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Democracia desde abajo y a la izquierda

Las sociedades como sujeto del cambio en la visión del filósofo y luchador revolucionario mexicano Alberto Hijar. «Hay que generar otros sentimientos y sensaciones diferentes a los que producen los grandes medios»

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Ellos les llaman los antimonumentos, quizá porque evocan sucesos injustos y tristes que conmocionan a la gente. El propósito es, precisamente, que esa sociedad no olvide.

El reconocido filósofo investigador, escritor y veterano luchador social mexicano Alberto Hijar es la personalidad central del equipo que da vida al proyecto que los materializa, identificado por su apellido y donde lo acompañan sus tres hijas y otros compañeros, «la mayoría jóvenes de 30 a 35 años que aportan la parte técnica», y otros con larga experiencia y participación en las organizaciones comunitarias, cuenta.

En las batallas de hoy hacen falta las miradas frescas, y no es raro que un hombre de tantas luces como Alberto Hijar lo entienda.

El arte en función de los de abajo: Alberto Hijar, heredero de Siqueiros y experimentado luchador social. Foto: Revista Siempre

El uso de lo visual en las movilizaciones, y de las redes sociales para difundir esos mensajes, constituye parte fundamental que contemporiza el quehacer del Colectivo: una labor que rebasa la edificación de los antimonumentos para convertirse en elemento concientizador y movilizador bajo la impronta de este hombre, considerado por expertos del arte como heredero de David Alfaro Siqueiros también en el campo de la crítica teórica y política y quien es, a su vez, revolucionario probado en la lucha desde su presencia en las Fuerzas de Liberación Nacional (de donde nació, 20 años después, el EZLN); y sabe de la dura experiencia de la desaparición forzada y la tortura, de las que fue víctima en 1974.

Su lucidez y fervor revolucionarios se burlan de sus más de 80 años, y es común verlo marchando y aportando con su agudo intelecto, en las actividades callejeras.

Una premisa es entendida como fundamental por Hijar y quienes forman parte del Colectivo: la necesidad de construir «el nuevo sujeto revolucionario».

El concepto parece trascendental en un momento en que el futuro latinoamericano, amenazado por la prepotencia imperial, puede percibirse, en buena medida, en «las manos» de esas propias sociedades agredidas.

Con tales inquietudes en cartera, JR se acercó a Alberto Hijar durante su participación en el reciente IV Seminario internacional de periodistas, convocado por los diarios Por Esto!, en Mérida, a propósito del aniversario 28 del periódico.

—A qué llama Ud. la construcción del nuevo sujeto revolucionario?

—A la necesidad de transformar la sociedad civil, caracterizada por su desinterés político —porque simplemente exige al Estado que cumpla con lo que promete y decide— para hacer, en cambio, de esa sociedad civil, una sociedad política. Es decir, un proyecto de poder fundado en la fuerza popular. Y eso requiere construir esa sociedad como sujeto del cambio a la democracia con raíz popular y contra las oligarquías.

—¿Cómo el sujeto revolucionario puede contribuir a ese tránsito?

—Con la construcción de organizaciones comunitarias, como está ocurriendo en México desde principios de siglo en defensa del agua, de la tierra, de los energéticos, de la biodiversidad. Esto es un movimiento que se está dando en todo el mundo ante la complicidad de los Estados, comprometidos con los consorcios transnacionales para los que son llamados megaproyectos.

«Frente a esto, las comunidades construyen organizaciones de autodefensa, policías comunitarias para protegerse del arrasamiento de sus territorios y de sus identidades.

«Esto exige la relación de organizaciones urbanas, intelectuales, progresistas, con estos proyectos nacidos desde abajo y a la izquierda, como dice el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), desde fines del siglo pasado».

—En algunos países, estos movimientos reivindicativos a veces se encierran en sus demandas sectoriales y pueden resultar un freno para Gobiernos de cambio, como ha ocurrido, en algunos casos, en Bolivia. ¿No cree que eventualmente eso puede constituir un freno para los cambios políticos?

—Es cierto. El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera tiene un folleto sobre «el oenegismo» para hacer ver cómo algunas ONG suelen tener autoría imperialista para apropiarse de las organizaciones, y usarlas para tener controladas las agrupaciones comunitarias. Ocurre. También pueden dar lugar al tradicional proceso de balcanización; es decir, territorios aparentemente autónomos, aunque ello sea imposible en la acumulación capitalista. Eso, ciertamente, dificulta los proyectos políticos revolucionarios; de ahí la necesidad de formarlos como sujetos revolucionarios.

«En México manejamos la consigna “Ni una forma de lucha aislada más”. Se refiere a la coordinación que se está dando, por ejemplo, con un embrión de movimiento obrero en la frontera norte, que empezó por las maquiladoras, siguió con la Coca Cola, y a la que se suman los jornaleros y jornaleras del valle de San Quintín, que plantean un proyecto de movimiento obrero organizado. Lo mismo ocurre con los procesos de seguridad comunitaria, con sus asambleas en crecimiento.

«Lo que hace importante la construcción del sujeto revolucionario es hacer ver las deficiencias del Estado, que dejó de ser, hace tiempo, el Estado-nación —ese gran proyecto burgués capitalista— y se convirtió en Estado contra la nación: que la disgrega, expropia sus territorios, reprime, encarcela y asesina. Todo esto es lo que exige la construcción del sujeto revolucionario: no aislar los movimientos comunitarios, sino relacionarlos en un proyecto que cumpla con una frase del Manifiesto Comunista: “los trabajadores no tienen patria pero son la única clase que puede construir un proyecto nacional”».

Ni una más, el quinto antimonumento del Colectivo, en defensa de las mujeres asesinadas y contra la impunidad.

—¿Por qué cree que, en tanto en América Latina se están dando movimientos de retroceso hacia la derecha, en México ocurre lo contrario y se ha llevado al poder a un Gobierno que algunos catalogan de izquierda?

—Creo que sí (es de izquierda) en cuanto a frenar los intereses de los grandes consorcios transnacionales, la especulación financiera —que todavía no ha sido tocada por el Gobierno de López Obrador— con los enormes megapoyectos, y el lavado de dinero, que implica miles de millones de dólares; pero no hay un solo encarcelado todavía entre los altos funcionarios. Eso es lo que exige el impulso de organizaciones suficientemente politizadas para tener claro que, en todo caso, las posibilidades de que habla el Gobierno de estar del lado de los pueblos en lucha hay que impulsarlas, de modo que se concreten demandas radicales, que vayan a la raíz de los problemas».

—¿Qué papel tiene el elemento visual en el trabajo que realiza el Colectivo Hijar?

—El uso de los recursos electrónicos nos resulta fundamental, porque no tenemos acceso a los grandes medios, ni a las televisoras, que son el poder nefasto en el mundo, sobre todo en América, y no solo eso: también la industria del espectáculo, que es tan funesta.

«Esto nos obliga a propiciar otra producción de sentimientos y sensaciones, y utilizar en todo lo que podemos las redes sociales para la circulación de toda la información que no aparece en ninguno de los medios oficiales.

«La relación directa con las organizaciones en lucha es muy difícil porque no tenemos recursos, ni somos tantos como para tener una presencia nacional; tenemos que limitarnos a los lugares especialmente conflictivos para trabajar con ellos en sus asambleas y entregarles los proyectos nacionales a esas asambleas; no se trata de dirigir nada ni de decirles cómo hacer las cosas, sino al revés: incorporarnos a esa posibilidad de democracia desde abajo y a la izquierda, con los aportes que podemos hacer dentro de las asambleas, donde se discute y donde hay una verdadera representatividad popular».

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