Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un precoz sumador al vuelo

Los padres de Luilver Garcés Benítez apuestan por que el niño disfrute todo lo que haga y por conducir sus habilidades hacia actividades productivas

Autor:

Marianela Martín González

No saben cómo, pero a la edad en que la mayoría de los mortales está aprendiendo a caminar o a balbucear, Luilver Garcés Benítez se las ingenia para sacar cuentas.

A este niño apasionado por asuntos no aptos para bebés, sus padres lo descubrieron un día, cuando apenas contaba con dos años y tres meses de edad, enumerando cifras hasta el diez, y unas semanas más tarde advirtieron que podía sumar, sin tanto esfuerzo.

Desde entonces, el precoz seguidor de Pitágoras, criado sin ningún secreto que no sea el haber recibido lactancia exclusiva hasta los seis meses, casi al vuelo te dice cuántos gatos se agrupan en el portal del edificio de la tía, y desde un balcón a otro resuelve los ejercicios de adición, si algún vecino le muestra los dedos de ambas manos.

Sus progenitores, los abuelos, su tía y la madrina suponen que viendo muñequitos didácticos, y a su hermano como hacía sus tareas docentes, se apropió de esas habilidades que sorprenden a todo el que lo conoce.

Es retardado para hablar, según nos dijo su madre, una maestra primaria que asegura sentirse un poco asustada cuando ve a su hijito aventurarse en cosas tan serias como sacar cuentas. Ella le atribuye ese don a la capacidad de razonamiento que el pequeño muestra desde que contaba con tan solo diez meses de nacido.

«Lloraba muy poco, y cuando se le caía un juguete en vez de llamar para que se lo alcanzaran buscaba alternativas para recuperarlo. La cuñita de aguantar la puerta era para él lo más deseado para rascarse las encías. Nosotros la ajustábamos para que no la halara, y se las ingeniaba, todavía sin saber caminar, para extraerla. Empujaba la puerta, como lo haría una persona con alguna experiencia».

Su madrina, la ingeniera Alina Jo, asegura que Luilver piensa mucho y que no es tanto lo que sabe, sino lo que comprende. A ella le apasiona llevarlo los fines de semana a su casa, porque el niño comparte con los demás todo lo que come y usa para jugar.

Su padre, cibernético de profesión, de quien este niño heredó el nombre, refiere que deseaban una hembra, porque su esposa ya tenía un hijo de cinco años del matrimonio anterior, al cual él quería como a un sobrino, y en correspondencia con el cariño que él le profesaba el muchachito lo llamaba tío, mucho antes de que la relación entre la pareja se concibiera.

«Deseábamos por esa razón una niña, y acordamos que si nacía la llamaríamos Lía. Cuando el médico nos mostró el ultrasonido en el que se distinguía el sexo, como sabía que estábamos obsesionados con una hembra y hasta habíamos preconcebido su nombre, nos dijo: «Yo lo que veo aquí es tremendo lío».

«Dijimos: bienvenido entonces. Y aquí estamos, felices con el hijo que yo soñaba tener con Diana desde que estudiábamos en la Vocacional Lenin y éramos amigos, los mejores amigos».

Diana sonríe cuando escucha a su esposo hablar de aquella amistad de más de 20 años, y recuerda que los jueves, cuando ya a ella se le habían acabado las tostadas y nadie tenía ninguna, Luilver le regalaba las suyas.

«Era yo quien le buscaba las novias, y salíamos los tres los fines de semana», evoca Diana, quien señala como una curiosidad el hecho de que cuando estaban en grupo, e incluso solos, y conversaban, al mismo tiempo decían las mismas cosas, y Luilver le sentenciaba: «Tú lo pares y yo lo bautizo».

«Veinte años después no bautizó a nadie. Decidimos te-ner a nuestro hijo y lo planificamos, porque mi esposo quería que naciera el mismo día de su cumpleaños. Esa noche fue 30 de octubre y te aseguro que todas las condiciones estaban creadas para concebir a un niño como el que la vida nos dio. Yo padezco de reuma y ese día no me dolía nada, era todo lindo en nuestro entorno. Era todo armónico y feliz», apunta Diana.

Nace un «genio»

Luilver no nació el mismo día en que su padre celebra su onomástico. Aunque la cesárea para que su madre lo trajera al mundo se planificó para el 29 de julio, el doctor no pudo hacerla ese día y el niño nació al día siguiente.

Desde entonces las manifestaciones de este niño asombran a la familia y a las educadoras de la guardería particular donde lo cuidan y le dan una excelente educación. Tanto en un lugar como en el otro coinciden en que es obsesivo organizando casi todo por colores y formas.

Toda la familia está atenta a la educación de Luilver y de su hermanito Juan Antonio, quien desea ser músico.

«Con menos de dos años de edad quiso poner una memoria flash en la computadora, y como no alcanzaba colocó su orinal bocabajo para poder hacerlo y lo logró», refiere Diana, quien en su tesis para graduarse en Pedagogía quiere abordar el desarrollo de habilidades cognitivas, sobre todo, el razonamiento.

Al término de nuestro en-cuentro con la familia de este «genio» les pregunto a sus pa-dres sobre cómo ca-nalizar las potencialidades que muestra el ni-ño. Ambos coinciden en que jamás lo someterán a sobrecargas intelectuales para obtener de su hijo algún rédito.

Ellos apuestan por que el niño disfrute todo lo que haga y por conducir todas sus habilidades hacia actividades productivas. «Si su coeficiente de inteligencia es extraordinariamente alto, estaremos orgullosos y trataremos de que estudie una buena carrera, pero en realidad lo que nos hará padres felices será que nuestro hijo crezca sano física y mentalmente.

«Lo que nos hará felices es que tengamos un hijo que sea un buen ser humano. Que actúe siempre con humildad y bondad. Creemos que siendo de ese modo será el hombre más inteligente del mundo», asegura la madre.

Toda la familia está atenta a la educación de Luilver y de su hermanito Juan Antonio, quien desea ser músico. Los libros que no pueden faltar en un hogar donde la educación parta del humanismo están al alcance de la mano de ambos infantes.

«Queremos que sume y multiplique, que sea hábil con los números, pero hay que darle alimentos buenos a ese corazoncito pequeño. Por eso ya le leemos cuentos de La Edad de Oro, fábulas de Tomás Iriarte… Todo no pueden ser historias de superhéroes, las cuales él también conoce; queremos que además sepa historias de personajes corrientes que son con los que se tropezará y tendrá que lidiar en este mundo», aseveró el padre.

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