Cuba parece estar en tiempos de pirámides invertidas. La social no ha logrado remontar el trastorno en que la situó la agudeza del período especial. La demográfica nos la vira el envejecimiento poblacional. Y en fecha más reciente se anunció la inversión de la tradicional estructura de consumo eléctrico del país.
Por vez primera el sector residencial de la isla consume el 52 por ciento de esa energía; aunque en este caso no debiera verse como esas tiñosas que se posan sobre los postes de los cercados.
El viraje no ocurrió a cuenta de la paralización de la estructura industrial y productiva del país, como sabemos, no siempre energéticamente eficiente.
Esencialmente, estamos ante una situación en la que se combinan los resultados de las medidas de contingencia energética en el sector estatal, las implicaciones de la Revolución Energética, señales de mayor bienestar en determinados sectores de la nación, y las derivaciones de las medidas de actualización económica.
Desde el alarmante sobreconsumo del 2009, que obligó a adoptar medidas sin precedentes —incluso extremas—, se fue perfeccionando el sistema estatal de ahorro, que se muestra hoy más sensible y disciplinado.
Aunque ello no deja de ser llamativo, es en el ámbito residencial en el que Cuba llega al 2011 con una situación verdaderamente interesante, e incluso provocadora desde el punto de vista del consumo energético, que a su vez dibuja prolongaciones en la esfera de la prosperidad familiar.
La Revolución Energética puso a cocinar con electricidad al 75 por ciento de las familias que lo hacían con keroseno, con independencia de la calidad de los equipos con los cuales se hizo esa conversión, algo que repercute hoy sensiblemente en el ámbito social.
Precisamente, uno de los desafíos que reconocen las autoridades del sector es el de hacer verdaderamente sostenible la práctica de cocinar con electricidad.
Mas, de todas maneras los cubanos se liberaron del agobiante «síndrome Pike». Algún amigo decía que quien no cocinó con Pike, «no sabe lo que es la vida».
Otro hecho que repercute en el cambio radical de la curva de consumo eléctrico nacional es el incremento de la compra de equipos eléctricos dentro del país, junto a la entrada masiva de estos por diversas vías.
Al 2011 se llega también con otros 8 000 nuevos clientes de electricidad, lo cual eleva a unos tres millones y medio las viviendas conectadas a ese servicio.
Y todo lo anterior ocurre en medio de un acelerado proceso de actualización de la economía, entre cuyas perspectivas está el incremento inusitado del número de personas que trabajarán por cuenta propia, sector que, junto a otros muchos insumos, demandará cada vez más de equipos eléctricos e importantes consumos adicionales de energía.
Lo inquietante ante el nuevo escenario, según analistas, será lidiar con un consumidor residencial sin una dimensión clara de la significación del ahorro, y con el 96 por ciento de los hogares cuyo consumo está subsidiado.
Estas últimas, «curvas riesgosas» en las inclinaciones de esta nueva pirámide, que deben revertirse con la promoción de una adecuada conciencia energética, para que la nueva singularidad no derive en otro delicado problema para nuestra sociedad que, como la mundial, se hace cada vez más energívora.