Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El aldabonazo aún resuena

Pastorita Núñez, mujer inclaudicable y leal, lleva en su mente y su corazón el recuerdo de Eduardo Chibás

Autor:

Eliades Acosta Matos

Foto: Revista Bohemia Nos recibió en la sala de la casa donde vive en el asilo Santovenia. Eran las diez de la mañana del 10 de mayo de 2007, y no sabíamos que esta menuda mujer de 86 años nos iba a cambiar la vida. Veníamos buscando a Eduardo R. Chibás y Rivas en el centenario de su nacimiento, y nos topamos con Pastorita Núñez. Tras casi dos horas de conversación, 22 fotografías tomadas y la desagradable sorpresa de que la grabadora había fallado, ya en la despedida le dije que cada nación tenía su Arca de la Alianza, y que dentro de la cubana, junto a otros símbolos de nuestro pacto con el destino, había que guardar un rinconcito para ella. Me miró escéptica, con ojos azules de brillo inolvidable, y sonrió con picardía. Entonces descubrimos que habíamos estado conversando con una mujer muy joven, perennemente joven, como ciertas plantas tenaces y misteriosas.

«Nací en Pocitos, uno de los barrios de Marianao, el 27 de abril de 1921. Mi familia, más que pobre, era paupérrima. Mi madre trabajaba como despalilladora de tabaco, y de eso murió cuando yo tenía cinco años. “La explotación tuvo la culpa” —decía con razón nuestro padre: por un miserable jornal, ella se veía obligada a aspirar durante horas el polvillo de la hoja. A él no lo trataban mejor: le pagaban 0,40 centavos por 12 horas cortando caña en el antiguo central Toledo. Éramos cinco hermanos, tres del primer matrimonio de mamá y dos del segundo. Ella se llamaba Florida González Álvarez, y él Joaquín Núñez Roque, hijos y nietos de tinerfeños y palmeros, por lo tanto cubanos y canarios. A mi abuelo por parte de madre le decían “El canario” no solo por su origen, sino también por lo bien que cantaba. Mi padre nunca quiso ponernos madrastra. Murió en 1957.

«Al quedarnos huérfanos de madre, la familia tuvo que repartir a los niños para poder mantenerlos. Mi hermana y yo quedamos con papá. Comencé la escuela primaria en Cocosolo. Tuvimos excelentes maestras, que prestaron especial atención a las dos huerfanitas. Fueron nuestras educadoras y también nuestras madres.

«Como teníamos que quedarnos en la escuela hasta que papá pasara a recogernos, ayudábamos a los conserjes en la limpieza, lo cual nos daba derecho a recibir una galleta. Así terminé el sexto grado.

«Ya en la pubertad comencé la escuela primaria superior, lo que hoy es la Secundaria, donde volví a tener excelentes profesores. Guardo grandes recuerdos de esa época. La orfandad nos llevaba a buscar el afecto de las maestras, no por guataquería, que siempre he rechazado; nos ganábamos el cariño con nuestra conducta. Era un placer estudiar, asistir a clases. Los viernes yo hablaba ante los demás alumnos; toda la vida he sido parlanchina, y cada semana me ganaba el Beso de la Patria. Bueno, todas menos una.

«En esa ocasión una alumna de otra aula me pidió prestado el compás en medio de una clase de Dibujo Lineal. Le dije que lo estaba utilizando, que se lo prestaría al terminar. Ella se molestó y me mentó la madre. Le di una bofetada, y eso me costó el Beso... de esa semana. ¡Perdiste el Beso de la Patria! —me gritó la provocadora delante de todos, burlándose. ¡Pero honré la memoria de mi madre!, le respondí. Las maestras me abrazaron, llorando.

«Es curioso en mí el persistente recuerdo de mis padres: mamá, una mujer culta, que leía mucho, hábito que adquirió con los lectores de tabaquería. Combinaba el trabajo con las labores del hogar, “con el cuidado de la prole”, como decía, y también con el cuidado de su belleza, porque era bella. Recuerdo con emoción el instante en que le pedí la bendición por última vez. Pero también recuerdo mucho a mi padre, del que aprendí a amar y respetar la esencia de los valores humanos y los principios éticos, y a luchar en servicio de la Patria. Tuve suerte de tener padres y maestros de la escuela pública de entonces, que era muy cubana, y que fueron determinantes en mi formación revolucionaria y martiana».

