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Siuchien Ávila Fong

Siuchien Ávila Fong, quien ha sido parte significativa de la historia del cincuentenario Ballet de Camagüey y del hoy Ballet Contemporáneo de Camagüey, conversa con Juventud Rebelde

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Te puedo jurar que nunca lo voy a olvidar. Aquel fue uno de los momentos más importantes de mi vida: había llegado al lugar en el que habían brillado todas esas geniales bailarinas que me habían inspirado, y allí estaba yo, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, protagonizando Giselle, el ballet que en Cuba consagra». Siuchien Ávila Fong, quien ha sido parte significativa de la historia del cincuentenario Ballet de Camagüey y del hoy Ballet Contemporáneo de Camagüey —con sus 15 años de existencia—, no puede evitar emocionarse cuando busca en su memoria algunos hitos de su extraordinaria carrera para contárselos a Juventud Rebelde.

«Recuerdo que para promocionar las funciones estuve en la radio y que mi entrevistador me preguntaba: “¿Estás segura de dónde vas a bailar, de lo que significa interpretar Giselle en el Lorca?”. La verdad es que hasta ese instante no lo había visto de ese modo, pero luego me quedó claro que yo también me había ganado ese honor, que yo también integraba esa estirpe.

«Me costó entenderlo, pues siempre tendía a subestimarme, debía aprender de una vez a tener más confianza en mí, porque lo cierto es que siempre lo di todo. Me entregué, me sentí satisfecha, bailé los roles que soñé interpretar y pude materializar todos mis sueños, porque he estado rodeada de personas que creyeron en mí, de maestros que no se guardaron nada para enseñarme, para ayudarme a crecer, para que me pudiera imponer metas cada vez más ambiciosas. Por eso mi agradecimiento hacia ellos será eterno», asegura esta santiaguera que ha moldeado su existencia en tierra agramontina.

Fue en Santiago de Cuba donde Siuchien entró en contacto con el ballet, aunque admite que descubrió la verdadera pasión en el transcurso de su carrera. «De pequeña me gustaba la gimnástica, pero mi mamá y mi abuelita, que preocupadas por esa asombrosa elasticidad natural con la que había nacido, me llevaron a un médico que les aconsejó ponerme en algún deporte, decidieron que era mejor que yo la explotara en ese arte que las dos amaban. Ellas decidieron que sería bailarina».

Tras integrar una especie de círculo de interés en el Conservatorio Esteban Salas, donde trabajaban la improvisación y los ejercicios que preparaban a las niñas para primer año, Siuchien, luego de aprobar los exámenes, matriculó en la escuela José María Heredia, en la que cursó el nivel elemental para luego trasladarse a Camagüey, «pero todavía en ese entonces el ballet no me había atrapado. Sucedió cuando ya insertada en la Escuela Profesional de Arte, empecé a disfrutar sábado por sábado de las funciones del Ballet de Camagüey (BC), a las que asistíamos como parte de nuestra preparación.

«Así comenzaron a llamar poderosamente mi atención figuras destacadísimas que me fueron marcando, como Celia Rosales, Bárbara García —quien se convirtió en mi ídolo—, Laura Urgellés..., al punto de que me atrevía a soñar que algún día podría llegar a ser como ellas, porque era tan insegura que aquello me parecía inalcanzable. Pero mis maestros jugaron un papel esencial, ofreciéndome muchas posibilidades. Resultó fabuloso porque uno no los quiere defraudar, por lo que entrega lo mejor de sí, lo cual te ayuda a madurar, a entender mejor la carrera. Y llegó un momento en que me apasioné, en que me enamoré perdidamente del ballet».

—¿Cómo fueron esos primeros años de tu vida profesional?

—Quiero resaltar que mis primeros tres años transcurrieron en el Ballet Santiago, que entonces dirigía María Elena Martínez y me aportó muchísima experiencia. Evaluada con categoría de solista, asumí los roles principales del repertorio. Fue extraordinario el apoyo que recibí inicialmente de la maestra, pero después, cuando ya no estuvo, también de Rebeca Masó y Emir García, que estuvieron a cargo de la compañía: aprendía y me superaba por día. Y, no obstante, no perdía la esperanza de pertenecer al BC. Lo conseguí el 19 de enero de 1998 y allí permanecí por 21 años rodeada de maestros, a quienes siempre recordaré, los cuales me dieron la posibilidad de interpretar los más disímiles roles y me transformaron en una bailarina más completa, más segura.

«Entré al BC como corifeo, pero poco a poco fui adquiriendo nuevas categorías hasta que me convertí en bailarina principal en 2005, pero te aseguro que no me proponía ese tipo de cosas. Lo mío era bailar y bailar, ser feliz, hacer de cada función mi obra de arte». 

