Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Ya no importa el dolor ajeno?

Autor:

Osviel Castro Medel

«Hay que tener consideración a los vecinos», solían decir mis padres a modo de regaño cuando mi hermano y yo intentábamos subir apenas un poquito el televisor Krim 218 para escuchar mejor las ya extintas Aventuras.

Esa advertencia surgía de manera más enfática y severa cuando alguna persona del barrio se marchaba de este mundo, acaso porque mis progenitores interpretaban que un mínimo de estridencia en nuestra morada resultaba una afrenta a las normas no escritas del caserío.

La música se ausentaba entonces durante varias jornadas del modesto radio VEF, algo que siempre nos pareció exagerado, aunque mi hermano y yo lo fuimos comprendiendo cuando los juicios empezaron a sazonarse en nuestras mentes.

En aquel momento, «consideración» significaba respeto, solidaridad con el afligido, moderación y hasta reverencia invisible ante la pérdida de una persona que veíamos cada día en el entorno.

Ahora que escribo estas líneas debo revelar, con indescriptible dolor, que la fecha previa a la partida de mi querido padre, quien yacía en agonizante cama, viví la paradoja de verme obligado a escuchar a todo volumen un largo concierto de Bad Bunny y otros «intérpretes» afines, salido de un bafle móvil instalado por los parientes de unos vecinos. Esa imagen del sufrimiento de ambos, acelerado por los decibeles, nunca podré borrarla de mi memoria.

Si traigo tales experiencias personales a esta página rebelde es porque, de alguna forma, sirven para ilustrar ciertas tendencias que se han incrustado en la cotidianidad, a veces sin darnos cuenta: la indiferencia ante el duelo ajeno, el irrespeto vecinal, el olvido exprofeso de que no somos seres aislados.

¿Cuántas veces hemos visto que un anciano, un enfermo en grado terminal o un bebé recién nacido han sido aplastados sin piedad por el escándalo del que vive «pared con pared» y nada pasa?

«El mundo ha cambiado» o «la vida sigue», suelen decir algunos para justificar esa propensión al «allá tú», que se ha ido afianzando en muchos de nosotros con el galope del almanaque para aniquilar costumbres vinculadas con el comedimiento, la estimación y la mesura consustanciales a los grupos humanos.

Sin embargo, ninguna metamorfosis social debería conducirnos a la inconsciencia descomunal o a no sabernos poner en el lugar del otro, causas fundamentales del nacimiento de estos fenómenos supuestamente «modernos».

Siempre que saltan estos temas, sale a relucir el dueto persuasión-coerción institucional o el llevado y traído papel de la familia, principal cuna de valores. Pero la verdad como roca es que, por encima de decretos o de enunciados periodísticos, la sensibilidad no se impone, viaja en el corazón de cada persona.

De seguro no harán falta medidas tan drásticas como aquellas de mis padres en otra era, pero las disposiciones familiares que ayuden a entender el sentimiento ajeno siempre simbolizarán una gota de conciencia.

El asunto va más allá de censurar el bafle usado como cañón atormentador, algo de lo que tanto hemos escrito sin resultados. Va ligado al humanismo, a la prudencia, a la decencia en la vida y hasta después de la vida.

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