Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando la saña acribilló la tarde

El eco de aquellos tiros sigue conminando una ciudad, una nación, que honra a sus mártires con pétalos de rosa

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Santiago de Cuba.—Toda la ciudad escuchó los disparos. Eran más de las 4.00 de la tarde del 30 de julio de 1957 cuando la saña y la traición acribillaron el alma de una ciudad.

 Aquellos tiros malditos, interminables, provenían del estrecho Callejón del Muro, en el mismo centro de la urbe, y cuentan quienes los sintieron que repicaron en las campanas de la cercana iglesia de San Francisco y en cada rincón.

Los escuchó estremecida, con el corazón a galope, América Domitro Terlebauca, la novia del héroe. Minutos antes ondeaban sus ilusiones de muchacha enamorada mientras escogía junto a su íntima amiga, Graciela Aguiar, las prendas azules, blancas y nuevas, que como disponía la tradición, necesitaba para su mínimo ajuar de boda.

A pesar de que —sabía— tenía una rival de falda de rayas azules y blancas, con un gorro frigio y una estrella sobre la cabeza, América y su novio, Frank País García, se amaban apasionadamente, deseaban formar una familia; por eso, con la ayuda de amigos, preparaban con apremio su boda en la clandestinidad.

Ella, que compartía sus ideales, sabía que el amor es más intenso ante el constante riesgo de muerte que vivían ambos; mas en la tarde de este 30 de julio había sentido la satisfacción de cumplir la promesa que le había hecho a su amado horas antes, cuando, como era costumbre, la llamara desde la casa donde se escondía.

Tranquilízate, ya casi todo está listo, le calmaba ella, mientras él, apasionado, reiteraba sin cansancio cuánto la amaba y la necesitaba a su lado.

Juntos, habían logrado imponer su cariño a aquella vida de asedios, huidas y cambios constantes de casas, que eran la cotidianidad de él, el hombre más odiado y buscado por la dictadura en el llano.

La complicidad de un noviazgo de portales custodiado por niñas del barrio aparentando jugar a la peregrina o a los yaquis; la poesía de un mensaje en una postal desde lejos: «Sabes que a pesar de la distancia no te puedo olvidar. Esto es muy bonito, pero yo suspiro por ti»; las llamadas telefónicas dos veces al día desde el refugio donde estuviera; las citas a distancia, ella en la esquina, él en una azotea contemplándola con unos prismáticos; la magia del auricular junto al tocadiscos para compartir una canción: Ya no estás más a mi lado, corazón, en el alma solo tengo soledad...

Por eso cuando el tronar de aquella balacera cercana llegó hasta la tienda donde ultimaban sus compras, el corazón enamorado de América Domitro presintió el final: «¡Han matado a Frank…!», le dijo a su amiga Graciela y, espoleada por la duda, salió en busca de doña Rosario, quien les confirmó la noticia que ya se escuchaba por la radio.

No hubo besos ni despedida, la última caricia fue taponar, junto a la valerosa madre y algunas amigas, las 36 perforaciones que presentaba el cuerpo del joven; y en la vivienda de Heredia y Clarín, donde residía América, en vez de boda, hubo un funeral.

ANGUSTIA, TEMERIDAD

Con el lamento de lo irreparable vivió aquellos disparos, el combatiente Demetrio Montseny Villa (Canseco), jefe de Acción del Movimiento en Guantánamo, y quien un rato antes, acompañado por el dirigente obrero José de la Nuez (Basilio), se había reunido con el jefe clandestino allí mismo en la casa de San Germán 204, donde se escondía. 

 Enterado de que el propio José María Salas Cañizares, el connotado asesino apodado Masacre,
encabezaba un registro en la zona, le había pedido al Jefe que se fuera con él; pero el joven, con el temple y temeridad acostumbrados había desestimado la idea: «No te preocupes, yo soy Francisquito Buena Suerte…», bromeó, mientras le insistía en asegurar el dinero para comprar las armas y el parque que precisaba Fidel.

Angustiado, también presintió el fin tras la metralla Agustín Navarrete, el segundo del Movimiento, quien unos días atrás había tenido que abandonar junto al Jefe la vivienda de la calle 8, en el reparto Vista Alegre, y ahora, enterado del peligro, se aprestaba presuroso a ayudarlo: «¡Prepárense que los voy a mandar a buscar, Frank está cercado y lo vamos a rescatar a tiro limpio!», ordenaba a sus compañeros por teléfono, aunque ya sin tiempo para evitar lo peor.

Para impedir que la organización revolucionaria pudiera ser descabezada los principales jefes se habían separado, y era ahora que todos conocían el real escondite de Frank.

La casa de San Germán 204 era considerada una verdadera ratonera, pues se encontraba en la esquina y no tenía posibilidades de escape ni por la parte trasera, ni por los techos de las casas colindantes; pero sin dudas el cariño de la familia pesó más para el héroe en aquellos días difíciles en que el fracaso del Segundo Frente de la Sierra Cristal y de la bomba debajo de la tribuna del parque Céspedes, que justo un mes antes llevó a la muerte de Floro, Salvita y su pequeño Josué, menguaban su espíritu.

