El profesor Guadarramas constituye una fuente viva de saberes en el Tribunal Provincial Popular de Villa Clara. Autor: Mónica Sardiña Molina Publicado: 01/07/2025 | 09:41 pm
SANTA CLARA, Villa Clara.— Varios detalles hacen único al Tribunal Provincial Popular de Villa Clara: la cercanía de la Carretera Central, que regala una panorámica del edificio a santaclareños y viajeros; la influencia del estilo neoclásico en una arquitectura ecléctica, dueña de la sobriedad, simetría, austeridad y rectitud inherentes a un palacio de justicia, sin renunciar a la imponencia de las escaleras de mármol y la belleza de los vitrales; el monumento que rinde honor a José Miguel Gómez en el parque que se extiende frente a la escalinata, y el mobiliario capaz de transportar a otras épocas desde el interior de las salas.
Pero no todos los valores patrimoniales se quedan en piedra o madera. En franco contraste con la magnificencia del inmueble y sus alrededores o la severidad de los procesos que en su interior tienen lugar, una figura quijotesca se desplaza con la soltura propia de quien camina por su segunda casa. La complexión delgada, la exuberancia del bigote, la sabiduría que atesora y comparte tras más de medio siglo dedicado a la justicia, fundamentalmente, en la materia penal, permiten distinguirlo desde lejos.
¿Quién no conoce a José Ramón González Guadarramas en el ámbito jurídico villaclareño y cubano? César, entre la familia y los amigos de antaño; profesor Guadarramas, para colegas y discípulos, y profe Guada, en la voz de la más joven generación de jueces de la provincia.
De la fiscalía a la judicatura
Guadarramas habla de la justicia sin cursilerías ni aspavientos. La pasión no llegó con el ímpetu arrebatador de un amor de juventud. Irrumpió discreta y se alimentó poco a poco al calor del sacrificio. Cincuenta y seis años después, la unión semeja un matrimonio «para toda la vida», con cierta dosis de dependencia y la certeza de que no estaríamos frente al mismo hombre si no llevara tantas sentencias a cuestas.
La curiosidad, casi inconsciente, nació entre los libros de historia y derecho romano que encontró en la biblioteca de su tía Tana, cuando también era aficionado a la lectura de cómics y casi todo lo que le caía en las manos, las primeras evidencias del hábito del autoestudio, que aún practica y recomienda.
Cursó la secundaria básica y el preuniversitario, ingresó en las Fuerzas Armadas para cumplir el servicio militar y, el 5 de mayo de 1969 llegó a la Fiscalía Militar. Fungió como secretario —primero en La Habana y luego en Matanzas—, ascendió a instructor fiscal, fiscal asistente y segundo jefe de la Fiscalía Militar en la región de Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus.
«En la Fiscalía conocí al primer teniente Dr. Héctor Canciano Laborí, un hombre muy inteligente, abogado defensor de los revolucionarios antes de 1959, y siempre me decía: “Estudia, tú eres joven, tienes un futuro por delante”.
«Después, nos lo exigieron, porque no podíamos seguir ejerciendo como fiscales sin un título universitario. En 1976, cuando abrió la carrera de Derecho en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, ingresé en el curso de trabajadores, y me gradué como licenciado en el año 1981. Tenía dos espadas de Damocles encima, porque me pedían resultados de trabajo en la Fiscalía y formarme como jurista en la academia».
En 1984 se trasladó a los tribunales, cuando resultaba muy complejo el proceso de elección de los jueces, por lo que entró como secretario de la Sala de lo Penal y del propio Tribunal Provincial, lo cual le permitió familiarizarse con procesos cuyas interioridades no conocía del todo.
Cinco años después, comenzó como presidente del Tribunal Municipal Popular de Placetas y una vez creadas las instancias territoriales, presidió las salas Tercera, Sexta, Segunda y Cuarta de lo Penal del Tribunal Provincial, radicadas en los municipios de Placetas, Santo Domingo, Remedios y Manicaragua, respectivamente.
