estas alas tan cortas y esas nubes tan altas…! / ¡Y estas alas queriendo conquistar esas nubes!».

Quien sí supo decir, quien estuvo cerca, fue Nicolás Guillén (1902-1989). Un poeta sabe recomponer los desgarrones, escuchar lo que nadie alcanza. Pocas veces he visto una descripción tan sobrecogedora como la que nuestro Poeta Nacional hizo de Villena, aquel «hombre delgado y nervioso» de «rostro triangular». Diría que nos lo devolvió:

«(…) estaba alumbrado por el verde fuego de unos ojos ligeramente saltones, que parecían penetrar lo que miraba (…) era un gran poeta no sólo por el ímpetu lírico, sino también por el sabio freno con que lo encauzaba y dirigía (…) pasaba días en buscar la voz precisa, esa y no otra, con el espacio en blanco en el verso sin terminar (…) Es con Martí con quien él tiene mayor parentesco, por su desgarradora pasión cubana y su ambición universal (…) Lo traicionó el pulmón».

No era solo la poesía, es evidente, el campo iluminado por el ilustre camagüeyano. Era fácil para la anécdota, venían a él. Me gusta leer los libros de memoria, suelen encontrarse pasajes inusitados, de extraordinaria riqueza, que hubiera deseado vivir. Tal es el caso de Páginas vueltas (Ediciones Unión, La Habana, 1982), una compilación de vivencias firmadas por Guillén.

Una de esas oportunidades de oro la tuvo con Lorca, con Federico, el poeta de Granada. Años 30 del pasado siglo. Su paso por la Mayor de las Antillas fue ardoroso y polémico. Guillén nos lega una filigrana del recuerdo, tomemos asiento en la tertulia:

«Un día, avanzada ya la mañana, me llamó José Antonio Fernández de Castro (…) Nos fuimos a casa de una amiga donde nos esperaba una botella de ron (…)  Lorca tomó el pequeño vaso donde se sirve esta bebida y durante algún tiempo se mantuvo sin apurarla. Su goce consistía en poner el cristal a la altura de sus ojos y mirar a través de la dorada bebida: esto se llama, decía, ver la vida color de ron». 

De muchos colores, de muchos personajes comenta Nicolás Guillén en sus Páginas vueltas. De su encuentro con escritores como el español Miguel de Unamuno, el haitiano Jacques Roumain y el brasileño Jorge Amado. Al célebre pintor Cándido Portinari le dedicará un poema que años después será todo un éxito en la voz de América, Mercedes Sosa:

«Un hombre de mano dura, / hecho de sangre y pintura, / grita en la tela. / Sueña y fulgura,/ su sangre de mano dura;/ sueña y fulgura,/ como tallado en candela;/ sueña y fulgura,/ como una estrella en la altura».

No escapa la hilaridad en las evocaciones guillenianas, no es posible para un cubano de ley. También en el gigante sudamericano, tiene lugar un equívoco que genera perplejidad, desasosiego, ironía. De antología. Sao Paulo, transmisión radial. Un locutor que conocía el idioma cervantino es el convocado para anunciar al intelectual caribeño. Dejemos que el propio Guillén lo cuente:  

«Y, ahora, señoras y señores, tendré el gusto de presentar ante ustedes al ilustre poeta cubano Arístides Guillén, etc. Una evidente agitación se produjo en la sala de la emisora, que creció de punto cuando el locutor se volvió hacia mí para preguntarme:

«¿No es cierto, poeta, que Guillén se pronuncia así, Guillén? Yo, tan sorprendido como el resto de la audiencia, me limité a contestar: Sí, Guillén se pronuncia Guillén, pero Arístides se pronuncia Nicolás».

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.