¡Qué ironía! Una reparación constructiva realizada muchos años después demostró que aquella era tal vez una de las casas más seguras de Santiago, pues cercano al lavadero, se encontró un túnel, legado de los tiempos de la colonia, que por debajo de la calle conectaba la casa con la iglesia de San Francisco.

LA COBIJA DE LA LEALTAD

Pero aquella tarde aciaga, en la antesala de la barbarie, solo le dejaba al joven maestro que devino líder clandestino, el cariño, la lealtad de Raúl Pujol Arencibia y su familia, que serían su cobija hasta el final.

El comerciante ferretero nacido en Palma Soriano era un puntal de la resistencia cívica santiaguera, por eso cuando avisado por una vecina supo del movimiento en los alrededores de su morada, salió a toda carrera desde la ferretería Boix, donde laboraba. 

Cuando llegó, en el interior de su casa podían oírse los pasos de la soldadesca, el murmullo de la infamia. Cuentan que el Jefe lo conminó a regresar al trabajo y Raúl le replicó: El Movimiento me ha responsabilizado con tenerte aquí, y si ocurre algo, muero contigo.

Aquella decisión era su único escudo cuando minutos después acompañaba al líder, quien tras esconder documentos importantes y la ametralladora que portaba, optó por salir de la casa. 

 Y hubiera logrado protegerlo, de no ser por la delación de Luis Mariano Randich, aquel excondiscípulo negro y pobre, a quienes Frank y sus compañeros les harían reiteradas colectas para que pudiera seguir sus estudios en la Escuela Normal para Maestros de Oriente, y ahora, en el chequeo de los transeúntes, asumía el rol execrable del delator.

—¡Coronel, este es Frank País! ¡Este es Frank País, coronel!, repite al sanguinario Masacre tras apartar los espejuelos oscuros del rostro del héroe.

Aquel era Frank País García, el jefe de los revolucionarios en el llano, el hombre más buscado por la tiranía. Justo a las 4:15 de la tarde, varias descargas, 22 plomos, estremecieron violentamente el cuerpo del mayor de los País García, dejándolo sin vida. Junto a él, la sangre de Raúl Pujol tiñó también de rojo la estrecha geografía del Callejón del Muro.

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Veintidós disparos a sangre fría de manos de los peores esbirros, acribillaron la ciudad santiaguera y fueron sentidos por todo un pueblo que salió a la calle presintiendo que algo muy grande había ocurrido. De boca en boca corrió la noticia. Primero fue el dolor, el estupor; luego, el luto vestido de indignación.

«La libertad cuesta muy cara y hay que decidirse a pagarla o resignarse a vivir sin ella», escribiría Armando Hart al enterarse de la noticia. ¡Qué monstruos, no saben el carácter, la inteligencia, la integridad, que han asesinado!, diría entre la rabia y el dolor Fidel. 

El Santiago, el Oriente que se sintió liderado por Frank País, paró de emoción y, espontáneamente, y durante el sepelio de los jóvenes, el 31 de julio, protagonizó el más hermoso movimiento de protesta cívica que recuerda la historia de esos años.

Cuando las fuerzas revolucionarias se vieron ante el imperativo de buscar quién le relevara en su responsabilidad como Jefe Nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, se pensó en René Gilberto Ramos Latourt, un joven contador estrechamente vinculado con Frank desde los días de la Acción Revolucionaria Oriental (ARO); el combatiente audaz, de decisiones firmes y rápidas, que fue capaz de estremecer su natal Antilla y las zonas de Preston y Nicaro, como dirigente sindical. 

Ramos Latour formó parte del primer refuerzo enviado por Frank a la Sierra Maestra, pero Fidel determinó su regreso a Santiago, donde llegó a ser nombrado Comandante del Llano. Puso su alma y coraje en la nueva tarea; con ese aval, regresó a la Sierra en 1958 y el líder guerrillero lo nombró jefe de la Columna No. 10, con la que asumió otras misiones.

El 30 de julio de 1958, durante el tercer combate de su Columna en solo cinco días, el Comandante Daniel cayó mortalmente herido en El Jobal, actual municipio de Bartolomé Masó, justo un año después que Frank. Tenía entonces 26 años.

La sangre generosa de Frank, Raúl, René, unida en el calendario y un mismo ideal, es ejemplo e inspiración de la nación toda, que desde 1959 consagra cada 30 de julio a evocar el recuerdo de los más de 20 000 cubanos caídos en el camino de la Revolución. 

Los disparos de aquella tarde aciaga, 68 años después, encuentran eco en el paso firme de los nuevos, que, en hermosa alegoría, recuerdan a sus mártires con pétalos de rosa lanzados desde los balcones.

 

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