En los momentos más crudos del período especial, terminó muchos juicios con mechones iluminando el estrado, porque un apagón no le parecía razón suficiente para suspender el acto y hacer regresar otro día a las personas que viajaban desde lejos. La complejidad variaba de un territorio a otro, desde el hurto y sacrificio ilegal de ganado mayor en Camajuaní, hasta los delitos contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales, el proxenetismo y el tráfico de personas en Caibarién, en tiempos en que las cigarretas prácticamente llegaban hasta el litoral.
«El transporte se volvió un desafío diario. Siempre he residido en Santa Clara, porque mi esposa es de aquí, trabajaba como profesora de la universidad, tenía una vida profesional sólida, y no iba yo a hacerla vivir lejos».
De regreso en la ciudad cabecera, en 2010, llegó a la Sala de los Delitos contra la Seguridad del Estado, donde permaneció hasta su jubilación, en 2014. Sin embargo, ni el entonces presidente del Tribunal Provincial Popular ni los que vinieron después le han permitido alejarse, y en estos últimos años ha sacado máximo provecho a su vocación pedagógica y su afición a la informática.
Cuando presidía Guadarramas
«Mi vida ha sido el derecho penal, el juicio oral. Me gusta combatir el delito. Creo que se debe a esa realidad que conocí antes de la Revolución, cuando la gente, pasando hambre, pedía en vez de robar. No considero al derecho penal el ombligo del mundo. De hecho, es ingrato, porque el acusado quiere que lo absuelvas y la víctima quiere que vayas al extremo con ese acusado.
«Muchos lo ven como el sancionador; sin embargo, es el defensor por excelencia de la sociedad, porque protege los derechos de las personas, sus bienes, y la estabilidad y tranquilidad de la nación. El que comete el delito tiene que responder.
«Para mí no había hora. La gente decía: “Hoy va a presidir Guadarramas. Desayunen y almuercen temprano, porque no hay parada hasta que se termine”. Siempre empezaba los juicios a las nueve de la mañana y en caso de que no fuera posible, les informaba a los presentes por qué no podíamos comenzar. Si tenía personas esperando desde bien temprano y no iban a almorzar, tampoco podía hacerlo yo. Me tomaba un café o me fumaba un cigarro entre un juicio y otro, pero nadie me veía comiendo.
«Siempre fui muy exigente y preocupado por el equipo a mi alrededor, porque eran los que permitían alcanzar más de un 90 % de sentencias confirmadas y buenas, y 1 o un 2 % de juicios suspendidos, que son medidores de la calidad del servicio judicial. Primero, respetaba a los demás y me exigía, para luego exigirles a ellos, tanto a los que trabajaban conmigo como a los de fuera. Como dicen, el líder no es el que impone, sino el que se nutre de los conocimientos de todos y conduce al colectivo.
«Algunos de los compañeros que trabajaron conmigo hoy están en el Tribunal Supremo. Esa autoridad y ese prestigio que me gané delante de ellos trato de mantenerlo por encima de todas las cosas.
«Es muy gratificante haber llegado hasta aquí y me he dado a respetar respetando el derecho de los demás: al fiscal, al defensor, que está cumpliendo una encomienda; al acusado, porque tiene derecho a ser escuchado, sin que se altere, sin que ofenda ni ataque a nadie, aunque después su declaración no contribuya en nada a que se le absuelva, porque los hechos y demás pruebas demuestran que es culpable; a la víctima o principal afectado.
«En los juicios de delitos tan graves como violación, homicidio, asesinato, les permitía a las víctimas quedarse en la sala —cuando la legislación vigente en aquel entonces no las protegía tanto como ahora—, les preguntaba al final si tenían algo que decir y lo consignaba en el acta. Esos son vestigios de justicia restaurativa, mucho de lo que se está pidiendo hoy».
Entre tantos imprescindibles, Guadarramas atribuye especial importancia a los secretarios. Justamente, por desempeñarse primero como tal, valorara mucho mejor su trabajo.
«He dicho que el juez es el cerebro y el corazón, pero el secretario es el resto del cuerpo. Los tribunales sin secretarios no pueden funcionar, porque son ellos quienes realizan todas las labores administrativas, los únicos que tienen la fe pública, los únicos que puede certificar los documentos emitidos por ese tribunal. Además, los mejores jueces que hemos tenido han sido secretarios antes».
