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Bianca, la medalla más grande de Orta

Si bien la obtención del metal dorado y su posterior «coronación» en la capital del sol naciente significaron los momentos más importantes (hasta ahora) de su carrera como luchador, el origen de ese éxito tuvo lugar unos meses antes

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Luis Orta ha tenido en 2021 el mejor año de su vida. En primer lugar, el muchacho del consejo popular Güinera viajó hasta el otro lado del mundo para participar en sus primeros Juegos Olímpicos y luego, allá en Tokio, rompió todos los pronósticos y fue mejor que todos sus rivales para ascender a lo más alto del podio en los 60 kilogramos del estilo grecorromano.   

Si bien la obtención del metal dorado y su posterior «coronación» en la capital del sol naciente significaron los momentos más importantes (hasta ahora) de su carrera como luchador, el origen de ese éxito tuvo lugar unos meses antes, cuando Orta conoció realmente lo que se sentía al sostener un pedacito de «gloria» entre sus manos.

Corría el mes de septiembre del año pasado y Luis estaba entrenándose en Camagüey cuando su esposa Rosmery Peña le dijo que estaba embarazada. Desde entonces fue como si las fuerzas se le multiplicaran, cosa que quedó clara durante una prueba realizada en el Centro de Investigaciones del Deporte Cubano, en la cual Orta obtuvo resultados que asombraron positivamente a los científicos. Lo que aquellos expertos no sabían era que las extraordinarias métricas del joven eran solo un reflejo más de los «superpoderes» que vienen con la paternidad, incluso de forma anticipada. 

Cada vez más cerca del alumbramiento, crecían los nervios de papá. El temor de que la niña llegara después de que él debiera marchar a entrenarse camino a la cita estival, le robaba el sueño como una suerte de señal anticipada. Por suerte, el gran día no estaba demasiado lejos.

«Yo llegué un lunes de una concentración en provincia y pude estar junto a Rosmery hasta que al día siguiente la ingresaron en el Hospital Materno Ramón González Coro. A partir de ahí, cuando terminaba mi entrenamiento yo era quien le llevaba el almuerzo y la comida al hospital, gracias a un permiso especial que me dieron, pues estábamos en una burbuja en el Hotel Kohly. Así estuvimos, hasta el viernes 21 de mayo.

Y cargué las pilas

«Ese día fui al mediodía y allí me dijeron que ya tenía dolores y la habían llevado para preparto. Afortunadamente, todo salió bien y el parto sucedió sin problemas para que a las 9:55 p.m. naciera Bianca. Tres horas después me dejaron subir a verla. Me dolió ver tanto cansancio reflejado en la cara de mi esposa, pero fue un momento inolvidable, muy lindo. Ese día me cambió la vida», contó Orta en exclusiva para JR.

Poco después de aquel instante, el futuro campeón debió partir hacia Bulgaria, nación que acogió a los gladiadores cubanos durante unos meses, previos a la justa tokiota.

«Me fui y la dejé recién nacida, pero gracias a la tecnología pude estar al tanto de ella y hablarle todos los días para que me pudiera reconocer. Le chiflaba y le decía cosas, y así me fue identificando. Poco antes de salir para las olimpiadas, vinimos brevemente a Cuba y entonces pude verla unas horas. Me llenó de alegría que me conociera y se riera cuando escuchaba mis palabras o chiflidos. Ahí cargué las pilas para ir para Tokio a luchar».

A la urbe nipona llegó este Superman del trópico con sus células al máximo de poder. Tras entrar en contacto con los rayos vitales emitidos por esa diminuta «estrella» de ojos atentos y bella sonrisa desdentada, Luis Orta se volvió invencible. Inmediatamente después de completar la gesta, su primer y único pensamiento fue para Bianca.

De regreso en casa, todo ha sido incluso mejor que recibir una medalla de oro bajo los cinco aros.

«El día a día es muy lindo. Cuando ella se levanta yo le doy un besito en la frente y ahí empieza todo: la mamá la cambia y luego nos ponemos a jugar en el coche, en el piso o en el corral, hasta que nos cansamos y nos quedamos dormidos. Ser padre es agotador, pero me divierto mucho, ya que es muy bonita esta etapa de verla aprender a sentarse, gatear y otras mil cosas. Lo que más le gusta de todo es que estén hablándole todo el día y también por la noche, que es cuando la duermo al lado de su mamá, que a esa hora está también muy cansada».

Para la familia, de ambas partes, la nueva integrante ha sido un regalo recibido de la mejor manera. «Todos la quieren mucho, la verdad, y yo estoy muy contento, ya que ella puede disfrutar de sus abuelos. Da igual que ellos la malcríen mucho, porque al final eso seguirá siendo parte del cariño que recibirá».

Alejado de los intensos entrenamientos hasta próximo aviso, Orta confiesa que extraña compartir con sus compañeros y prepararse para los retos que están por llegar. No obstante, ahora mismo tiene una razón para no darle muchas vueltas a estos asuntos.

«Mi niña no tiene comparación con nada, y a pesar de que yo amo estar sobre el colchón, si algún día tuviera que decidir lo hago por mi hija con los ojos cerrados. Por otra parte, tengo que decir que mi hija me deja muy cansado y con una felicidad difícil de explicar, cosas que hacen que sea difícil extrañar el Cerro Pelado.

«Verdaderamente, ya no pienso en mí. Primero está mi hija, su bienestar y su felicidad. Lo más importante para mí es que ella sienta el cariño de un padre y tenga el privilegio que yo no tuve».

Consciente de que el próximo ciclo será incluso más exigente que el recién terminado, el monarca de 26 años solo aspira a tener buena salud para poder incorporarse eventualmente a la preparación. Sus ansias como atleta, según él mismo contó, son las mismas de siempre: representar a Cuba y ganar más medallas. Con todo y eso, está claro que, sea cual sea el triunfo que obtenga Luis Orta en lo adelante, no podrá competir jamás con la sonrisa de Bianca.

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