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Medina, un héroe de pueblo

Dicen que aquella noche del 16 de agosto de 1981 en Edmonton, Canadá, la selección antillana lo hizo casi todo mal sobre un terreno de béisbol. Pedro Medina Ayón fue la excepción

 

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

 

Por alguna extraña razón, Pedro Medina Ayón no abrió titular en aquel partido definitorio de la Copa Intercontinental de 1981. Se medían Cuba y Estados Unidos en otra batalla campal por la cima del béisbol. Sin embargo, él no estaba con su mascota certera detrás del plato, ni figuraba entre el firmamento de nombres del potente lineup antillano.

No lo pusieron a jugar regular por una decisión técnica, aun cuando el excelso pelotero capitalino venía imponiendo su clase durante todo el torneo. El propio Medina, contrariado, le dijo al director del conjunto (Servio Borges) que: «al final me vas a tener que poner». Y la vida le dio la razón al flamante máscara de los Industriales.

Justo cuando apenas faltaba un out para que los norteños se proclamaran campeones de la 5ta. Copa Intercontinental, y la diferencia en la pizarra era apenas mínima, Cuba sacó del banco a su amuleto de palabra inequívoca. Medina tomó su bate a todo lo largo y salió disparado para el cajón. Su sentencia ya estaba cumplida. Hubo que sacarlo a jugar y, sin embargo, aún faltaba por contarse la gloria.

Dicen que aquella noche del 16 de agosto de 1981 en Edmonton, Canadá, la selección antillana lo hizo casi todo mal sobre un terreno de béisbol. Medina fue la excepción. De emergente disparó el cuadrangular de su vida, el que empató el duelo contra los «americanos», el que hizo descender a la Mayor de las Antillas unos centímetros con el brinco simultáneo de millones de fanáticos.

Desde ese instante «el Médico» industrialista pasó a otra dimensión en la historia del béisbol, con un seudónimo que lo acompaña hoy hasta la inmortalidad: «el Héroe de Edmonton». Nunca una derrota como aquella catalogó tan alto la gloria de un hombre. Medina dondequiera que llegaba debía hablar de ese instante, del jonrón, de cada matiz del partido, porque la gente quería escuchar la descripción tan criolla en voz de su protagonista.

Tal vez Edmonton figure como el momento de su vida, o el más recordado entre los memorables, pero en su paso por las series nacionales —en su mayoría representando a los azules—, también, fue artífice de tres títulos entrañables para los capitalinos (dos como jugador y uno como director). Además, participó en ocho Series Selectivas con Ciudad de La Habana. En ese trayecto, Medina acumuló números ofensivos excelentes: AVG .295, HR 221, CI 869, mientras que a la defensa él mismo se consideraba «como un guante promedio».

Con la selección nacional hizo oda a sus números y trayectoria. Lo ganó todo vistiendo la franela de las cuatro letras, desde Juegos Panamericanos, Centroamericanos y del Caribe y Campeonatos Mundiales. Solo quedó la espina de unos Juegos Olímpicos, pero se retiró del béisbol activo cuatro años antes (1988) de la inclusión de este deporte en citas bajo los cinco aros.

No es necesario argumentar tanto su palmarés cuando basta decir que fue elegido entre los cien mejores atletas del siglo XX en Cuba. Medina, ese inmortal de la receptoría y el deporte antillano, se despidió el lunes de forma prematura, cuando todavía en el Coloso del Cerro suenan sus batazos, su disciplina, su constancia, su voz. Fue «el hombre de Edmonton» y, desde entonces, también es un héroe de pueblo.

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