Después de más de una década alejado de los juicios orales que tanto le apasionan, le resulta inevitable extrañarlos.
«A veces sueño que estoy en una sala, en alguno de los juicios complejísimos que hice. Lo vivo de tal manera que me despierto y no puedo volver a dormir. Cuando era juez, muchas veces soñaba con una sentencia que estaba por confeccionar, me bajaba la musa y en plena madrugada me sentaba a escribir, como les ocurre a los artistas, porque nosotros también somos intelectuales, pero del Derecho».
Juez, maestro y viceversa
En el diálogo con Guadarramas no sale a relucir la autoridad que cualquiera imaginaría en un juez, porque no concibe la prepotencia como un rasgo provechoso. Aflora la paciencia del maestro, el dominio profundo de los temas, el hilo que sujeta las ideas sin enredarse en las aclaraciones que intercala, la precisión de fechas y nombres y la presteza para enseñar; una vocación que lo «tocó» desde niño.
«En el año 1961 ya estaba en la secundaria y comenzaba la Campaña de Alfabetización. Mi primo Carmelo y yo llenamos las planillas de ingreso a escondidas, intercambiándolas para que no reconocieran la letra de cada uno. A la hora de irnos dejamos una carta en la casa, porque si decíamos algo antes, no nos dejarían salir. No teníamos ni 13 años cuando nos metimos en el ejército de alfabetizadores Conrado Benítez. Hoy veo a mi nieto menor y pienso que de verdad estábamos locos.
«Me fui para un lugar conocido como Soledad, entre Cienfuegos y Cumanayagua. A mediados de campaña pululaban los alzados por la zona, mi mamá hizo mucha presión y me trasladaron para Abreus, pero ya había dejado encaminados a los campesinos que atendía: sabían leer y estaban en la fase de la escritura. Creo que ahí me surgió la vocación de enseñar».
Muchos años después, volvió a las aulas de la carrera de Derecho de la UCLV, para dar algunas conferencias especiales, sobre la Ley Procesal Penal Militar, en ocasiones lo convocaban como oponente de algún trabajo de diploma y mantenía muy buena relación de trabajo con el claustro. Luego, asumió las asignaturas de Derecho Penal Especial y Derecho Procesal Penal.
«Se me unieron las clases en la universidad, las presidencias de las salas Segunda y Cuarta de lo Penal, indistintamente, la tesis de la maestría que estaba cursando en ese momento... Estaba metido en tantas cosas, que el tiempo no me alcanzaba. Hasta que se me hizo muy difícil viajar a la facultad, porque empezaba a sentir la edad, aunque a veces me creyera que tenía 20 o 30 años. Dejé de impartir docencia, pero no perdí el vínculo con la academia.
«Me siguen diciendo profesor. Creo que ese es el mejor título que tengo. No hice un doctorado, porque el tiempo no me alcanzaba y uno tiene que saber hasta dónde puede llegar. El Tribunal Supremo me hubiera apoyado, porque la ciencia y la innovación son prioridad, pero yo tenía muchas cosas encima, nunca me gustó empezar algo y no terminarlo, porque eso va contra mi prestigio y el del organismo que represento».
Al hablar del magisterio, enseguida nombra al Dr. Juan Virgilio López Palacio, con quien entabló amistad y diálogos interminables sobre Derecho y Pedagogía, sintiéndose cobijado por la buena sombra de un árbol legendario.
Tras la jubilación, asumió funciones de capacitación en el Tribunal Provincial Popular, conocedor de las debilidades que había que fortalecer en la institución para alcanzar la excelencia, y bien nutrido de la experiencia como profesor universitario.
«No descanso. Llego a la casa y sigo estudiando, investigando, hasta la una o las dos de la madrugada, y a las cinco estoy despierto otra vez. Aquí soy el más viejo y la gente viene a preguntarme, así que no puedo quedarme detrás. Mientras estudiaba, pasé mucho trabajo, porque tocaba puertas y no todas se abrieron. Por eso hice un compromiso: cuando me gradúe, a todo el que me pida ayuda, le voy a dedicar al menos diez minutos.
