—USTED, ¿cómo se llama?
—Yo no me llamo, a mí me llaman.
—Bueno ¿cómo le llaman?
—Verá usted. Mi suegra me llama a gritos; los hijos me dicen viejuco; mi mujer, pipo; mi cuñado: ¡animal!
—Pero yo no me refiero a cómo le dicen en la casa, sino a cómo lo nombran, porque usted debe tener un nombre ¿no? Un nombre de pila.
—Mire, yo lo único que tengo de pila, burujón puña’o, son deudas.
—¡No me vaya a decir que se llama tercer mundo! Bueno, fue una broma. ¿Empezamos de nuevo?
—Empezamos.
—Yo pienso que usted debe tener un nombre, como todo el mundo. Yo, por ejemplo, me llamo Alarico. ¿Qué le parece?
—Me parece que tiene usted más razón que un visigodo para llamarse como se llama.
—Perfectamente. Vamos a ver entonces ¿con cuál nombre lo inscribieron a usted en el Registro de Población? Porque usted tiene que estar registrado, ¿no?
—¡Ya lo creo! ¡Las veces que me han registrado! Cuando entré al servicio militar, ¡qué registro! Tenía que haberlo visto ¡por todas partes!
—Pero no es ese el registro por el que yo le pregunto. Cuando usted nació tienen que haberlo inscrito ¿no? ¿Cómo le pusieron?
—Pues mire usted, me pusieron cabeza abajo, agarrado por los pies, y después me pusieron en unos pañales. Y yo oía a mi mamá preguntando si no me habían puesto talco y a mi tía si no me habían puesto agua de violeta. Y después llegó la enfermera, que si no me habían puesto la teta. Y más atrás la comadrona preguntando si no me habían puesto la faja del ombligo… ¡Qué sé yo! Mire si me pusieron, que por no dejar de ponerme me pusieron hasta la triple.
—¡Sería la de nunca acabar! Porque hay gente así ¡idiotas, además de anónimos!
*José Luis Rodríguez Alba
(Grako,1987)