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Cultura y sanación

El arte, en todas sus expresiones, nos enseña a mirar los contextos más crueles desde una estética diferente. Pandemias, guerras y toda clase de conflictos son atravesados por la sensibilidad de creadores geniales que nos ayudan a entender y a sanar

Autor:

Iris Celia Mujica Castellón

¿Cómo transformar las realidades más hostiles en absoluta belleza? ¿Cómo conectar con el caos y transfigurar la crisis en obras de sublime perfección? Lo hemos hecho siempre. Desde que tuvimos derecho a la vida e intentamos relacionar la infinitud de significados que damos a nuestra existencia.

Es arte. Y es, desde tiempos pretéritos, la lengua común de la especie humana, el canal para materializar las sensaciones y convertir las zozobras en expresiones creativas.

El arte, en todas sus manifestaciones, nos enseña a mirar los contextos más crueles desde una estética diferente. Pandemias, guerras y toda clase de conflictos sociopolíticos han sido atravesados por la sensibilidad de creadores geniales.

Los grandes artistas no solo consiguen plasmar sus agudas percepciones de la realidad en lienzos, escritos, composiciones musicales… Nos ayudan, además, a pensar y, sobre todo, nos ayudan a sanar.

Memorias devastadoras de cuando la peste negra fulminó a más de un tercio de la población europea, o cuando, en el siglo XX, más de 50 millones de personas murieron a causa de la gripe española, llegan a la actualidad en la solidez de extraordinarias pinturas y textos literarios excelsos.  

La mirada huidiza de un Edvard Munch convaleciente en su Autorretrato después de la gripe española; el Homenaje fúnebre a Tiziano, muerto en Venecia durante la peste de 1576, de Alexandre Jean-Baptiste Hesse; y El triunfo de la muerte, del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, son de esas obras que registran hechos funestos convertidos en piezas de total magnificencia.

Los cadáveres amontonados en la Piazza Mercatello durante la peste de 1656, cuadro de Domenico Gargiulo, o La Peste de Atenas, de Michael Sweerts, constituyen testimonios que hablan de calamidad, pero también de empatía y resiliencia. Arte para entender que los ciclos del desconcierto se superan y que desde las visiones correctas, el dolor es un nicho para la creatividad.

La Peste de Atenas, del pintor Michael Sweerts.

Los buenos textos, los clásicos, los célebres y universales, tampoco evaden la ruina, más bien la persiguen, hurgan en ella, absorben el alma de la melancolía hasta desentrañarle los puntos fugaces a la tristeza.

Toca a quien lee, decidir. Podemos o no sobrevivir a la ceguera blanca como propone Saramago. Podemos entregarnos al amor, incluso, en las penurias del cólera garciamarquiano o renunciar a él. Sin hacer desplantes a la desgracia. Aprender de quien vislumbró mejor y primero. Seguir la escalada de Thomas Man en una «montaña mágica» o ver el apocalipsis a través de Stephen King y, al final, preferir siempre la vida.

Desde el arte, hemos visto la acritud de las guerras, los héroes mortales desangrados. Las pantallas de cine, los mejores pentagramas, los murales de la ciudad empobrecida recogen, época tras época, los fragmentos quebrados del enfrentamiento. Gritan el suplicio de la madre del mártir. Hablan de vicisitud, enfermedad, de lo que no tiene vuelta, de lo que no vale y de lo que no tiene precio.

Vemos los sueños truncos en una comedia donde Charles Chaplin se puso las Armas al hombro. Y nos hizo de la risa, llorar. Es la inmensidad del artista, clamando también un Adiós a las armas.

Es la cultura de principio a fin, poniendo cercos al sufrimiento. Intentando construir un mundo mejor. Presta a replantear cada idea errónea de la civilización, presta a sanar cada herida y fundar de ellas la belleza.

Portada del libro Adiós a las armas.

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