Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una vez al año sí hace daño

Autor:

Edel Alejandro Sarduy Ponce

Gritos, sollozos y frases sin sentido se escuchan en el interior de la sala Paredes del hospital siquiátrico de La Habana, conocido como Mazorra. El estruendo proviene de un muchacho que, con el pijama verde característico de los pacientes del centro, las manos sudorosas y la mirada inquieta, quizá hasta paranoica, sufre fuertes temblores, tan constantes como la velocidad de los latidos de su corazón: reacciones típicas del síndrome de abstinencia en quien lucha contra una adicción.

Carlos, de 17 años, es estudiante de preuniversitario: un alumno ejemplar, un hijo cariñoso, un muchacho capaz de sentir a través de los demás. La bondad es su rasgo más característico, y la frase Haz bien y no mires a quien, su consigna de vida.

Un 15 de diciembre, en medio de una típica fiesta de adolescentes con mucha música, diversión, alcohol y ganas de experimentar nuevas sensaciones, una amiga cercana le propuso, entre la euforia de la noche y los efectos de la embriaguez, probar un «material» con el cual el ambiente se iba a tornar aún más intenso.

La idea no le agradó mucho al chico, quien en un principio reaccionó con una negación rotunda a participar. Sin embargo, los encantos de su amiga no tardaron en hacerlo cambiar de opinión, porque una vez al año no hace daño… O eso pensaba él.

Después de probar aquel «tesorito» tan promocionado (marihuana), la excepción de una sola vez pasó a dos, y a tres, y a cuatro… hasta convertirse en rutina necesaria. Tanto como el café en la mañana o el vaso de agua al terminar de comer. Su vía para abstraerse de la realidad le resultó tan placentera, que Carlos no podía esperar a recibir de vez en cuando un poco de «Mari» de sus amigos: sería genial tener su propio arsenal para consumir cuando quisiera, y así lo hizo.

Durante los siguientes cuatro meses, las calificaciones del joven estaban más lejos del aprobado que la llegada de la 5G a Cuba. Su higiene personal se deterioró, y hasta aquellos amigos que le presentaron a «Mari» quedaron alejados de su círculo. Era un encuentro de tres: la droga, el encendedor y él.

Poco después, Carlos sentía la necesidad de probar una candidata aún más fuerte, como esa de la que se hablaba en aquella aula abandonada del preuniversitario a donde no llegaban los profesores con frecuencia, y que era usada por algunos alumnos para, entre bocanadas de humo, dialogar de temas más sensibles o morbosos. Como aquel químico que no tardó en conseguir, aunque fuera mayor su precio.

Para eso no bastaba el dinero diario que su mamá le proporcionaba ingenuamente para sus gastos en comida o los helados que el joven decía comprarse. De repente, como por arte de magia, los adornos en casa empezaron a desaparecer; el chico dejaba sus gafas extraviadas y perdió el celular en dos ocasiones, con solo tres semanas de diferencia. Era el estrés por los exámenes, decía. Claro, mucho estudio…

La madre sospechó, y no fue necesario indagar tanto, pues su retoño dejaba huellas por doquier: encendedores, bolsas de nailon vacías en las gavetas y un hedor intenso en su cuarto a todas horas porque lo había convertido en su centro de consumo. Cada vez que el joven decía «Voy a cerrar la puerta un rato», temblaban las manos de su madre.

Un domingo, el chico amante de la química —y no la asignatura precisamente— creyó ver personas lazándose del balcón de su casa hacia una supuesta piscina. Sin pensarlo, presionó el acelerador de cero a cien para saltar hacia esas relajantes aguas. Fue el brazo de su hermana quien lo salvó de un descenso de cuatro pisos hacia una muerte de tierra y concreto.

Ese suceso, y el apoyo de su familia, le hicieron recuperar el juicio al desorientado joven, enfermo de una adicción a drogas sintéticas que le costó notas, amistades, relaciones. Que le estaba destruyendo el futuro y, si no lo detenían, le hubiera robado hasta su propia existencia.

Así llegó Carlos a esta sala de Mazorra, incómodo por lo que traería la abstinencia, pero impulsado por el anhelo de superar su problema y hallar nuevos comienzos. Sin Mari, sin Juana, y alejado de la química maligna. Porque una vez al año sí hace daño cuando abre las puertas a las que vienen después.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.