—¿Cuáles han sido los roles que más te han marcado?

—Todos: desde el papel que puede parecer más insignificante hasta el más especial. Todos han sido significativos, porque han ido trazando este camino de realización personal. Fui feliz como cuerpo de baile que contribuyó a que mis compañeras lograran una linda función, y también cuando me tocó el rol de solista, en que mi mayor responsabilidad era disfrutarlo al máximo. Cada día que salgo a escena digo: «Este es el rol que yo soñaba», pero cambio de parecer al día siguiente con el próximo. ¡Los deseo todos! Es en lo único en que soy un poco ambiciosa. Me apasiona mi carrera, amo lo que hago.

—En medio de tu carrera, asumiste la maternidad...

—Soy de esas personas que son muy fuertes, un rasgo que le agradezco a mi abuela, quien me inculcó la fuerza. Siempre la recuerdo diciéndome: «Uno es lo que quiere ser. Se dejan de hacer cosas en la vida, porque uno se vuelve débil». En todos estos años he intentado que esa debilidad nunca me venza. Cuando determiné que quería tener a mi niño llevaba nueve años de casada. Mi pareja me comprendía mucho, pero también quería conformar una familia, disfrutar de un hijo. Lo tuve con 25 años, me sentía fuerte y lo había pensado muy bien. El segundo lo parí a los 32. Hoy mis niños ya son grandes, entienden mi profesión y me ayudan mucho, con el acompañamiento invaluable de mi mamá.

—Después de 21 años en el BC, tomaste otra importante decisión: unirte al hoy Ballet Contemporáneo de Camagüey (BCC)...

—Es que me volví una apasionada del arte. Soy del criterio de que los bailarines debemos indagar, experimentar, así que llegó un momento en que sentí la necesidad de probar otras estéticas, después de haber estudiado hasta la posibilidad de retirarme. Desde el Ballet de Camagüey había seguido de cerca el quehacer del entonces Ballet Contemporáneo Endedans. Por eso, cuando ya había explotado al máximo la línea clásica, lo neoclásico y hasta lo contemporáneo desde la perspectiva del BC, decidí darme otra oportunidad y, a la vez, darle paso a las nuevas generaciones.

«El BCC ha sido mi nueva escuela, ha permitido descubrir otra Siuchien. Me ha costado mucho enfrentarme a un estilo diferente, pero me siento satisfecha, porque yo quería innovar, crecer, ampliar mis horizontes. Estoy feliz, agradecida, porque he encontrado otra familia, mi segundo hogar. Quién puede olvidar al que te recibe con los brazos abiertos, te da cariño, apoyo, aliento en los momentos difíciles... Le agradezco al maestro Pedro Ruiz que ha depositado tanta confianza en mí, que nos llena de vida. Me siento dichosa: tengo dos niños que adoro, que lo son todo para mí; una madre incondicional y bella, una carrera que aún no termina, un público que me es tremendamente fiel, una compañía que siento como mi familia...».

—¿Grandes alegrías y grandes tristezas?

—Siempre, todo el tiempo. Un sinfín de alegrías: la de pensar que quieres interpretar un rol y lo logras; la de sentir que tu público no te olvida, porque no has perdido la capacidad de emocionarlo. Es hermoso que te esperen cuando finaliza la función para decirte: «Otra vez me hiciste un nudo en la garganta», «eres la misma, ¿cómo lo consigues?». Elogios como esos me dan una alegría infinita y te llenan de energía, de vida, te dan otros motivos para luchar.

«¿Tristezas? No puedo evitar que me invada una constante tristeza: que llegue el momento en que deje de bailar. A veces digo: Hoy quiero darlo todo, porque no sé si será el último día. La gente me pregunta por qué me preocupo cuando me veo tan bien... Pero a veces el cansancio te domina y debes imponerte, levantarte, inventarte las energías para poder llegar al salón con deseos de comerte el mundo. Uno no puede ignorar esas lastimaduras que se han ido acumulando y significan más dolores a medida que el tiempo pasa. En las mañanas es terrible soportar el dolor en los pies, la columna, la cadera, la rodilla... Temo engañarme a mí misma, abusar de esa gracia divina que con 40 años de vida me ha permitido seguir bailando, y que cuando mire hacia atrás no pueda ayudar a mis dos hijos, a una madre que también me necesita...

«Pero siempre hay una persona esperando por ti, pidiéndote que te quedes, que lo ilumines. Y yo soy tan feliz cuando siento que logré otra vez llenar de emociones a quienes vienen a verme... Pero así y todo no consigo evitar pensar: Por favor, no esperen más de mí, llegará un día en que tendré que parar aun cuando no quiero».

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