Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Almeida: Carisma y sencillez a la vanguardia

Siempre leal a Fidel, al Comandante de la Revolución ni grados ni cargos lograron alejarlo de sus orígenes

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Doña Charo, la madre, contaría muchas veces cómo el hombre alto que intentaba contratar a su hijo para un nuevo trabajo, hizo de todo para persuadirlo de desistir, a causa de aquella lesión en su mano derecha, pero el muchacho no cedió.

Tras atrapar con la izquierda una pelota lanzada al aire en plena sala del hogar y rebatir cada argumento del visitante, el joven albañil convocó a su progenitora: Vieja, este es Fidel Castro, el ingeniero con el que voy a hacer unas obras en Varadero… «Si Macho dice que puede, póngale el cuño, que es cumplidor», y la respuesta lapidaria de la madre, sellaría para la historia toda diferencia.

Vencedor de aquella singular prueba, con una muda de ropa en una jaba y toda la disposición de sus 26 años, partiría horas después no a Varadero, sino hacia Santiago de Cuba, para participar en el asalto al cuartel Moncada.

Así, empujado por los desplantes de una sociedad que medía a las personas por sus posesiones o color de la piel, golpeado por las privaciones de su cuna humilde en el reparto habanero Poey, entraría Juan Almeida Bosque a la vanguardia de los leales defensores de la patria, cuya cumbre tocó sin nunca olvidar sus orígenes.

La precaria economía familiar solo le permitió al segundo hijo y primer varón de la numerosa prole del matrimonio de Rosario Bosque y Juan Almeida, alcanzar el octavo grado. Para apoyar a su padre, único sustento de la casa y de sus once hermanos, fue peón de obras públicas, taquillero, mozo de limpieza, albañil, limpiabotas…; pero aquel contexto adverso no impidió que la lectura y el conocimiento estuvieron siempre entre sus pasiones.

Mientras trabajaba como taquillero en el balneario universitario, aquel joven que copiaba en una libreta versos de amor y se extasiaba con los boleros y canciones de la época, conoció a Fidel Castro y las inquietudes revolucionarias del líder avivaron en él los deseos de vestir de poesía y música nuevas el destino de su país.

«¿Tan lejos para una práctica de tiro? Vamos a tirar con calibre 50 o con cañón (…)», ripostaría con su humor característico al vecino y compañero de luchas y oficio, Armando Mestre, cuando le comunicó que saldrían para Oriente.

Dicen que en aquella madrugada de ardores y definiciones del 26 de julio, pidió a Melba Hernández un uniforme de sargento, y al coger las armas solicitó un M-1, un Springfield o una pistola. «Me dijeron: No, nada de eso hay aquí. A ti lo que te toca es un fusil calibre 22», contaría luego entre risas.

Su respuesta fue en cambio muy seria, cuando en el juicio por aquellos sucesos el fiscal intentó conminarlo a arrepentirse. «… si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, que no le quepa la menor duda a este tribunal», afirmaría vehementemente.

Cuando sancionado a diez años de cárcel fue a parar al Presidio Modelo, convirtió los duros días de encierro en escuela para su formación como ser humano, que llenó con lectura, ejercicios y la voluntad de convertir detalles cotidianos como el matinal baño de sol, el canto de las aves, la alegría de una carta o una visita familiar, en alimento para su espíritu.

Luego, sería el expedicionario que en verso y melodía se despide de la mujer que le impresiona porque su tierra le llama «a vencer o morir…»; el mítico guerrillero cuyo grito inmortalizó la resistencia cubana en Alegría de Pío: «Aquí no se rinde nadie…»; el combatiente salvado por una cuchara en el bolsillo en el ataque al cuartel de El Uvero, donde al decir de Raúl, fue «el alma del combate».

Deviene ejemplo el luchador que a fuerza de méritos de capitán pasó a comandante; el jefe fundador del III Frente Mario Muñoz Monroy, que mientras llevó vida nueva a las serranías,supo desplegar la libertad desde las cercanías de Bayamo hasta las puertas de Santiago de Cuba.

Tras la victoria de enero del 59 fue el miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular; el dirigente partidista que en el Santiago que lo adoptó como uno de sus hijos más entrañables viajaba en su carro con la ventanilla baja y fundó un Senado en el parque Céspedes para intercambiar con el pueblo.

El presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, que cumplió hasta el final con el compromiso de cuidar de sus compañeros de luchas; el Héroe de la República de Cuba, siempre leal a Fidel, al que ni los grados ni los cargos consiguieron alejarlo de sus orígenes.

El Comandante con música en el alma, siempre con un papelito a mano, que retrató el latir de su tiempo con unas 300 canciones, y una decena de libros que hablan de hazañas y acunan la memoria; el hombre ejemplo que nunca vaciló y así conquistó el cariño de un pueblo, ese que este 17 de febrero en que cumpliría 97 años, le recuerda como el héroe de carisma y sencillez, que siempre vivió a la vanguardia.

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