«Me satisface llegar a 77 años de edad, todavía con cierta lucidez y que la gente me busque; ver a los que fueron mis alumnos hoy convertidos en doctores. Algunos forman parte de organismos internacionales relacionados con el Derecho y en ocasiones me invitan a eventos, pero declino la oferta y cedo la oportunidad a otros.
«Siempre he estado rodeado de la juventud. Entre viejos, de lo único que se habla es de medicamentos, de dolores en los huesos y problemas. Los jóvenes están hablando de fiestas, proponiendo cosas. Te mueven, te levantan el espíritu. Siempre me ha gustado trabajar con personas arriesgadas y confío, porque yo también soy así. Como dicen, es mejor atajar un loco que empujar a un bobo. Además, aquí me admiten todas las malacrianzas y los berrinches».
Entre ceros y unos
El espíritu juvenil, la avidez de conocimientos y la convivencia con una doctora en Ciencias Informáticas lo hicieron precursor de la creación de un sistema informático para el control de los procesos penales, de conjunto con expertos de la UCLV. Cuando el país iniciaba las estrategias de informatización y transformación digital de la sociedad, aprendió a programar, viajó a las provincias orientales para implementar el sistema, estuvo en España para nutrirse de otras experiencias, y soñó con la inteligencia artificial, de la cual le habló una doctorante.
«En cuanto empezaron a llegar las computadoras al tribunal, le pedí a mi esposa que nos diera un curso, y no podía ser de posgrado, sino de pregrado. “Yo ando más rápido con un mocho de lápiz y un papel o en una máquina de escribir”, decían algunos de los conservadores que siempre hay en todas partes. Muy buenos jueces, muy buenos profesionales, pero con ideas muy cerradas».
Ese «virus» que lo mantenía atrapado entre teclados y pantallas lo condujo a las redes sociales, y de las publicaciones espontáneas sobre el día a día del Tribunal nació una nueva responsabilidad: la comunicación organizacional.
«Hasta que no doy con lo que quiero saber no le pregunto a mi esposa y solo lo hago para confirmar que está bien, porque me gusta hacerlo por mi cuenta. He aprendido de golpe y porrazo, a veces con algún “cocotazo” por parte del Tribunal Supremo por determinada publicación. Me ha servido mucho el vínculo con la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales y con los periodistas de la provincia.
«Me satisface el hecho de que Villa Clara sea el primer territorio de Cuba con un programa fijo en la televisión relacionado con el Derecho: En línea con la ley, que también tiene un espacio radial. En la emisora CMHW, he mantenido la sección Legalidad al día, donde comparezco en vivo, para que el pueblo conozca cuáles son los instrumentos y las herramientas en el orden jurídico. Me obliga a continuar estudiando, aunque en los últimos tiempos no he podido ir por la vorágine de trabajo que he tenido.
«También mantengo la presencia en las redes sociales, con las cuentas oficiales del Tribunal Provincial Popular Villa Clara y las personales. Me han bloqueado alguna, pero tengo varias y accedo por otra. Así han transcurrido los últimos años».
Fiscal, juez, legislador
Nada le resulta ajeno a Guadarramas dentro del sistema jurídico cubano, de cuyos cambios ha sido testigo y protagonista. Por supuesto, esa integralidad incluye la elaboración o actualización de normas jurídicas.
En 1973, desde la Fiscalía Militar, participó como experto en la elaboración de la Ley Procesal Penal Militar, lo cual le tomó una estancia de varios meses en La Habana, debatiendo con otros profesionales del Derecho y buscando referentes documentales.
«Nunca había trabajado en algo así, siempre comentaba y criticaba las leyes, pero como dicen, ponte el zapato del jefe y verás cómo aprieta».
Recientemente, junto al Dr. C. Jorge Luis Barroso González, repitió la experiencia con la Ley del Proceso Penal, el Código Penal y la Ley de Ejecución Penal. De varios encuentros con jueces penalistas y fiscales de la provincia, emanaron más de treinta proposiciones, todas admitidas.
«No era el criterio de Jorgito ni el mío, sino el de un colectivo. Eso compromete mucho, porque hay que fundamentar bien cada propuesta, pero te permite decir después: “Yo estuve ahí”. A veces, con un poco de autosuficiencia, vuelvo a leer los artículos. No todo se escribió tal como lo propusimos, pero ahí están las esencias».