Luchar toda la vida

«Después del triunfo de la Revolución una de mis maestras me escribió recordando que yo era en la escuela como una madre para mi hermanita y que había sabido empinarme desde temprano para romper prejuicios.

«Recuerdo la época de lucha de mi familia contra la tiranía de Machado, y cómo a los muchachos nos intrigaba la visita de gente que hablaba bajito para que no los escucháramos, aunque se notaba que tenían una relación de entendimiento y camaradería entre ellos.

«Un hecho de esa etapa que marcó mi vida de revolucionaria ocurrió cuando el dictador Gerardo Machado fue derrocado en agosto de 1933 y el pueblo se lanzó a la calle. En Pocitos se organizó una manifestación, a la que me llevó mi padre. Yo tenía entonces 12 años de edad. Mi tío se incorporó también llevando a mi prima de diez años, llamada Hortensia Valdés González. Quedamos a media cuadra de la cabeza de la manifestación, frente a una oficina de correos custodiada por soldados del régimen depuesto, que portaban Springfield. Se oyeron gritos de “¡Arrancamos!”, lo que significaba que la gente se ponía en marcha. Yo no sé qué entendieron los soldados, que estaban nerviosos, pero lo cierto es que dispararon y atravesaron el cuerpo de mi prima, que murió en el acto. Mi casa —que era también la de ella— se llenó de pueblo. Y junto al ataúd cubierto con la bandera cubana al centro, y las del ABC y el Partido Comunista a uno y otro lado, prometí que iba a luchar toda la vida para que no hubiera dictaduras en Cuba, ni soldados que disparasen al pueblo. Y lo he cumplido.

«Desde ese trágico día, nuestro hogar se convirtió en tribuna de revolucionarios defendiendo al nacionalista y antiinjerencista gobierno de “los cien días”».

Hubiera sido fidelista

«Conocí a Eduardo Chibás en 1935. Cuando papá nos presentó y le informó que yo había participado en un programa radial organizado por la escuela, dedicado a José Martí, Eddy me estrechó la mano y dijo: “¡Qué bueno que se conozca la juventud que piensa!”. Así nos unió el destino. Yo tenía entonces 14 años y él 28. Era de grata presencia física y de sugestivo atractivo moral y rápidamente nos hicimos amigos. También su padre y el mío eran amigos.

«Un día se presentó en mi casa llena de pobreza y de patrióticos anhelos y conversamos largamente. A partir de entonces honraba mi hogar llevando a sus amigos de humilde extracción proletaria.

«Cada conversación con Eddy era una enseñanza. Me fue haciendo conciencia sobre la forma de combatir el coloniaje y explicaba por qué era antiimperialista. Me hizo amar la Revolución del 30. Me contó los motivos que tuvo para proponer a Grau como presidente en 1933 y cómo detestaba a Batista porque siempre metía la bota militar para entorpecer las leyes revolucionarias. Yo estaba fascinada con las anécdotas de Chibás sobre Guiteras, del que era gran amigo y admirador. Hablaba del idealismo de los compañeros del Directorio Estudiantil Universitario de 1927, del que fue fundador, y especialmente de Gabriel Barceló “que es lo más puro que yo he tratado”, decía. Pero se sentía frustrado por el rumbo que tomó aquella Revolución, por la traición de Batista, quien en contubernio con el Embajador americano estableció el triunvirato Batista-Caffery-Mendieta, que convirtió a Cuba en factoría yanqui.

«Empezamos a asistir a los actos públicos contra el régimen castrense y a luchar por el adecentamiento político en el autenticismo y a mí me gustó que aquel partido se llamara Partido Revolucionario Cubano, como el de José Martí, de quien se decía continuador.

