Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Medicina sin receta

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Las conté. Eran 29 personas, aguardando su turno para ser atendidas por la ventanilla de la farmacia. Fui la 30 al llegar, y esperé a que alguien marcara detrás de mí para cruzar y sentarme en mi portal hasta que avanzara la cola un poco.

Podía hacerlo, digo, sentarme y esperar. En mi casa, quiero decir, pero los demás no. No hay bancos ni asientos de ningún tipo para la espera; y se haría más larga, pues solo una persona atendía a través de la ventanilla, y rellenaba los papeles, y buscaba el medicamento, y cobraba e insistía en que no se apoyaran las manos en el borde de la ventanilla y que la persona se alejara un poco, «ya saben, para mantener la distancia».

Nadie aún pedía el último; yo continuaba esperando, como los demás. Se acercó entonces la embarazada, cuya fecha de parto no podría ser lejana, si es que cuando se publican estas líneas su bebé no ha nacido. Dijo en voz alta que preguntaría por el medicamento que necesitaba y así lo hizo; extendió la receta a través de la ventanilla cuando se marchó quien compraba. De inmediato, de frente hacia los que aguardábamos y con sobrada decencia, pidió permiso para ser atendida en ese momento. «Es que estoy en la cola de mi consulta en el hospital materno, a una cuadra, y pasé a ver si podía comprarlo ahora».

No hacía falta explicar tanto. La farmacéutica, de hecho, ya se acercaba a la ventanilla con las cajitas, y solo era cuestión de dar el dinero. Además, era una embarazada la que pedía, amablemente, que la dejaran comprar… Una mujer que cargaba libras de más en su vientre y cuyos pies se hincharían más de lo que estaban si esperaba a que 30 personas compraran. Tampoco le daría tiempo si debía volver al hospital, pensé.

Sin embargo, aquel hombre, joven y robusto, no cesó de negarle el «favor» en tono desafiante. Cierto es que el embarazo no es una enfermedad ni una discapacidad, como gritó de manera despectiva, pero ¿cuánto demoraría que ella abonara la suma correspondiente y se fuera? ¿Dejaría de ser el número 27 en la cola por eso?

«Eso es un descaro, quererte colar por estar embarazada. Ve pa’l hospital y después regresas, y si se te pasó la cola vuelves a marcar. Si me pongo a contar la cantidad de embarazadas que he visto aprovecharse de su barriga para obtener beneficios…». Nadie dijo nada, la farmacéutica se quedó con las cajas en la mano y la gestante, en extremo decente, se alejó.

Sentí vergüenza ajena, tuve ganas de responderle a ese hombre en tono tan irrespetuoso como el que utilizó. Tal vez haya quien saque provecho de su embarazo, como dijo, pero es un gesto noble de cortesía cederle el lugar a una embarazada en una cola, como lo es cederle el asiento en una guagua. Hay un peso extra en su cuerpo, estar de pie por mucho rato no es saludable en ese estado. ¿Cuánto más tendremos si no lo hacemos? Sin embargo, ¿cuánto menos seremos si no lo hacemos?

«Deme su receta», le dije luego de apurar los pasos hasta alcanzarla. No entendió. «No puedo colarme, pero cuando llegue mi turno, le compro su medicina. Vivo en aquella casa, al frente. Cuando termine en el hospital puede pasar y recoger su medicamento». Y así lo hizo, y así me sentí mejor. «Gracias», me dijo. «Vengo de Artemisa en un carro que me cobra el viaje y la espera no puede ser mucha porque quedamos en que me recogería en par de horas. Gracias».

No quiero saber si es verdad que la mujer vino de Artemisa o si solo puede comprar el producto en esta y no en otra farmacia. Confío en que así sea y no pierdo nada con ello. Tampoco quiero ser la heroína de la historia, solo anhelo que haya un poco más de solidaridad.

La situación generada por la COVID-19 ha traído olas de solidaridad, afortunadamente, pero también ha sacado ciertas miserias a flote. Sé que a nadie le gusta esperar en una cola interminable, pero una embarazada, un anciano, una persona con alguna discapacidad… no merecen nuestro agravio en las circunstancias actuales ellos no deberían hacer cola, pero en una situación (imponderable) como esta hay que apelar a la bondad. Ellos tienen condiciones extraordinarias que les hacen ser acreedores de un trato especial.

Aquella mujer llevaba libras de más en su vientre, pero aquel hombre que protestó, me atrevo a pensar que debe llevar altas cuotas de infelicidad que le impiden, incluso, ser mejor con los demás. Y los otros, los que permanecieron callados en la cola, ojalá no tengan que pedir un favor similar mañana en una condición diferente. A veces tomamos de nuestra propia medicina (y sin necesidad de una receta), y es entonces cuando reflexionamos.

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