¿Oxidarse? No figura entre sus planes. Es miembro de número de la Sociedad Científica de Ciencias Penales y Criminológicas de la Unión de Juristas de Cuba (UNJC), preside el capítulo provincial de la Sociedad Cubana de Ciencias Penales y Criminológicas en Villa Clara, y forma parte de la junta directiva provincial de la Unión de Juristas.
Entre tantas condecoraciones, posee el Premio Provincial a la Ética, la Probidad y Profesionalidad Alejandro García Caturla por la obra de la vida, que otorga la UNJC, y la Distinción al Mérito Judicial, conferida por el Tribunal Supremo Popular, así como la condición de Personalidad Distinguida, concedida por el Gobierno Provincial del Poder Popular.
En casa comparte el estrado
Al adentrarse en la intimidad del hogar, Guadarramas se convierte en César. Regresa a Caunao, el barrio donde nació, muy cerca de la Perla del Sur; a la infancia y la adolescencia feliz, entre Rodas y Cienfuegos, consentido por toda la familia por ser el mayor de los hermanos.
Si bien la cuna de clase media lo protegió de los males del capitalismo, retorna a la finca donde vio padecer a los obreros que allí trabajaban por 20 centavos diarios y a los que llegaban cuando ya no había empleo que ofrecerles. Habla de cómo el abuelo y el padre se ganaron el cariño de tantas familias a las que tendieron una mano, con gestos que, en la humildad de los pueblos pequeños y costumbres arraigadas, fueron retribuidos con sepelios concurridos.
Vuelve a nombrar a la esposa, Xenia Mónica Aguiar Santiago, quien se queda por debajo de la justicia al contar los años de relación, pero gana en los afectos y en la complicidad. Comenta orgulloso los logros del hijo y el cariño de los dos nietos, y agradece la dicha de que los seis hermanos permanezcan unidos, cual doble ración de mosqueteros, y tan viscerales en el cariño, como las familias de la mafia.
Guadarramas sigue en el Tribunal
«Todos los días me levanto a las 5:30 de la mañana, hago un poquito de ejercicio, camino desde el reparto Escambray y llego aquí sobre las 7:00. Por la tarde regreso a la casa y sigo trabajando. Cojo vacaciones y a los cinco días me parece que ya es demasiado».
Quien se dice dichoso de ver ascender a quienes han sido sus subordinados, y todavía aprovecha señalamientos y «cocotazos» para corregir faltas, no escatima en consejos para los jóvenes.
«Siempre les digo que el juez no es el centro del universo, pero forma parte del universo, y tiene que ser, sobre todo, muy humano, muy noble, y no creerse nunca que está por encima de los demás.
«El juez es juez en el tribunal, en la calle, en el barrio, en la bodega, en la reunión del Poder Popular, donde quiera que se pare. No trabajamos con números, sino con personas, y una mala decisión afecta a toda la sociedad. Los errores se pagan caro, mucho más, si se cometen por desidia o por falta de estudio.
«Para mí el tribunal es la vida, han sido 56 años desde que comencé en la Fiscalía Militar. Me conoce Cuba y ese reconocimiento, incluso en la calle, vale más que cualquier recompensa material. Cuando me preguntan por qué no fui nunca para el Supremo, respondo: “¡Por ingrato!”. El actual presidente, Rubén Remigio Ferro, me lo pidió, pero yo siempre le decía que me gustaba vivir el juicio en primera instancia y la casación no es lo mismo.
«Algunos se asombran: “¿¡Todavía Guadarramas está en los tribunales!?”. Unos hablan bien y otros no, pero nosotros no regalamos casas ni celebramos cumpleaños. A esos que hablan mal también les presto atención, porque quizá hay algo que podría mejorar. A los desagradecidos les dedico la frase de Sacha Guitry: “Si los que hablan mal de mí supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, hablarían peor”. Sin embargo, escucho y le tiendo una mano a todo el mundo.
«Al Tribunal lo veo como mi casa y aquí seguiré mientras tenga salud, pero el día que empiece a perder la inteligencia o la lucidez —a lo que tengo que llegar irremediablemente— diré: “Hasta aquí”».