«Por su conducto me relacioné con el gran revolucionario peruano José Bernardo Goyburú, que se interesaba por conocer detalles sobre la “fuente de Pocitos”. Por él supe que al preguntarle a Chibás qué lo acercaba a Pastorita, Eddy respondió: “Pastorita es para mí como un símbolo de transmisión de los sentimientos del pueblo. Ella representa la voz del pueblo, al que tanto amo”.

«Chibás era un hombre de extraordinario poder de concentración y de excelente carácter. Me decía, “Formidable, Pastorita, lo que pasó allí fue formidable”. Y lo formidable era que la policía había cargado con él durante alguna protesta. Tenía el don de la elocuencia y era inquieto. Se movía y fumaba constantemente y se ajustaba a hábitos de ética personal y de ética política. Leía mucho. La gente no tiene idea de la cultura de Chibás. De América Latina lo sabía casi todo. Sentía un amor especial por los indígenas, por los aborígenes de Cuba y simbolizaba en el cacique Hatuey la resistencia que había que hacer a los conquistadores, ya fuera en el siglo XVI a los españoles, o en el siglo XX a los americanos. Había leído un considerable número de libros y de autores de todos los países, de todas las épocas y de todas las tendencias políticas y estilos literarios, y disfrutaba los cuentos policíacos, sobre todo los de Agatha Christie. Dominaba lo publicado sobre la historia de Cuba, sus guerras por la independencia y sus heroicos protagonistas. Lo mismo leía a Miró Argenter que a Ramón Roa, El proceso de la Enmienda Platt, que los libros de Ramiro Guerra. Sentía orgullo de su abuela Luisa Agramonte, que había sido mambisa.

«Era un apasionado martiano. Conocía a Martí por sí mismo, con dominio absoluto del contenido de sus Obras Completas, y además de lo que otros habían escrito de él. Hacía anotaciones al margen de algunos libros, y ejemplificaba sus discursos con apotegmas martianos que él practicaba: “Urge ya en estos tiempos de política de mostrador, dejar de avergonzarse de ser honrado. La vergüenza se ha de poner de moda...”.

«Me presionaba para que leyera unos folletos sobre la explotación industrial de la caña de azúcar, para que como dirigente de su partido aprendiera lo indispensable, diciendo: “Te estoy abriendo el cerebro para que entiendas la historia de la economía cubana sin alteraciones”.

«En Chibás su amplia cultura se traslucía en la forma en que hablaba de las obras de arte, de la Piedad de Miguel Ángel, por ejemplo, y de los museos de París. Sentía pasión por las obras del pintor cubano Fidelio Ponce. Gustaba de la música de Schubert, Beethoven, etc., y de la buena música cubana. No sé si era religioso, pero admiraba a Cristo como revolucionario, y recuerdo que tenía dos ejemplares de La Biblia, uno con anotaciones suyas. Pienso que la eticidad de su vida lo acercaba a la verdadera doctrina cristiana.

«Su ética política y su sensibilidad revolucionaria iban parejas. Lo demostró cuando fue detenido por primera vez por exigir la libertad de Julio Antonio Mella, que en protesta por su injusta prisión se encontraba en huelga de hambre. Lo afirmó cuando defendió a la República Española contra Franco, y en su activa ayuda a la Asociación del Niño del Pueblo Español. Lo ratificó en su airada condena a los que asesinaron a Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias, que fueron sus adversarios políticos, pero a los que reconocía su condición de luchadores. Chibás no era anticomunista, sino contrario a la conducción que tenía entonces el Partido Comunista. Hoy estaría —y lo digo yo, que lo conocía como pocos— defendiendo los lineamientos de Fidel, al que nada lo puede llevar a comer Mc Donald. En la Francia de la Revolución Francesa, Chibás hubiera sido jacobino; aquí, hubiera sido fidelista.

