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La calle bañada en flor (I)

Al amanecer del 4 de marzo de 1960, el vapor francés La Coubre entró al puerto de La Habana con un cargamento de 967 cajas de municiones y 525 de granadas de fusiles FAL. Aquel sería el último viaje

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

«A él se lo llevaron para el Hospital de Emergencias —cuenta Rosario Velazco Gómez, viuda de Arturo García, trabajador del puerto de La Habana—. Él se salva; pero, en vida, muerto (hace una pausa). Cuando lo vi, estaba tan distinto. Era todo quemado: negro, negro. Y sin pelos prácticamente. Allí estuvimos nueve días sufriendo, quemado. Lo destruyeron por completo».

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Al amanecer, avistaron La Habana. Momentos antes, cuando las primeras luces de los edificios eran un sueño en el horizonte, desde el buque se envió un mensaje: entrarían al puerto a las 06:00 horas. Había sido un viaje terrible, con una mar picada, de mucho movimiento. Un viaje que debió parecer interminable en medio de la inmensidad del océano. El barco avanzó lentamente y a la izquierda, por el lado de babor, los marinos debieron ver las rocas del Morro, bañadas de un color oscuro por la humedad de la noche y las olas.

«Salimos de Amberes y primero llegamos a Le Havre antes de salir para La Habana —dice Marcel Guerin, el mecánico jefe, casi 60 años después; encorvado, con el pelo canoso y vestido con un suéter blanco—. No me preocupé por lo que contenía la carga. No sé (inclina la cabeza y encoge lo hombros); eso era un problema del capitán». El viaje había terminado. En La Habana hacía frío, hacía silencio, apenas los autos pasaban y la ciudad aún dormía. Dicen que parecía un viaje sin historia.

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«Entramos —cuenta Maxime Ivol, el radiotelegrafista, un hombre alto, de mentón fuerte con sus ojos rasgados y mechón de pelo blanco sobre la frente—. Las autoridades subieron a bordo, algo normal. Después lo hicieron los estibadores y empezaron a descargar el barco. En Amberes habíamos cargado municiones. ¿Qué más había? (abre los brazos). No lo sé. Yo había dejado el barco sobre las 14:30 horas. Estaba subiendo una calle cuando escuché la explosión. Vi gente correr. Uno de ellos gritó: “¡El barco francés, el barco francés!” Yo dije: “¡Ah! El barco francés soy yo”. Viré y no me dejaron pasar».

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«Aquí, La Habana se puso negra como la noche —recuerda Rosario Velazco Gómez—. Salió un cono para arriba inmenso, algo terrible... Vi muchas cosas duras. Piernas, brazos, cabezas..., bueno... Todo lo que fue la destrucción del barco La Coubre».

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«A las 15 horas —dice Marcel Guerin—, después de hacer una gira por las máquinas y hablar con el segundo mecánico, fui a mi oficina. Iba a sentarme en el escritorio, cuando sentí una explosión indescifrable. Había cadáveres que flotaban en la parte de atrás de la bodega del barco; porque estaba invadida por el agua. Había trozos de cuerpo, hay fotos, son terribles de ver. Eran pedazos de personas que se recogían en balde».

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No era un día nublado. Al menos así aparece en las fotos. La mayoría de las imágenes se ven detalladas, a veces hasta resplandecientes; incluso las más cercanas a la tragedia. Hay una foto de la Avenida del Puerto, tomada de lejos, donde se ve la curva de la calzada y un hongo grisáceo sobre la bahía. Quizá se tomó horas después de los hechos, cuando ya todo permanecía en calma. Hay una quietud extraña en el lugar. Los almacenes están sin techos; aunque, sorprendentemente, no se observan muchas personas. O, para ser exactos, no se divisa un tumulto, la muchedumbre, el terror. En un primer momento, esa es la idea. Hay demasiado espacio, las aceras se encuentran vacías, en la calle no hay casi nada: solo unos árboles y unos puntos regados, salteados por todas partes. De lejos parecen unos trocitos negros, unos palillos, quién sabe; pero al acercar la foto se descubre la verdad: son personas que permanecen paradas o corren. ¿En qué dirección? No se distingue. En cambio, al fondo — a la vista de ellos, pegada al espigón, como ausente de todo y sobresaliendo al nivel de los edificios del muelle—, se divisa con claridad la proa levantada del barco. Parece un gigante herido y cansado. Un gigante herido de muerte.

 

Nota: Una parte de los testimonios de este reportaje fueron tomados del documental El enigma de La Coubre, escrito y realizado por el investigador Hernando Calvo Ospina.

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