«Como político, Chibás tiene su basamento en un historial revolucionario fecundo, que lo acredita éticamente desde el ingreso por ideales en el Partido Revolucionario Cubano, hasta el abandono del mismo por rechazo a la falta de austeridad en el gobierno auténtico. Por su digna respuesta a Paco Prío Socarrás —hermano del Presidente de la República— que lo retó a duelo: “Yo no me puedo batir con gente sin honor”. Por su histórica decisión de fundar un partido, en cuya creación consultó la opinión de sus seguidores en toda la República —a mí me tocó hacerlo en Marianao— para llevar el sentir y las aspiraciones del pueblo al programa y los estatutos del Partido. Y que la organización y el objetivo que impulsaba su fuerza se identificara con el nombre de Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), el Partido del Pueblo, a cuya dirección nacional me llevó Chibás, como humilde representante del barrio de Pocitos en Marianao, junto a intelectuales y a otra valiosa compañera, Natasha Mella Zaldívar.

En la Sierra, Fidel enseñó a Pastorita a tirar con el fusil de mira telescópica. Foto: Revista Bohemia

«Siempre me he sentido muy honrada por haberlo tenido como jefe y conductor político. Después llegó Fidel, con idéntica actitud y consideración hacia mi persona. No todo el mundo ha tenido el privilegio de tener dos jefes de esa estatura moral: Chibás y Fidel. ¡Qué orgullo! Yo hablo tanto de Chibás como de Fidel. Cada uno en su dimensión histórica.

Pensó morir en el estudio de la CMQ

«El ejemplo de Eduardo Chibás, de gran luchador y defensor de la verdad y de los derechos del pueblo, de genuino y popular líder revolucionario —no populista— lo llevaron a la inmolación heroica para afirmar que sabía morir por la causa que creía justa. Cuando cayó en la trampa preparada por una recua de delincuentes, para desprestigiarlo ante el pueblo y robarle el triunfo electoral, y hasta los “santones” de la Ortodoxia lo abandonaron como a Cristo, me mantuve a su lado. Por eso fue que la Asamblea Municipal del Partido Ortodoxo en Marianao organizó un gran mitin de respaldo a sus pronunciamientos. El sábado 4 de agosto lo llamé para ratificarle nuestro apoyo. Me dijo aproximadamente: “Me siento presionado”. Le pasé el teléfono a Juan Manuel Márquez, que le anunció: “Eddy, vamos para allá, para precisar los detalles del acto”. En la torre del Edificio López Serrano, donde vivía, lo encontramos solo. Nos recibió con mirada deprimida. Le explicamos que se había citado a los ortodoxos de todos los barrios, repartido volantes con su foto, alquilado sillas, micrófonos, etc. Se conmovió, y mirando en lontananza extendió la mano derecha a Márquez y me abrazó con la izquierda: “Gracias, dijo. Ojalá que todos fueran como ustedes. Cuando termine la transmisión, voy para allá”.

«Recibimos la noticia del disparo (5 de agosto de 1951), en la tribuna, pero pensamos inicialmente que había sido un atentado. Me reconforta que se llevara una impresión de lealtad desinteresada. Y en el abrazo de gratitud se estaba despidiendo, porque pensó morir en el estudio de la CMQ. No dio a entender nada. Solo me queda de Chibás su mascarilla mortuoria, pero digo mal, porque tengo muy dentro de mi mente y de mi corazón su recuerdo.

Eduardo Chibás con Enrique de la Osa.

«Su aldabonazo está vigente. Es un mensaje para quien sepa entender. Cada vez que tenemos problemas, resuena el eco de su aldabonazo por las calles, con su lema de combate: ¡Vergüenza contra dinero! Chibás merece un digno homenaje en el centenario de su nacimiento».

Salimos juntos al portal. Nos acompaña radiante, después de enseñarnos las fotos de la Sierra, donde Fidel le enseña a tirar con el fusil de mira telescópica, o Camilo posa a su lado. También las del Che en los trabajos voluntarios, levantando paredes. Posa al lado de dos grandes carteles de Evo Morales y Hugo Chávez. Y en su buró, la foto de Gerardo Hernández Nordelo. «Me han regalado una mañana maravillosa», dice estrechándonos.

Después de esto, ¿cómo vamos a seguir viviendo? ¿Cómo, tras asomarnos a una vida de verdad? Quizá nos aproximemos un poco, siendo mejores, y como ella, inclaudicables y leales.

Hasta el final.

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